Mis hijos.
por
Juan Alberto
género
incesto
Estaba realmente contenta de tener a mis dos hijos en casa. Aquiles de diecisiete años en el último año de enseñanza media y Darío de dieciocho años en un preuniversitario. Mi marido navegando en algún océano del mundo a cargo de un Porta containers italiano, seguramente en amoríos con alguna camarera ucraniana o polaca, mientras yo planeaba pasar sola el fin de semana. Por eso me alegraba tanto de estar en compañía de mis dos hijos, mi matrimonio prácticamente se mantenía a flote por inercia.
Mis hijos era lo mejor de mi vida. Con mi marido casi siempre lejos de casa, siempre habíamos sido muy cercanos. Claramente no podía hablar con ellos de mis problemas matrimoniales. Estaba convencida de que mi marido me iba a dejar por alguna de sus jóvenes conquistas y se trasladaría a vivir en Europa. Pero no podía decirles a ellos mis problemas. No sabría responder a todas sus preguntas, porque seguramente iban a haber preguntas.
¿Por qué no lo resolvieron? ¿Por qué él te engaño? ¿Por qué? ¿Por qué? Había millones de preguntas, pero yo no estaba preparada para responder ninguna de ellas. Pues yo misma no tenía las respuestas. Podría decir que ya no soy interesante para él. A mis treinta y ocho años, con dos embarazos, mi cuerpo no era ya rozagante como alguna vez lo fue. Ciertamente supe mantenerme con mucho esfuerzo al gimnasio. Pero a él no le bastaba; él siempre tenía a disposición alguna jovencita alegre que podía llevarse a la cama. Él siempre quería más. Desafortunadamente el matrimonio también es eso, tener sexo pensando a otra persona.
Así que aquí estaba yo mirando a mi ángel de ojos claros, Aquiles. Me sonrió mientras cortaba otro pedazo de pizza y movió la bandeja hacia su hermano Darío que bