El nerd.

por
género
incesto

No había duda alguna, mi Alberto era un nerd. Típico adolescente un poco tímido y retraído. Él siempre era mi prioridad, en mi mente siempre él estaba presente en primer lugar, pensaba mucho a él en todo momento.


Nunca me había dado problemas, era un chico increíblemente encantador y fácil de criar, muy bien educadito, servicial y cariñoso. Muchas veces pensé en tener otro hijo para que le hiciera compañía. Pero la intensa actividad de mi profesión me hizo ir aplazando tal decisión. Alberto fue creciendo en forma del todo normal y disfruté mucho de su compañía. Nos complementábamos perfectamente, el contacto entre nosotros era de mucha cercanía y cariño, sin llegar a ser demasiado melifluo.


Estaba decidido a obtener una beca para la universidad y se preparaba diligentemente para ello, estudiando cada día con mayor ahínco. Era mi orgullo entregarle cada año el diploma al mejor alumno del colegio y me resultaba obvio pensar que a ese ritmo no tendría ninguna dificultad para obtener su beca universitaria. Estaba predestinado a convertirse en un niño genio, pero por otro lado me preocupaba su aislamiento creciente, hasta convertirse en un topo de biblioteca.


Seguramente él tenía un problema de comunicación. Lo veía muy enterrado en sus textos de estudio. Muy fuera de la realidad que lo rodeaba. Necesitaba algo que lo impulsara y estimulara a ser un adulto adecuado al diario vivir, debía aprender a comunicarse con sus pares.


A simple vista, él era un adolescente como cualquier otro y exitoso en sus estudios, pero rara vez se le veía con amigos, ni siquiera chicas. En ves de irse a la plaza junto a sus amigos, o salir de fiesta los fines de semanas, parecía preferir sus libros y sus investigaciones cibernéticas sobre temas de interés.


Estaba segura de que no fumaba ni consumía ninguna substancia toxica, pero se encerraba en su dormitorio tranquilo y pacíficamente nada más que a estudiar. Repasaba y trabajaba duro en sus estudios y esto estaba bien. Pero su vida social parecía no existir ni parecía preocuparle para nada. Me resultaba bastante obvio que cuando dejara de estudiar, sus habilidades sociales estarían hundidas en el fondo de su personalidad seria y cerrada. Lo más probable es que consiguiera un buen trabajo dada su preocupación y esmero en superarse. Pero no estaba preparado para sociabilizar con su entorno. No tenía nada de bobo, ni tampoco defectos físicos, pero parecía incapaz de unirse a las masas de jóvenes que lo circundaban en el colegio. Al parecer había pasado demasiado tiempo inmerso en sus libros y estudios.


Ciertamente que como madre soltera ya pasadas mis tres décadas, me consideraba madura y apta para un empeño tan singular. Yo ya había pasado por muchas de esas etapas que él se aprontaba a enfrentar, mi experiencia debía ser útil. Con mis conocimientos de Arquitecta, también estaba en grado de modelar e influenciar su personalidad, tal vez con un poco de geomancia oriental, cincelar psicológicamente su modo de ser, esto debería funcionar.


Debo confesar que también yo soy un poco como él. La única razón para relacionarme con su padre fue el que él me dejara embarazada. Bueno, también disfruté mucho de que él tuviera una polla enorme, una buena situación económica y una buena posición social. Después del divorcio mi atención al sexo opuesto cayo a nivel raso, casi tocando el suelo. Eso sí, no podía dejar de satisfacerme y practicar el autoerotismo; me compré todo tipo de consoladores y vibradores, algunos de forma y tamaño muy interesantes, con aspecto animalesco diría.


Aún cuándo su padre colaboraba en la manutención de Alberto, Mi situación económica era bastante adecuada como para educar yo sola a mi hijo. No necesitaba del padre para nada. Es verdad que de cuando en cuando mi cuerpo me pedía un poco de actividad heterosexual y para ello no tenía ningún problema, solo debía elegir entre los tantos que andaban detrás de mis favores. Pero era nada más que para placer sexual y entretenerme como toda mujer sana y normal.


Y así fue cómo llegamos al momento actual; él cumpliendo los dieciséis y yo con treinta y seis años bastante felices. Alberto es genéticamente como su padre. Un cuerpo alto y apolíneo. Cabellos rubios con ojos verde esmeralda. Un nórdico de tomo y lomo. De mí tiene la sonrisa franca y plena. Los pómulos con arrugas cuando sonríe, el mentón partido al medio y la boca de labios delgados y finos. Solo que los míos son un poco más carnosos.


Él es de fornidos pectorales y unos ralos vellos en su pecho. En cambio, yo fui favorecida por un bello par de tetas gordas, pesadas, suaves y algodonosas, que me crecieron un poco más durante el embarazo de Alberto. Mis areolas son pequeñas, pero mis pezones son protuberantes y firmes siendo muy notorios cuando visto traje de baño. A veces pienso que son tan grande que me quitan equilibrio, pero al mismo tiempo me gusta sentirlas cuando se balancean y columpian desafiando la ley de gravedad. Estoy más que convencida que mis senos pueden hacer perder el control a cualquier hombre.


Sus pollas braman de deseos por poseerme, cosa que para mí es muy agradable. Me encanta cuando me aplastan contra el colchón y esa cosa dura y resbaladiza se introduce profundamente dentro de mí, o también cuando están apuntando hacia lo alto en el cielo y yo puedo montarla como una experta amazona; retorcerme y mojarme entera con su esencia masculina. Eso me vuelve loca.


Y al parecer Alberto también ha sido beneficiado por los genes de su padre y el abultamiento en ese sector delante de sus pantalones es también de dimensiones considerables. Cualquier chica joven apreciaría mucho tener algún día ese trozo de carne extensible, grueso y duro. ¿Cómo es que yo su madre sé todo eso? Simple, porque lo he visto colgando entre sus piernas cuando viste esos pantaloncitos holgados que delatan el movimiento de un cuerpo pesado que se mueve desafiante bajo la delgada tela de sus shorts. No puedo evitar que mis ojos recorran ese arsenal armado con esa enorme arma cimbreante. Lo siento, me he apartado del relato, estoy divagando.


De todas maneras, creo que el día en que una chica tenga la oportunidad de tener una cosa tan poderosa en sus manos, está todavía lejos. Por lo mismo es que necesito guiarlo y hacerle ver algunas cosas de la vida que él aún no conoce. Tengo que llevarlo al terreno de las féminas, ahí es donde lo quiero. Alguien tiene que enseñarle que necesita interactuar con el sexo opuesto y quien mejor que su propia madre, ¿no les parece?


Quizás puede ser criticable el hecho de que él ahora es un muchacho grande, ¿por qué no lo hice cuando él era todavía un niño? Bueno, en realidad lo hice. Hablamos de abejitas; le dije algunas cosas sobre su pito; también le hice una reseña sobre las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres. A grandes rasgos le hable de las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer. Él entendió todo, pero no significo una gran cosa para él; es posible que un joven no esté muy interesado en saber sobre embarazos, reglas, orgasmos, enfermedades venéreas y otras cosas con la cual jamás se ha topado. Así que decidí unilateralmente en dejarlo para más adelante cuando el comenzara con sus primeras citas femeninas. ¡Pero a dieciséis años todavía no le conozco ninguna noviecita!


Pensé que el momento había arribado. Una temperada tarde de enero, con una suave brisa veraniega, todavía muy calurosa. Él se había diplomado de su enseñanza media y se preparaba para dar sus exámenes preuniversitarios, yo me había tomado algunos días de vacaciones y estaba rondando por la casa capeando el calor del sol veraniego. Afortunadamente gozamos de climatizador y la casa se mantenía deliciosamente fresca. Alberto estaba relajándose en su habitación y se me antojó que podía ser el momento justo para acercarme a él y comprobar algo sobre sus conocimientos de sexualidad, estaba decidida a ayudarle a actualizar su bagaje cultural y erudición de carácter sexual, cosa que sería beneficioso para él y su vida social.


Titubeé antes de entrar a su cuarto; ¿cómo debería comportarme? ¿Solo como una madre preocupada? ¿O cómo una posible noviecita? ¿O cómo una asesora médica? ¿O cómo una terapeuta psicóloga?


Me estiré y sin darme cuenta mis senos subieron, se levantaron, se tensaron y cimbrearon pesantemente. Mis pezones restregaron la tela del sostén y se endurecieron. Otro efecto fue que mis bragas se apretaron contra mi ingle y mi panocha se estremeció al sentir la fina tela entremeterse entre mis labios hinchados y lampiños. Trate de dar algunos pasos y sentí que mis muslos se restregaban entre sí causándome una serie de espasmos. Me quejé y gemí pensando que era casi un año que mi panocha no conocía algún intruso tieso y duro. Me reí para mis adentro pensando que el solo hecho de hablar de sexo con un joven, podía hacer que mi cuerpo se trastornara y se estremeciera.


Respiré profundamente, alisé mi faldita y acomodé mi blusa, logré calmarme un poco y puse mi mano en el pomo de la puerta de Alberto. Estaba por girar la manilla cuando escuche algunos ruidos y voces confusas. Solté la manija y levanté mi mano para golpear y llamar antes de entrar, pero agucé mi oído para escuchar las voces, parecían gemidos. ¿Estará mi Alberto con alguna chica? No había visto ni escuchado entrar a nadie a la casa.


Mi curiosidad femenina pudo más y toqué la puerta una sola vez y casi al mismo tiempo la abrí de par en par. Su produjo una hecatombe sobre la cama de Alberto el cual gritó.
—¡¡MAMÁ!! …
Era un caos frenético. Alberto estaba recostado de espalda, sus pantalones cortos estaban amontonados a los pies de la cama.
—¡¡Mami, vete!! … ¡Sal de aquí, por favor! …
Chillaba mientras se esforzaba en cubrir su desnudez moviendo sus brazos y piernas para alcanzar sus shorts. Me quedé inmóvil como una piedra y boquiabierta escuchando los alaridos de Alberto.
—¡Sal de aquí! … ¡Fuera de aquí! … ¡Vete! … ¡Vete! …
Ciertamente la escena me resultaba un poco jocosa, pero me impresionó la inesperada visión que se presentó ante mis ojos. La cama de mi hijo estaba al lado opuesto de la habitación y frente a la puerta. Ahora estaba tratando de enfilar sus pantaloncitos juntos a sus boxers que se enredaron en sus pies. Los pantalones estaban al revés, así que volvió a sacárselos. Su manos se movieron a apagar su laptop que estaba sobre una mesita con ruedas, pero no hizo más que empujarla y hacerla rodar hacia mí con la pantalla que se volteaba antes mis ojos. Se movía y saltaba como un animal salvaje sorprendido en un claro del bosque. Trataba de hacer de todo para ocultarse, pero nada de eso le resultaba.


La pantalla de su portátil me reveló algunas imágenes de cuerpos desnudos que cambiaban repentinamente, luego se quedó fija en un coño lampiño y mojado. ¡Mi Alberto estaba viendo porno! ¡No lo podía creer!


Pero eso no fue lo único que logré ver, entre los aterrados movimientos que hacía mi hijo por cubrirse, mis ojos se engancharon a una larga y gruesa vara de carne, parecía indudablemente una furiosa erección de muchacho adolescente. Ya había renunciado a tratar de colocarse sus shorts y solo los puso a cubrir su maza enorme.
—Mami … Sal de aquí … Se supone que debes llamar antes de entrar, ¿no? …
—Lo siento, Alberto … Cálmate, cariño ... No ha sucedido nada … No es nada … No voy a hacer nada …
Trate de sonar lo más convincente posible a la vez de amigable y comprensiva.
—Sí … Pero … ¡Ugh! …
Gimió Alberto mientras lograba por fin enfilar sus piernas en los pantaloncitos y esconder ese gigantesco tótem de carne, solo que en el apuro se calzó los shorts con la parte trasera para adelante, no pude evitar de reírme ante lo cómico que se veía, pero él seguía manifestando su contrariedad.
—Mami … ¡Oh, mamá! … Esto no esta bien … No deberías …
—¡Ay, Alberto! … Relájate, hijo …
Dije dando un paso al interior y todavía concentrada en tratar de ver esa maravillosa cosa que había alcanzado a vislumbrar fugazmente, ahora más decidida que nunca a concretar mis planes. Le dije.
—¿Sabes? … Es justo como te quería encontrar …
Alberto me miró todavía perplejo e incomodo por haberse puesto sus shorts al revés y exclamó.
—¿Eh? … ¿Qué estás diciendo? …
Di unos cuantos pasos más por la habitación acercándome bastante a la cama. Su portátil seguía mostrando escenas porno con personajes y diálogos bastante insulsos y forzados. Señalé la pantalla y le dije.
—Eso … Sexo … Venía a hablarte de sexo … Pero al parecer ya sabes bastante si miras todo ese material … ehm … didáctico, ¿no? …
Alberto no emitió ni una sola palabra, pero su cabeza se movió asintiendo levemente.
—El problema con esos videos porno es que son muy ficticios y pobres de diálogos … Lo que dicen suena muy falso y superficial … A veces la acción es bastante buena … Creo que es mejor cuando uno los ve sin sonido … Si lo hubieras hecho, tal vez me habrías escuchado que estaba llamando a tu puerta …
Alberto parecía haberse calmado, pero todavía se veía incómodo con sus shorts al revés, así que proseguí.
—Además … Ellos son actores profesionales, no son personas reales … Están actuando y a veces muy mal … Muestran cosas que no son reales …
Señalando la pantalla, dije.
—¿Cuántos tipos en la vida real pueden jactarse de una polla tan grande como esa? …
En primer plano encuadraban una polla gigantesca, muy gruesa y venosa que brillaba con los jugos resbaladizos de la mujer que lo había albergado pocos segundos antes. Era lampiño con su saco arrugado conteniendo sus grandes bolas llenas de esperma pronto a eyacular. Por el costado apareció una mano femenina que se apoderó del enorme pene. Respiré agitada contemplando el accionar de los actores y me dije “Detente”. Trate de poner orden en mi cabeza, esto me estaba haciendo agitar, respiré un poco antes de continuar.
—¡Ehm! … Bueno … Pensé que era hora de que tú y yo tuviéramos una buena charla … Es mi deber de madre guiarte y mantenerte al tanto de cosas referente al sexo, ¿no crees? …
—¿Ugh? …
Todavía Alberto me miraba perplejo, así que continué.
—¿Recuerdas que ya charlamos sobre sexo cuando eras más pequeño? … Creo que es oportuno actualizar todas esas cosas de las que te conversé en esa oportunidad, ¿no crees? …
—¿Por qué? … ¿Y para qué? …
Me rebatió Alberto algo confuso.
—Querido … Porque hayas descubierto la pornografía, no significa que ya sabes todo … Hay mucho más entre las relaciones entre dos personas …
—Sí, pero lo iré descubriendo por mí mismo poco a poco …
—Estas totalmente equivocado … Viendo esos videos obtendrás informaciones parciales y fuera de toda realidad … Nadie más que yo te puede dar informaciones claras, precisas y fidedignas … Soy tu madre, puedes y debes confiar en mí …
—Bueno … Creo que tienes razón sobre eso … ¿Y que me podrías enseñar? …
¡Maldición!, no había pensado en un plan detallado de como empezar, solo lo había imaginado parcialmente en mi mente, ahora necesitaba urgentemente encuadrar la situación y hablarle con claridad. Necesitaba comenzar por alguna parte. Mientras ordenaba mis ideas le dije.
—Está bien … Me sentaré aquí en tu cama para que charlemos con tranquilidad, ¿vale? …
—¡Ehm! … Sí … Acomódate …
Dijo Alberto mientras se alejaba un poco más hacia la pared y lo más distante de mí. Lo miré y le dije mientras me sentaba sobre su cama.
—Te ves un poco ridículo con esos pantaloncitos al revés … Quítatelos …
Ciertamente no esperé a que él me obedeciera, naturalmente me hice hacia adelante y se los tiré hacia abajo, iniciamos una breve lucha, él se oponía y yo tiraba de sus shorts, hasta que logre mi cometido y se los saqué por sus tobillos, se quedó solo con sus boxers que sí estaban bien puestos.
—¡Haa! … Así está mejor, ¿no? …
—¿Bromeas? … Esto no es justo … Tú me puedes ver … Me siento desnudo …
—No estás desnudo … A menudo puedo ver tus piernas … ¿Qué tiene de raro eso? …
—Es que ahora estoy sobre mi cama … En mi intimidad … Sería equitativo y justo si tu también te quitaras alguna prenda, ¿no? …
Su razonamiento tenía algo de cierto, pero no iba a despojarme de mis vestidos ante él.
—De ninguna manera, jovencito … Tienes todavía tus boxers … No estás mostrando nada … En cambio, mi ropa interior es muy reveladora …
—Pero, mami … Yo no voy a mirarte … Juro que no lo haré …
—¡Uhm! … Perdona, pero no te creo …
Dije dubitativa y pensativa.
—Bueno … Entonces podrías levantar un poco tu falda y mostrar tus piernas, tal como yo lo estoy haciendo ahora … Eso sí que sería justo, ¿no? …
Sentí que nos estábamos enredando y saliendo del tema que nos convocaba, pero me pareció divertido participar en el juego que se estaba haciendo sumamente interesante.
—¡Ehm! … Bueno … Supongo que sí …
Dije lanzando un suspiro, me levanté y arremangué mi falda hacia arriba hasta quedar casi a mis caderas, me senté y mi falda se fue hacia mi cintura. ¡Maldita sea! Ahora mis glúteos estaban totalmente descubiertos. Me senté con mis nalgas desnudas en su cama, se podía notar incluso el bulto de mi coño hinchado apretujado por mis bragas.
—¡Oh, mami! … Eso está mejor … Tus piernas son muy lindas …
Dijo Alberto algo alborozado al contemplar mi piel desnuda. No sé por qué, pero sus palabras me hicieron sentir bien y me encantaron sus elogios. Algo tímidamente baje mis manos por mis muslos lisos y bronceados y luego las volví a subir en medio a mis piernas, casi sin darme cuenta alcance a rozar con las yemas de mis dedos mis bragas color bermellón; una deliciosa aceleración se presentó en mis pulsaciones y mi coño comenzó a humedecerse.


Sorprendida por estas sensaciones levanté mis manos e inconscientemente aplasté mis pechos. Casi con un ataque de terror las alejé de inmediato y las volví a colocar sobre mi regazo, un calor creciente emanaba de mi panocha encendida. El movimiento de mis propias manos me estaba haciendo sentir cositas y malévolos pensamientos aparecieron en mi cabecita torturada por la abstinencia sexual.
—No te estas excitando, ¿verdad? … ¡Cálmate mujer loca! …
Pensé estar diciéndolo para mis adentros, pero se me escapó en un hilo de voz.
—¿Qué estás diciendo, mami? … ¿Me hablabas a mí? … —Me preguntó mi hijo.
—¡Oh, no! … —Respondí prontamente y luego añadí.
—Soy solo yo … Esto me emociona un poco, creo que no va a ser simple hablar de sexo contigo … Estoy tratando de empezar de algún modo … Soy una mujer madura y sé bastante acerca del sexo, pero no es para mí fácil empezar a encausarte en el mejor de los modos …
Alberto quedo silente y circunspecto, me dejaba hablar, pero yo era un atado de nervios. Mi corazón latía desbocado, mis sienes pulsaban, mi presión arterial se sentía alterada, mi respiración estaba agitada y acelerada. Lo miré y vi su estructura maciza y masculina, mi hijo estaba desarrollándose muy bien y yo no había notado del todo sus progresos. Observé sus grandes manos que todavía cubrían su sexo y en ese preciso momento me di cuenta de que se movían. Sus movimientos eran parsimoniosos y suaves, pero ¡¡Estaba jugando con su pene delante de mí!!
—Oh, Dios … ¿Qué haces? …
Grité apuntando mis manos hacia su ingle.
—No puedes impedirlo, mami … Es una cosa natural para mi edad …
—Detente … Basta … Déjalo ya … Soy tu madre, ¿acaso no lo ves? …
—Veo tus piernas, mami … Veo tus pequeñas bragas … Tu faldita, mamá …
—Vamos … Ya has visto mis bragas antes …
Traté en vano de bajarme la falda, pero estaba muy estrecha en mi cintura. En tanto, Alberto continuaba a retorcer sus caderas y acariciar su polla.
—Sí … Pero no, así como ahora … Te ves tan linda, mamá … Y no puedo evitar de tocarme …
—Solo deja de tocarte, por Dios … No puedes hacerlo de frente a tu madre …
—Te dije que no puedo, mamá … ¡Ooohhh! … ¡Maaamiii! … ¡Que rica que estás! …
Dijo él con una voz enronquecida. Trate de reaccionar y mostrarme indignada, pero hice lo que no debía haber hecho. Extendí mis manos y quité su pene de las suyas, entonces lo aferré con las mías, jadeé sintiendo esa maza de carne palpitando entre mis dedos ¡Sí que era gruesa! ¡JesúsSanto!
—Santo Dios, Alberto … ¡Uhhhhhh! …
Mis manos envolvían unos diez centímetros de su polla que habían emergido de la hendidura de sus boxers. Su prepucio estaba arremangado hacia abajo, su cabezota luciente comenzaba a erigirse delante de mis ávidos ojos. Me sentí realmente alterada y excitada.


Alberto había dejado de moverse y dejó sus manos a los costados, dejando su polla toda para mí, me sentí un poco boba con esa tremenda pija en mis manos. Sí, sé que no hice lo correcto, debería haberlo reprendido; tal vez levantarme y salir furiosa de su cuarto; quizás hacer cualquier cosa diferente a lo que realmente hice. Pero lo que hice, dio pie para todo este relato. Me sentí realmente incapacitada a soltar esa monstruosa polla, se sentía demasiado bien en mis manos.


Estaba alucinada ante tanta bondad masculina y, y esa cosa parecía moverse ¡Santo Jesús! Sí que se movía, se sacudía, palpitaba, parecía hincharse y endurecerse, crecer y extenderse más entre mis dedos. Todo el maravilloso pomo de su glande estaba de afuera y podía ver esa gruesa corona alrededor de su cabezota a forma de hongo. Esa cosa volvió a agitarse y un globito nacarado de semen emergió sobresaliendo de la cima de su polla, esa gotita minúscula parecía reflejar rayos de luz que iluminaban toda la habitación. Estaba fascinada, cautivada ante este espectáculo de naturaleza varonil. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había tenido uno así de cerca y, aún más, desde que sentí uno introducirse en mi estrecha femineidad.
—Y, bueno mami … ¿Que me vas a enseñar? …
—Yo … ¡Ehm! … Este … Lo quiero … ¡No! … Quiero decir … ¡Oh, Dios! … No sé que me sucede …
Apreté mi muslos, mi coño se retorcía, se contorsionada, se apretaba y se calentaba produciendo ingentes cantidades de fluidos. Y podía sentir el cosquilleo de mis pezones presionando contra mi sostén. Todo mi cuerpo estaba reaccionando al contacto con el pene de mi hijo. Lo solté de golpe como si quemara mis manos. No era repulsión sino algo más parecido a una lujuria y locura temporal. Como pude traté de recomponerme.
—¡Ehm! … ¡Basta! … ¡Guarda esa cosa! … ¡Ya he visto suficiente! …
Dije con la mayor firmeza posible.
—Estoy aquí para hablarte y no para que te exhibas ante mí … Con esa cosa … ¡Ehm! … Tan grande … ¡Vamos! … Ordénate ahora mismo o me iré …
Alberto se sobresaltó al ver mi expresión severa y firme, lanzó un suspiro y ordenó sus boxers, así al menos su polla quedó escondida, mejor dicho, fuera de vista, porque era imposible hacer desaparecer tamaña cosa que seguía evidenciándose con un tremendo bulto en sus boxers.
—Así está mejor, querido … —Dije tratando se sonar condescendiente y luego agregué.
—Creo también, que te debo una disculpa por haber entrado en tu habitación en forma tan tempestiva … Realmente me siento culpable … Pues bien, dicho esto … Creo que será necesario recomenzar el todo …
—Pero mami … No es necesario … No entiendo de que quieres hablar …
—De sexo … Ya te lo dije … Tal vez es hora de que actualices tus conocimientos … Hay muchas cosas que considerar y aprender …
—¿Tú crees? … Yo ya lo sé todo …
—¡Hey! … ¡No seas fanfarrón! … A tú edad no sabes nada … Puede que seas un excelente alumno y erudito en muchas materias escolásticas … Pero la vida tiene que vivirse para aprender de ella … Y tú a tus dieciséis años no has vivido nada … Por ende, no sabes nada de la vida …
—Entonces tú pretendes enseñarme, ¿eh? … Creo que será divertido verte intentarlo …
Me dijo con una socarrona mueca por sonrisa.
—¡Ah! … ¿Sí? … Esa era la idea … Pero ahora creo que tendré que enfocar todo desde otra perspectiva …
—Está bien, mamá … Pero no te desanimes … Te colaboraré en todo …
—Eso me parece excelente de tu parte …
Dije un poco más aliviada y tranquila, luego añadí.
—Me complica el hecho de no saber desde que nivel empezar …
—Bueno … Podrías darme un argumento y yo te diré si lo sé … Hasta que punto lo sé, o si necesito más información al respecto …
Dijo Alberto mientras se acomodaba apoyándose en la almohada.
—¡Ehm! … Me parece bien …
Dije girándome hacia él, mientras colocaba mi pierna sobre su cama. Inmediatamente me di cuenta de que ahora le estaba mostrando mis bragas de frente y mi coño enardecido y apretado por la delgada prenda de vestir. Queriendo parecer natural no hice ningún ajuste y me quedé en esa posición, solo que un poco nerviosa.
—¡Uhm! … Veamos … ¿Qué sabes de las mujeres? …
El tema daba para todo, pero pensé que poco a poco iríamos delineando y clasificando determinadas cuestiones.
—Sé que son encantadoras … Vienen en todos los tamaños, formas, edades y …
—No … No me refiero a eso … Sexo … Sus partes, ¿qué sabes sobre sus cuerpos? …
—¡Oh! … Bueno … Tienen piernas, culos, tetas, boca y coño … A eso te refieres, ¿verdad? …
—Sí, cariño … Mas o menos … Pero vamos por parte, ¿qué piensas de las piernas? …
—¡Hm! … Que son suaves … Largas, bronceadas y deliciosas … Así como las tuyas, mamá … Me encanta recorrer los muslos por su suave piel … Sentir ese calorcillo que emanan en su interior …
Me dijo encuadrando la convergencia de mis muslos y la parte de mi ingle.
—Sí, está bien … Entonces ya sabes sobre eso …
Interrumpí sintiendo que la temperatura entre mis piernas aumentaba, pero seguí preguntando.
—¿Y que más? …
—¡Tetas … ¿Esta bien llamarlas así? … —Preguntó con cierta excitación mirando mis pechos.
—Sí … es una de las tantas formas de llamarlas …
Asentí, inconscientemente empujando mis pechos hacia adelante.
—¡Son las partes mejores, mami! … —Dijo pasando su lengua por sus labios, antes de agregar.
—Especialmente si son grandes, gorditos, pesados, duritos, esponjosos, substanciosos, redonditos …
Dijo poniendo sus manos al frente, al tiempo que movía sus dedos como si estuviese amasando un seno femenino.
—Esta bien … Está bien … Pero eso que describes es el seno de una mujer joven … No tienes que olvidar que con la edad eso va cambiando de alguna manera …
Dije interrumpiéndolo y tratando de complementar su información.
—Sí, es verdad … Pero es lo natural y no me importa mucho … Sucede también porque han tenido hijos … Sus pezones se agrandan y lucen más bonitos …
—Bueno … Sí … Es el punto de vista de un hombre, pero no creo que sean más bonitos … ¿Y que más? …
—Bueno … Los pezones son como gemas invaluables … Joyas preciosas … Sobre todo, cuando se ponen duritos como un diamante y puntiagudos y rojitos como un rubí … Bueno … Así como los tuyos, mami …
Me dio un estremecimiento en la espalda, como un golpe de corriente, lo que provocó que mis tetas se hicieran más hacia adelante y se pusieran tensas, mis propios pezones se hicieron visibles empujando mi sostén y mi blusa. Él fijó mi escote y apuntó con su dedo índice.
—Eso … Así mismo … Es encantador cuando se ponen así …
Me sentí atrapada y no pude evitar de darme cuenta de que el bulto en sus boxers aumentaba y estiraba la delgada tela, formando el contorno usual de su pene duro y erguido. Traté de mantener la calma preguntando casi inocentemente.
—¡Que tienen de especial los pezones? …
—¡Ay, mami! … Son deliciosos de morder, masticar, lamer, besar, acariciar, rozar, tocar … Apretarlos entre mis dedos y chuparlos … y …
—¡Ya! … ¡Ya! … Está bien … Entonces también sabes bastante sobre ellos …
Me costaba mantenerme calma, pero lo detuve allí antes de que continuara con la detallada descripción de sus conocimientos. Dentro de mi había una presión y temperatura en aumento, sentí que mis mejillas se coloreaban y ardían. Sus palabras me hicieron juntar apretadamente mis piernas. Mí clítoris estaba túrgido y palpitante. Mi vagina estaba extremadamente caliente. Y otra vez me encontré a fijar el bulto de sus boxers que se movía. Pero continué antes de entrar en pánico.
—¡Que pasa con otras zonas erógenas? … ¿Qué sabes de esas? …
—¿Sus culos? … ¡Son dinamita! … ¡Esplendidos! …
—¿Qué? … —Dije un tanto sorprendida por el entusiasmo de Alberto.
—¡Sí! … Son hermosos … Me encanta sostener esas nalgas preciosas en mis manos … Sentir la tersa piel suave y la forma redondeada de ese trasero divino y escultural … Apretar esos glúteos y amasarlos hasta hacerlos temblar … Para qué decir cuando se agachan y muestras los labios regordetes y apretados de su panocha … Me siento morir ante una visión como esa … y …
—¡Para! … ¡Para! … ¡Detente! …
Dije un poco azorada y con la boca abierta. Me sentí incómoda y todas las partes de mi estaban convulsionadas y calientes. Me estremecí excitada en cada parte de mí.
—¡Hey! … ¿Y tú como sabes todo eso? …
—Porque yo ya hice eso …
Me respondió con una apabullante confianza. Mi ojos fijaron inmediatamente su ingle y vi como sus boxers se sacudían y la humedad de la tela se extendía enormemente, la cabezota brillante de su glande apareció por el borde de sus boxers. Entrecerré los ojos y sacudí mi cabeza para alejar mis malévolas sensaciones y pensamientos. Volví al tema que nos convocaba.
—Sí, pero … ¡Demonios! … ¿Pero como sabes todo eso? …
—Tengo una amiga … Ella es muy linda …
Dijo sonriendo mientras me guiñaba un ojo. Mi boca se volvió a abrir por tercera, cuarta o quinta vez, ya había perdido la noción de tantas sorpresas y enterarme de cosas que yo no sabía.
—¿Tienes una … qué? …
—Una mujer … Una mujer adulta y nos juntamos de vez en cuando …
Dijo en un tono de voz neutral y muy tranquilo y agregó.
—Es muy linda, ¿sabes? …
—¡Pero tú tienes solo dieciséis años! … —Dije enfáticamente.
—Y eso es lo que más le gusta … A ella le gustan los hombres jóvenes … Le gusta ser follada por jóvenes … Ella es muy linda, mami … ¡Ehm! … Lo siento, pero es la verdad …
Ignoré sus palabrotas. Se estaba follando a una mujer adulta, quizás alguien de mi edad, y parece que le había hecho el culo ¡¡Dios santísimo!! Otra vez mi cuerpo reaccionó y me sentí estremecer mientras una ola de calor quemaba la punta de mis pezones y luego descendía por mi vientre metiendo en llamas mi coño, incluso mi estrecho anillo anal se contrajo deliciosamente. Volví a la realidad cuando él volvió a hablar.
—¡Uhm!, mamá … No quisiera hacerte notar esto, pero puedo ver tus bragas que se están mojando … Allí abajo … En tu coño, mami …
En estado de shock mire hacia abajo, pensé que mis bragas habían desaparecido, pero no, aún estaban allí, solo que al mojarse se pusieron trasparente y prácticamente mi coño estaba expuesto a los ojos de mi hijo.
—¡Demonios! … ¡Maldición! …
Exclamé aterrada. Me quedé inmóvil mientras trataba de asimilar esta bizarra situación. Me di cuenta que era inútil encubrirla o esconderla, especialmente dada la conversación. De alguna manera le sonreí, una sonrisa forzada y teñida de incomodidad, entonces él me calmó.
—Está bien, mamá … Ya lo he visto antes … ¡Ehm!, quiero decir … No el tuyo, pero sé lo que hay ahí abajo … Relájate … Es todo normal …
—¡Un bledo! … Esto no tiene nada de normal … Soy tu madre …
Dije tratando de asumir mi autoridad.
—Sí, pero estamos hablando de sexo, ¿no? … Incluso podríamos olvidarnos eso de “mamá” e “hijo” … Solo somo dos personas hablando cosas de sexo y nada más, ¿eh? … ¿Qué te parece? …
—Bueno … Supongo que tienes razón … Pero no quiero que me mires …
—Está bien, mamá … No lo haré …
Me respondió, pero sus ojos lo traicionaban y se movían desde mi cara hacia abajo repetitivamente. Ya era demasiado tarde como para enojarme y de todas maneras no habíamos concluido sobre el conocimiento que Alberto tenía de los culos. Sentí un alivió cuando él unilateralmente cambio de tema.
—¿Y los coños? … Podría apostar a que la mayoría de las mujeres se afeitan allí abajo …
No me gustó el tono de su voz, así que me expuse defendiendo a las de mi género.
—Puede que tengas razón … Muchas lo hacemos … El vello tiende a sobresalir por los costados y … Obviamente …
—Estorba, ¿verdad? … Odio esos vellos que no me dejan ver …
—¿Qué no te dejan ver? …
—¡Todo! … Esos labiecitos gorditos, hinchaditos, mojaditos y brillantes … Incluso cubren el clítoris … ¡Dios! ¡Que rabia! … ¡Los odio cuando no me dejan chuparlo libremente! … ¡Aaarrrggghhh! … ¡Y se me enredan en los dientes! …
—¡Oh, no! … No lo haces … ¿A tu edad vas ahí abajo? …
—¡Carajo! … Por supuesto que lo hago … A ella le encanta …
Sentí otro repentino escalofrió de lujuria atravesar mi empapado coño. Apreté firmemente mis piernas y Alberto se dio cuenta.
—¡Hey, mami! … ¡Vaya! … ¡Sí que estás mojada! … ¡Guau! …
Mientras hablaba su polla daba violentos sacudones y la mancha en sus boxers era evidente y brillaba mojando aún más la delgada tela. Cerré los ojos tratando de concentrarme en la temática y alejarme de esta sensación que me llevaba tan cerca de mi clímax.
—¡Alberto! … ¡Concéntrate! … Estamos hablando de afeitarse … Eso es algo que algunas mujeres tenemos que hacer …
—Algunas se lo afeitan todo … Pero prefiero que se dejen un poco, aunque no demasiado … Un triangulo podría ser … O esa forma de corazón que tienes tú …
—¿Eh? … ¿Cómo sabes eso? …
—Pues por que puedo verlo, ¿no? … Un lindo corazoncito encima de tu clítoris … Se ve muy lindo, mami … Ojala pudiera verlo por entero …
—Bueno … Pero no puedes … Ni siquiera lo pienses …
—¡Grrrr! … ¡Palabras! … ¡Palabras! …
Me hizo sonreír su comentario y me relajé un poco de mi tensión e inconscientemente, y un poco gofamente estiré mi mano hasta tocar su muslo, frotándolo, haciéndola deslizar hacia arriba y hacia abajo. Fue una reacción sociable, amable y cariñosa, pero Alberto reaccionó como si fuese estado mordido por una víbora.
—¡Aaarrrggghhh! … ¡Aayyyy! … ¡Maaamiii! … ¡No hagas eso! …
Su grito me asustó e inmediatamente levanté mi mano aterrorizada.
—¡Que te sucede, cariño? … ¿Qué tienes? …
—Casi me haces … ¡Hmmmmmm! … Estuve a punto de … ¡Aaaahhhh! …
Todavía no entendía el significado de esas frases inconclusas, así que insistí.
—¿Qué? … ¿Qué hice? …
—¡Ooohhh, mami! … Casi … ¡Ummmmmm! …
—Pero si solo te toqué … ¿Qué tiene de horrible eso? …
Dije sin comprender aún su agitación y sus profundos respiros muy agitados. En ese momento mis ojos cayeron sobre sus boxers. Su pene estaba moviéndose alocadamente, se sacudía sin que él hiciera nada. Empujaba contra la tela de sus boxers y la macha humedad crecía a vista de ojo. Quedé impactada, mi hijo casi había tenido su clímax.


Algo malévolo se revolvió en mi cabeza. Algo que me empujaba a andar más allá. Me olvidé completamente de que Alberto era mi hijo. Lo único que cruzaba por mi mente eran imágenes de su inmenso pene lanzando gruesas hebras nacaradas de su caliente semen. Quería ver los chorros blancos saliendo por la punta de su hinchado glande. Quería verlos estallar como un volcán en erupción. Me sentí fuerte, traviesa, caliente y lasciva. Me sentí en control de todo lo que iba a suceder de ahora en adelante.
—¿Un clímax? … ¿Casi tuviste un orgasmo? … ¿Casi te hago volar los sesos? …
Pronuncié con mi voz enronquecida.
—Oh, Dios, mamá, sí … Pensé que lo había tenido … Pero logré detenerme …
—¿Querías que sucediera? … ¿Realmente estabas tan cerca? …
—Pensé que estaba sucediendo, mami … ¡Oh, Dios! … ¡Qué vergüenza! …
—¿Y por qué demonios ibas a sentir vergüenza? … Es un acto natural … Le sucede a todos los chicos …
—Pero no delante de la propia madre …
—¿Y quien te dijo eso? … Tal vez a mí me hubiese gustado verlo …
Dije haciendo salir mi parte malvada y lujuriosa.
—¿Bromeas? …
—¿Acaso crees que bromeo? … ¿No me crees adapta a verlo suceder? …
—¡Qué carajo! … ¿Y si digo que no? …
Ni siquiera consideré esa posibilidad, mi diablillo interior estaba dentro de mi mente y tenía el control.
—Bueno … Entonces pondría mi mano en tu pierna y poco a poco la deslizaría … ¡Ehm! …
Mi dedo estaba tocando su muslo y comencé a subir lentamente hacia arriba, pero él bloqueó mi mano aferrándola con la suya.
—Mamá, no sigas … No podré controlarlo … Te lo advierto …
—Entonces relájate y deja que suceda … Después de todo, justo de eso te había venido a hablar … Un poco de práctica no te hará daño …
Solté mi mano de la suya y la puse de nuevo sobre su pierna, me deslicé por debajo de sus boxers, muy cerquita de sus calientes bolas.
—Vamos … Suéltate … Déjalo ir … Córrete para mí … Quiero verte explotar … Hazlo …
Mi mano se acercó a centímetros de sus bolas y acaricié un poco su escroto, luego lo miré directamente a los ojos.
—Vamos, Alberto … Quiero ver … Me estoy acercando a tu pene …
—Oooohhhh, maaamiii … Va a ser un desastre …
—Entonces quítate lo boxers … Libéralo … Déjalo salir … Dispara sobre la cama …
—Oh, mami … No puedo … No puedo …
—Si tú no puedes entonces lo haré yo …
Rápidamente moví mi mano y agarré la cintura al borde de sus boxers. En solo un par de tirones se los saqué por los tobillos. En ese mismo instante el pene de Alberto se irguió en altura como un inmenso tótem sacro y desafiante, brillaba deliciosamente, estaba duro y muy grande.
—¡Aaaahhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ahaaaaa! … ¡Umpf! … ¡Mami, lo has hecho! …
Grito Alberto mientras se encogía y retorcía sobre la cama con sus ojos cerrados, empujando su pene hacia arriba y disparando gruesos filamentos blancos que rociaron toda la cama. Sus caderas se movían alocadamente mientras su polla se sacudía en el aire.
—¡No mires, mamá! … ¡Uuuffff! … ¡Me estoy corriendo! … ¡Umpf! … ¡No veas! …
Por supuesto que ignoré totalmente sus palabras y miré extasiada, fue algo sublime y hermoso ver su enorme polla estallar. Fue el momento culminante de mi día, quizás de los últimos seis meses, tal vez de todo el año o más. Había rociado su esperma por toda la cama y su polla se sacudía vigorosamente. Las salpicaduras volaban por todas partes antes de que él tomara control de su pija y apuntara los últimos chorros contra su vientre. Luego se quedó de espalda con los ojos que le daban vuelta en sus orbitas, poco a poco su polla se ablandó y se puso en reposo sobre su vientre, todavía vertía algunas gotas que mojaron su estómago. Lo miraba hipnotizada ante este acto de la naturaleza y pude al fin cerrar mi boca.
—¡Guau, amor! … ¡Qué potencia! … ¡Eso sí que fue un orgasmo! … Toda una exhibición de fuerza … Estoy muy orgullosa de ti, tesoro …
—¿Orgullosa? … ¿No estas horrorizada ni sorprendida? …
—No digas boberías … Fue sensacional … Impactante … Desde mi punto de vista, fue encantador … Apostaría a que tú también lo sentiste bien, ¿no? …
—¡Maldición! … No puedo recordar otro momento mejor … Fue incontrolable … Nunca me había salido tal cantidad … No podía parar …
—Sí … Sin duda fue bueno … Déjame darte un beso para agradecerte … Yo también lo disfruté …
Me incliné hacia él para besarlo y sin querer me apoyé en un poza de semen, el beso se arruinó al sentir ese sedimento pegajoso en mis dedos.
—¡Uurrgghh! …
Gruñí levantando mi mano con esas hebras blanquecinas de semen fresco colgando de mis dedos. El olor llego diáfano a mis fosas nasales; un fuerte olor marino. La aromática esencia primordial y hechora de vida llenó mi corazón y mi mente. Miré atentamente los filamentos que colgaban de mis dedos y exclamé.
—¡Demonios! … ¡Esto sí que es pegajoso! … Podría ser usado como pegamento …
—Se pega en los pantalones y se pone tieso … También cuando se pega en mi vientre …
—Creo que será mejor que me lave las manos … Quédate aquí … Ya vuelvo …
Me levanté y crucé el pasillo hacia el baño. Estaba frente al lavabo pronta a abrir el grifo, entonces se me ocurrió otra maldad. Levanté los dedos y respiré profundamente el aroma de la pegajosa substancia, había un aroma erótico. Incapaz de detenerme me llevé los dedos a mi boca y lamí mis dedos con mi lengua. Recordé el delicioso sabor a semen que de meses no saboreaba. También le encontré sabor a poco. Me preguntaba como sería recibir toda la completa eyaculación de mi Alberto directamente en mi boca. Me dije que iba a ser un asunto pendiente por ahora. Me miré al espejo y mostré mi lengua sabrosa de semen fresco y me dije.
—Eres solo una zorra sucia y caliente …
Regresé al dormitorio y Alberto estaba tal cual lo había dejado, o casi, porque estaba sin sus boxers y ahora su pene y sus pelotas descansaban sobre su muslo, muy bien expuestas. Por supuesto que mi ojos se posaron sobre esa maravilla viril con la que madre natura había favorecido a mí hijo, ahora se veía muy bien y relajado sobre su muslo. Volví a sentarme sobre la cama, esta vez evitando los manchones de semen que permanecían sobre el edredón. Alberto me señaló una toalla sobre una silla y la utilicé para limpiar los restos de la eyaculación, pero la cubierta quedó bastante mojada dada la abundancia de limo pegajoso. Calmadamente lo miré y le pregunté.
—¿Y ahora qué? … ¿Qué sigue? …
—¿Qué, que sigue? … ¿Acaso no te basta? …
—Bueno … Solo haz aliviado un poco de tú presión … Pero no hemos concluido toda la conversación … Hay mucho más que hablar …
—Bueno … Pero ahora necesito descansar un poco …
Como era de esperar, mi hijo estaba en un estado de somnolencia y relajación post-orgásmica, necesitaba algo de tiempo para recuperarse. Entonces cambié totalmente de tema y le conversé sobre las próximas vacaciones, estábamos pensando darnos un viaje al extranjero. Luego él me hablo un poco de su colegio y del término del año escolástico.


De pronto me recordé de lo que me había dicho él, ¿qué está haciendo mi hijo con una mujer más grande que él? ¿Por qué no lo hace con chicas de su edad? Así que me decidí a averiguarlo.
—Alberto, ¿por qué te liaste con una mujer mayor que tú? …
—Porque una mujer mayor es mucho más atractiva … Las jóvenes no saben nada de la vida … En cambio, mi nena es muy linda y sabe de todo …
—¿Y se puede saber cómo se llama ella? …
—Genoveva … Hasta tiene un lindo nombre, ¿verdad? …
—¿Genoveva? … La única Genoveva que me viene en mente es la vecina … Esa que está casada con el marino que se ausenta por largos periodos de tiempo, ¿es ella? …
Alberto me sonrió entre dientes y movió afirmativamente su cabeza.
—No lo puedo creer … ¿Lo estás haciendo con ella? … ¿Cómo diablos te encontraste con ella? …
Le pregunté mientras mi mente traía al presente la imagen de esa mujer, Genoveva; ¡pero sí tenía más o menos mi edad!
—Todo sucedió muy rápido … Ella regresaba del supermercado con su carro lleno de bolsas de la compra … Nos sonreímos y yo me ofrecí a ayudarla … Luego que terminamos ella me ofreció un refresco y me hizo entrar a su casa … Y después solo sucedió … Así sin problemas … Ella … Ella es Genoveva y es muy linda, mami …
—¿Y lo hacen en la casa de ella? … ¿No te quedas a pasar la noche? …
—No … muchas veces paso cuando regreso del colegio y me quedo hasta tarde … Pero me gustaría poder dormir junto a ella una noche … Ella es increíble y tan linda … ¡Aaaahhhh! …
Seguramente tenía buenos recuerdos de ella. La felicidad en su rostro era obvia, de repente su rostro cambió y cuando me preguntaba, ¿por qué? Alberto imprecó.
—¡Maldición! … ¡Oh, no! … ¡No, otra vez! …
Intrigada lo recorrí su cuerpo con mi vista y me percaté de que su pene volvía a la vida. Se estaba irguiendo y su prepucio se estiraba poco a poco. Alberto lo observaba impertérrito y yo lo miraba fascinada, viéndolo como se endurecía, ambos estábamos en silencio y esa cosa no cesaba de crecer y crecer. Su prepucio se había arremangado totalmente hacia atrás, poniendo en muestra su bulbosa cabezota brillante y el movimiento parecía haber arrastrado el saco de sus bolas que colgaban bajo la furiosa erección que continuaba a elevarse.
—Lo siento, mamá … Pero no puedo evitarlo …
Entendí perfectamente su excitación. Muchacho adolescente con hormonas endemoniadas. Obra maravillosa de la naturaleza. Mi propia panocha se había convertido en un charco. Evite mirarlo y resistí la tentación de volver a tocarlo, pero no pude evitar de hacerle otra pregunta.
—Y dime … ¿Por qué te gusta tanto esa Genoveva? … ¿Por qué la encuentras tan linda? …
Alberto me dio una mirada suspicaz y no me respondió.
—¡Vamos, querido! … Puedes decírmelo … No me voy a enojar …
Él dio una respiración larga y profunda, luego habló.
—Bueno .. Pero tú me lo pediste … Ella es muy linda y … Bueno … Me lo chupa muy rico … Ella sí que lo sabe hacer …
Casi al instante tragué toda la saliva que tenía en mi boca y sentí otra convulsión mientras mi coño se contraía muy apretadito. También noté que el pene de Alberto se sacudía violentamente. Casi se me escapó un gemido y me estremecí al recordar los placeres derivados del chupar una hermosa polla, cosa que no sucedía desde hace casi un año. Sacudí mi cabeza y atajé con mi lengua una gotita de saliva que se me escapaba por la comisura de mis labios. Al mirar su pene, de repente me sentí pronta a llevármelo a la boca y tragármelo todo entero.
—¡Oooohhhh! … ¡Uhmmmmmm! … —Gemí casi sin aliento, inmediatamente me recompuse.
—¡Ehm! … Bueno … ¡Eh! … Pero cuéntame que es lo que tiene de bueno …
—Es la forma en que ella me mira … Como si quisiera devorarme todo … Parece hambrienta de mi polla …
Dijo entrecerrando los ojos y enronqueciendo su voz, luego añadió.
—Y me lame por todas partes … Mis muslos … Mi vientre … También mis bolas … Las chupa y se las echa a la boca, una a la vez …
Mientras hablaba su pene se sacudía y saltaba sobre su abdomen. Respiró profundamente haciendo una pausa que me pareció interminable.
—No te detengas … Habla … Dime, ¿Qué más? …
Alberto exhaló su largo respiro y continuó.
—Usa su lengua y sus manos todo el tiempo … ¡Oh, mamá! Es delicioso …
—Cómo … ¿Cómo es que te hace todo eso? …
Pregunté ansiosa de saber cada detalle que esta mujer madura hacía con mi Alberto.
—¿Quieres saberlo? … Ven aquí y te mostraré … Acércate …
Extendió sus manos hacia mí y dócilmente me dejé tirar a su costado, colocando mis manos sobre su abdomen, justo bajo su ombligo. Me acomodé un poco y me di cuenta de que estaba a centímetros de su gorda polla pulsante. El aroma de sexo caliente llenó mis fosas nasales, las que se ensancharon para absorber por completo el perfume de sexo. Casi en un trance miré hacia arriba a la cara de mi hijo y lo encontré sonriéndome, luego mis ojos se deslizaron por su pecho, su estómago, su pubis y sorpresivamente a mis manos … ¡Dios, mío! Mis manos habían atrapado su pene, brillante, hinchado, enrojecido y reluciente, con incipientes gotitas formándose sobre la cima de su enorme cabezota
—¡Jesús! … ¡Jesús! … —Gemí exhalando un suspiro, escuche a Alberto exclamar.
—Sí … Así … Ella lo hace así … Estás haciéndolo como ella … Es genial …
—¿Y que más te hace ella? … —Me oí preguntar con mi cara casi rozando su endurecido pene.
—Usa su lengua … Me lame con su lengua … Su lengua sube y baja por mi polla … Prueba, mami … Hazlo, por favor …
No pude evitarlo, estaba tan cerca, que me basto sacar mi lengua para entrar en contacto con su pene enardecido y candente, la punta rozó mi nariz.
—¡Oooohhhh! … ¡Ssiii! … ¡Pfffiiiuuu! … ¡Que rico, mami! … ¡Chupa, mamá! … ¡Chúpamelo! …
No había modo alguno de que algo o alguien me pudiera detener. Debía tenerlo en mi boca. Tenía que saborear la sapidez salina de la polla de mi hijo. Era algo perentorio e irrenunciable. Moría por tener toda esa hermosa longitud de pene vibrando entre mis labios. Lo aferré firmemente con una mano, me incliné sobre su hombría, abrí mi boca y me tragué de una toda su cabezota.
—¡Oooohhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ssiii, maaamiii! …
Gimió gozoso Alberto mientras yo movía lentamente mi cabeza hacia arriba y hacia abajo, haciendo entrar en mi boca cada vez más de su gorda polla. Estaba super concentrada y ocupada absorbiendo los deliciosos sabores, apreté mis labios alrededor de su polla y mis mejillas se hundieron cuando succioné sus gotitas de semen directamente de su meato. Alberto puso su mano sobre mi cabeza y acompaño acompasadamente mis rítmicos movimientos, guiándome sumisamente en mi tarea de chupar su polla. Lo magreé con mis dedos, lo masajeé con mis manos, lo chupé y succioné vigorosamente entre mis labios. Repentinamente Alberto me apartó la cabeza, su pene salió disparado de mi boca y quedó conectado con filamentos de saliva a mis labios.
—¡Detente! … ¡Detente! … ¡Detente! … Casi … Casi me haces explotar …
Lo mire con una cara de gatita y haciendo pucheritos le dije.
—Lo quiero, Alberto … Devuélvelo a mis labios … Dámelo … Déjame hacerte acabar … Lo necesito más que nunca …
—Sí, mamá … Yo también lo quiero … Pero quiero entrar en ti, mamá …
Dijo mí hijo comenzando a desabotonar mi blusa, luego dio unas palmaditas sobre el edredón y me invitó.
—Sube a la cama, mamá ... Ven aquí, por favor …
—¡Oh!, sí, Alberto … Yo también te quiero … Quiero sentirte otra vez en mi …
Él se arrodilló y comenzó a quitarse la remera, mientras lo hacía me mostró la cubierta con su mano, diciendo.
—Recuéstate, mami … Aquí … Más al centro …
Dijo mientras me guiaba al lugar que ocupaba él precedentemente, muy pronto me encontré descansando sobre mi espalda y Alberto con su arnés gigante, luciente y goteante se ubicó a mi lado, su polla se movía casi con nobleza y espiritualidad, como una férula sacra, como el órgano sexual de un Sacerdote que me subyugaba por presencia y me rendía una devota de su pene hierático.


Me preparé cerrando los ojos y abriendo la boca para recibir su deliciosa pija divina, pero él tenía otras ideas. Sentí como se movía sobre el lecho y espere ansiosa de volver a sentir mi boca colma con su masculinidad caliente, pero en lugar de eso sentí sus cálidas manos separando mis muslos. No sabiendo que posición adoptaríamos, lo dejé manipular y abrir mis piernas, de algún modo se arrodillaría y penetraría mi poca con su poderosa polla, sin embargo, sentí que se preocupaba más de mi coño. Extasiada por las maravillosas sensaciones que sentía mi cuerpo, levanté automáticamente mis caderas y empujé mi panocha hacia arriba, encontrando lo que me parecieron los dedos de Alberto.
—¡Aaahhh, Alberto! … ¡Uhmmmm! … ¡Nooooo! … ¡Hmmmmmm! …
Gemí sintiendo sus falanges acariciándome justo ahí donde mi concha palpitaba con enardecida fuerza.
—¡Alberto, no deberías! … ¡Hmmmmm! … ¡Detén esos dedos! … ¡Oooohhhh! … ¡Umpf! … ¡Se supone que! … ¡Oh, Santísimo Jesús! … ¡Aaahhh! …
Sus impresionantes y hábiles dedos habían encontrado mi clítoris y me tocaba en un trémolo, toda mi resistencia se desmoronó y desapareció en un instante. Estaba tan caliente que quería que me metiera su pene en la boca mientras me hacía gozar con sus duchos dedos. Ya no me importaba de quien eran los dedos que magreaban mi vagina, solo quería chupar y gozar. Anhelaba su polla en mi boca. Ni siquiera me importaba que él se hubiese apoderado de mi coño, ¡todo lo que yo quería era sexo y más sexo!


Los dedos de Alberto rasgueaban mi clítoris cual, si fuese una cuerda de guitarra, rápidos y veloces, a ratos rasgueando, a ratos abarquillando en círculos concéntricos, otras atrapándolo entre sus dedos como a un pequeño pezón. Jadeaba y gemía estremeciéndome de pies a cabeza, me estaba haciendo enloquecer de placer. Luego metió sus dedos dentro de mí y casi sufrí un colapso de goce y lujuria, sus dedos se agitaban y revolvían todo dentro de mí. No pude soportar más y le imploré que me lo hiciera sentir en mi boca.
—¡Déjame tenerlo, Alberto! … ¡Ponlo en mí! … ¡Dámelo ya, por favor! …
—Sí, mami … Ahora lo tendrás … Quédate así quietecita …
Forcé mis mandíbulas y abrí mi boca lo más que pude esperando que él me la llenara, pero solo emití un chillido espeluznante.
—¡Aarrgghh! … ¡Noooo! … ¡Ummmmmm! …
La mitad de su inmenso pene estaba dentro de mi panocha.
—¡Alberto, nooooo! … ¡Ahhhhhh! … ¡Umpf! … ¡Ohhhhhh! …
El macizo y endurecido pene de mi hijo se había incrustado profundamente dentro de mí. Todos mis instintos maternales y principios habían sido borrados por su poderosa pija, mí único y delicioso sentimiento era sentir la maravillosa, larga y gruesa polla empujando mis carnes y colmando todos mis espacios. Por fin mi panocha tenía una polla que la llenaba toda, por fin cuerpo se entregaba a la lujuria y felicidad de gozar con la tremenda pija de mi hijo. Ya era demasiado tarde para quejarse, habíamos pasado la frontera e íbamos demasiado lejos como para volver a desandar el camino que estábamos tomando. Ya nada ni nadie nos detendría,
—¡Oh, Alberto! … ¡Hmmmmm! … ¿Qué demonios? … ¡Se siente tan bien eso! … ¡Ahhhhhh! … ¡Pero no deberías haber hecho eso! …
—Tu dijiste que podía … Tú me lo pediste … Dijiste, “dámelo”, “Ponlo en mí” … Y eso fue lo que hice … Y me encanta de haberlo hecho …
Él había iniciado un delicioso mete y saca.
—Pero no fue eso lo que quise decir … Bueno, sí … Quiero decir, nooo … ¡Uhhhhhh! … ¡Ahhhhhh! … ¡Hmmmmmm! …
Gemí y aullé, su polla me volvía loca, estaba al borde de explotar en un orgasmo inauditamente fuerte. Mis piernas comenzaron a tiritar fuera de todo control, hundí mi vientre y mis caderas rotaron enloquecidas.
—¡Ay! … ¡Ahhhhhh! … ¡Ahaaaa! … ¡Ahaaaa! … ¡Umpf! … ¡Uhhhhhh! … ¡Ohhhhhh! …
—Te ves como Genoveva … Tienes una cara preciosa que lo dice todo … Pero eres mucho más linda que ella, mamá …
Esas palabras me llevaron al séptimo cielo y casi perdí el conocimiento mientras mi panocha se apoderaba de todos mis sentimientos y sensaciones.
—¡Ahaaaa! … ¡Ahaaaa! … ¡Ahaaaa! … ¡Hmmmmmm … ¡Uhhhhhh! … ¡Ahhhhhh! …
Mi abrumador y apabullante orgasmo, hizo colapsar el poco de moral que me quedaba y me abracé a Alberto con mis piernas cerradas sobre sus muslos y empujando su polla entera dentro de mí encharcada panocha. ¡Oh! ¡Qué delicia! Su hermoso e inmenso pene se hundía una y otra vez dentro de mí haciéndome delirar, presionando mi cuello uterino y estirando mi vagina al máximo.
—¡Ohhhhhh! … ¡Uhhhhhh! … ¡Umpf! … ¡Ahaaaa! …
Jadeé en las postrimerías de mi orgasmo, pero no estaba sacia, sabía que había más, quería más y Alberto podía darme más. Disfrute de su furioso mete y saca, los enardecidos embistes de su dura polla que se movía dentro y fuera de mi hendedura. Todavía pensaba en su polla en mi boca, pero esto era igual o mejor de bueno, con toda probabilidad mejor. Siempre habría tiempo para poder chupárselo, ¿quizás después de que él eyaculara dentro de mí? Me pareció una excelente idea y me aboqué en cuerpo y alma para que eso sucediera. Mi cuerpo todavía temblaba con cada embestida suya.
—¡Oh, Alberto! … ¡Córrete dentro mí, hijo! … ¡Quiero que me los des todo! …
—¿Dentro de ti? …
—¡Sí, bebe! … ¡Eres mío! … ¡Me lo debes! … ¡Lo quiero todo dentro, hijo! …
Sus movimientos se hicieron más veloces y más rudos, me estremecía entera con cada golpe de su ingle contra mi ingle. Me emocione casi al punto de llorar cuando lo sentí y escuché gruñir.
—¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Urghhhhh! … ¡Urghhhhh! … ¡Ahhhhhh! …
Su lechita caliente comenzó a verterse directamente en mi matriz en benditos borbotones que chorreaban mi cuello uterino. Los músculos de mi vagina se crisparon y apretaron alrededor de su gruesa polla, drenándola, ordeñándola, estrujándola; no queriendo dejarla ir por ninguna razón al mundo.
—¡Uhhhh! … ¡Sí, bebe! … ¡Lléname todita! …
—Sí, mami … Toma … Toda para ti … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Urgh! … ¡Ahhhhh! … Me estoy corriendo en ti, mamá …
—¡Santo Dios, nooooo! … ¡No podemos hacer esto! … ¡Oh, Dios! … ¿Qué estamos haciendo? …
—Pero tu dijiste que podía, mami … Ya no puedo detenerme … Ya lo hice … Ya lo hice, mamá …
—¡Oh, no! … ¡Alberto, no! … ¡No dentro! …
Mientras hablaba completamente en pánico, sentí las contracciones involuntarias de mi coño alrededor de la gruesa polla de mi hijo, anclándolo en la profundidad de mi panocha, sosteniéndolo dentro para no dejarlo salir, succionando toda su leche directamente en mi cérvix.
—Pero tu dijiste adentro, mami …
—¡Oh, Señor Santo! … ¡Basta! … ¡Basta! … ¡Se supone que no debes! … ¡Hmmmmm! … ¡No debemos! … ¡Ahhhhhh! … ¡Oh, Dios! … ¡Oh, Dios! … ¡Hmmmmmm! …
Repentinamente las ondas de placer volvieron a golpear mi cuerpo. La vibraciones comenzaron en mi vagina y se extendieron hacia abajo haciendo tiritar mis piernas incontrolablemente y, hacia arriba insuflando mis tetas, moviéndolas hacia arriba, así como arqueaba mi espalda, mi cabeza se perdió en medio a la almohada; mi coño se retorcía y amarraba la polla de Alberto, la agarraba con fuerza tratando de desollar la afelpada piel de su prepucio. En vez de rechazarlo, mi panocha estaba devorando el grueso pene de mi hijo. Enterré mis uñas en su espalda y grité en un desahogo divino.
—¡Ssiii! … ¡Ssiii! … ¡Ssiii! … ¡No pares! … ¡Por favor, no te detengas! …
Rápidamente alcancé la cúspide de otro orgasmo. El pene de Alberto estaba todavía durísimo y seguía embistiendo mi coño con el ímpetu de su juventud. Sentía sus pulsaciones dentro de mí e imagine que todavía eyaculaba su esperma profundamente en mi matriz. Si mi vagina hubiese tenido dientes, ahora mismo estaría devorando el macizo y carnoso pene de mi hijo. Accioné con fuerza mis músculos vaginales para darle unas últimas y potentes mordidas. ¡Oh! ¡Qué placer, mí Dios!


Naturalmente, una vez pasadas todas las sensaciones de lujuria y placer, mi cerebro comenzó a centrarse. Mis piernas resbalaron sobre la cama, quedando abiertas para liberar a mi hijo. Mis sentidos estaban volviendo a mí y la cruda realidad también volvía. Sentí mis pezones aún duros y excitados bajo mi sostén. Mi prenda estaba sudada y emanaba un agradable olor a sexo. Entonces sentí la gruesa polla de Alberto todavía alojada en mi panocha, pero más suave y sin fuerzas.
—¡Oh! … ¡Dios mío, Alberto! … ¡No deberíamos haber hecho esto! … ¡No esperaba esto! …
—¡Yo tampoco, mami! … ¡Pero fuiste genial! … ¡Todo fue genial! …
—¿Genial? … ¡¡Un carajo!! … ¡Todo está mal! … ¡No salió como yo planeaba! …
—¿Sabes qué, mami? … ¡Yo creo que todo fue premeditado! … ¡Entraste con la esperanza de echar un polvo! …
—¡¡Alberto!! … ¡Pero que dices! … ¡No fue así! … ¿Cómo diablos se te ocurre pensar eso? …
—¡Quizás no soy tan nerd como tu piensas, mamá! … ¡Me di cuenta como mirabas mi polla! … ¡Tus ojos te delataban, mami! …
—¡Eso es totalmente estúpido! … ¡Ahora bájate de mí; necesito limpiarme! …
—¡Está bien, mamá! … ¡Quiero creerte! … —Dijo deslizándose de encima mío.
—¡Ahhhhh! … ¡Hmmmm! … —Gemí sin querer, mientras su grande pene resbalaba fuera de mi coño.
—¿Qué te sucede, mamá? … —Preguntó Alberto muy atento.
—¡Ehm! … ¡Nada … nada! …
Logré balbucear sintiendo la vacuidad de mi panocha, sentí un vacío completo cuando su pene dejó la concavidad mojada de mi sexo, luego me dirigí a él.
—Y tú, no te muevas de aquí … No he terminado contigo … ¿Y donde está esa maldita toalla? …
—Frente a ti, mami … Sobre la silla ... Te esperaré, mamá … Te amo …
Dijo Alberto y hasta sonaba divertido, me giré un poco furiosa y lo apunté con un dedo.
—¡Tú! … ¡Tú! …
Traté de decirle algo mientras me bajaba de la cama y secaba mi coño goteante con la toalla. Antes de encaminarme hacia el baño, volví a decirle.
—Tú asegúrate de no moverte de aquí …
Apenas salí del dormitorio, me pregunté por qué necesitaba que él estuviera allí, pero no pude encontrar una respuesta plausible. Todavía en mi cerebro estaba el tema de la orientación sexual, pero las cosas se habían salido del camino y habíamos terminado en toda otra cosa. En el baño me despojé de todas mis prendas de vestir y me senté en el inodoro. Oriné abundantemente para hacer que escurriera el semen de mi hijo, luego me metí a la bañera y me lavé acuciosamente para borrar cualquier evidencia de lo que habíamos hecho. Exhalé un suspiro de frustración, no de frustración sexual, sino que estaba molesta por no haber controlado la cosas y haber terminado teniendo sexo con mi hijo. Me paré frente al espejo y me recriminé.
—¡Estúpida! … ¡Te lo buscaste! … ¿Cómo se te ocurre entrar en la habitación de tu hijo cuando estás terriblemente cachonda? …
Salí del baño, crucé el pasillo y volví al dormitorio de Alberto con mil pensamientos en mi mente. Debía poner las cosas en su lugar de ahora en adelante y hacerle ver lo absurdo y equivocado que había sido todo. Él me recibió con una sonrisa feliz.
—¡Guau, mami! … ¡Estás toda desnuda! … ¡Eso es genial! …
Me quedé patidifusa, solo ahora me di cuenta de que me había despojado de todos mis vestidos. Pero era ya demasiado tarde. Traté de actuar como si nada y me tranquilicé.
—¡Maldición! … ¡Ignórame, Alberto! … ¡No estoy pensando claramente! … ¿Vale? …
—A mi no me importa, mami … Ven … ¿Quieres volver a sentarte? …
—¡Ehm!, no sé … Estoy confundida … Mi cerebro todavía no engrana … Me sentaré …
Volví a sentarme en el mismo lugar de antes, pero esta vez totalmente desnuda y Alberto extendió sus brazos.
—¿Puedo abrazarte, mami? …
Inconscientemente moví mi cabeza en modo afirmativo mientras él se inclinaba y me tiraba hacia él. Su acción me hizo girar sobre el lecho, subí mis piernas sobre la cama y luego me encontré acostada con mi cabeza sobre la almohada, me acomodé como una autómata. Alberto me beso con sus cálidos labios, primero un beso suave y luego más ardiente. Su beso se sintió tan bien que sentí que mi boca se abría y mis labios respondían a su beso.


Alberto me empujó suavemente alejándome de su cuerpo, fue entonces que sentí la maciza dureza de su pene contra mi muslo.
—¡Oh! … ¡Dios, Alberto! … ¡No! … ¡Otra vez no! …
Jadeé mientras mis ojos fijaban esa tremenda y bulbosa cosa que se alzaba entre nosotros. Su pene había vuelto con una furiosa erección y apuntaba directamente hacia mí. Traté de alejarlo justo cuando él me empujó sobre mi espalda, sumisa y sorprendida me quedé allí expectante.


Y luego Alberto se inclinó sobre mí, me besó otra vez, a continuación, se deslizó sobre la cama. Por un instante estuve intrigada por lo que iba a pasar, pero gemí y jadeé de alegría cuando sus delicados labios atraparon suavemente mi pezón izquierdo.
—¡Albeeerto! … ¡Oooohhhh! … ¡Albeeerto! … ¡Mí Albeeerto! … ¡Ahhhhhh! …
Grité abrumada instantáneamente por la pasión de mi hijo. Él levantó su cabeza y me miró con una amplia sonrisa en su rostro.
—¡Genial, mami! … Tienes super tetas … Con super pezones …
Su cabeza se movió una y otra vez encima de mí atacando mi pezón. Nuevamente farfullé verbos incomprensibles de deleite y lujuria sintiendo las convulsiones espasmódicas de mi cuerpo al sentir que sus dientes me masticaban y su lengua dibujaba senderos circulares sobre mis excitadas areolas, jadeé atribulada cuando dejé de sentir su estimulación.
—¡Oooohhhh! … ¡Mí querido Alberto! … ¿Qué demonios estamos haciendo? …
Pregunté ociosamente tratando de mostrarme sorprendida, cuando lo único que deseaba era que volviera a ocuparse de mis tetas.
—¡Ohhhhhh! … ¡Uhhhhh! … Sabes que no …
Pero otros escalofríos me acallaron por completo cuando sentí su lengua deslizarse por mi abdomen, me sacudió un temblor notando que descendía más debajo de mi ombligo, su lengua me estaba explorando y mi cuerpo ya sabía hacia donde se dirigía.
—¡Hmmmmmm! … Alberto, ¡no lo hagas! ... ¡Ahhhhhh! …
Dije casi sollozando en vano, porque mis manos estaban guiando su cabeza hacia el centro de placer de mi cuerpo y moría por sentirlo allí en ese lugar inviolable para un hijo, mi panocha.


Me estremecí perturbada cuando su barbilla se posó sobre mi abultado monte de venus, de repente abrí mi boca para lanzar un alarido agónico en anticipación a lo que iba a venir. Pero solo me retorcí sobre el edredón cuando sus labios tibios rozaron mi clítoris con deliciosos y tiernos besos. Su maravillosa lengua se insertó delicadamente en la hendedura superior de mi vagina y mis jadeos se hicieron audibles, creí morir, todo mi cuerpo tembló, de mi boca escapaban solo ruidos incoherentes acompañados de fuertes gemidos. Mi cuerpo buscaba otro desahogo. Dentro de mí se estaba formando un tsunami de placer y mi corazón se mecía al ritmo de las ondas, las cosquillas enloquecedoras de mis senos anunciaban el inicio de otro terrorífico orgasmo. Unos chasquidos de su lengua abofetearon directamente mi clítoris y fue suficiente para iniciar la conflagración. Empujé su cabeza contra mi panocha, al tiempo que mi bajo vientre se estremecía en espasmódicos temblores.
—¡Albeeerto! … ¡Aaahhhhhh! … ¡Oughhhh! … ¡Hmmmmmm! … ¡Umpf! … ¡Albeeerto! … ¡Mmmm! … ¡Oooohhhh! …
Mi caderas se levantaron de la cama sacudiéndose violentamente, mis piernas se abrían y se cerraban alrededor de su cabeza, luego las abrí al máximo y malvadamente tire de sus cabellos y restregué mi labia vaginal chorreante contra su boca.
—¡Oooohhhh! … ¡Albeeerto! … ¡Cariño! … ¡Me estás haciendo acabar! … ¡Oh, Dios! … ¡Oh, Jesús! … ¡Hmmmmmm! … ¡Ponlo en mí, amor! … ¡Métemelo! … ¡Regálame tu polla, tesoro! …
Gemí y abrí mis piernas para él ofreciéndole una vez más mi encharcado coño materno. Su polla se apoyó en mi ingle y luego estaba dentro de mí, deslizándose en el surco resbaladizo y estrecho de mi vagina. Era allí donde pertenecía, mi concha le pertenecía. Mi agujero candente y mojado volvía a tener dueño, mi hijo.


Jadeamos, nos besamos, acariciamos y gemimos sintiendo el goce de nuestros órganos sexuales. El grueso y largo pene de mi hijo se deslizaba profundamente en mi necesitada vagina.
—¡Ohhhhhh! … ¡Uhhhhhh! …
Se sentía tan suave, tan caliente, tan macizo. Su pene se deslizaba fácilmente dentro de mí en un delicioso mete y saca, dentro y fuera; llenándome una y otra vez. Transportándome a una dimensión nueva, un mundo donde podía follarme al infinito con movimiento perpetuo, donde viviríamos solo para tener sexo sin límites.


Abrí mis ojos para mirar como el pene de mi hijo ensanchaba mi panocha, su polla se enterraba en lo profundo de mí chocho a repetición, vi su rostro adornado por una dulce sonrisa.
—¿Qué te parece tan gracioso, cariño? …
Lanzó una carcajada y dijo.
—Es que pensaba que me ibas a enseñar sobre sexo … Pero tengo la sensación de que quien ha aprendido eres tú … Ya vez que no soy tan nerd, ¿no? …
—Sí … Creo que tienes razón … Pero ahora tu pene está en mi vagina, ¿sabes? … Y quiero que me enseñes más … ¡Vamos! … Continúa con la lección …
—¡Oh, mami! … ¡Eres genial! … Todas las lecciones que quieras …
—Y tienes que terminar con esa Genoveva …
—¡Y quien la conoce! …


Fin


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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!


luisa_luisa4634@yahoo.com

escrito el
2024-12-25
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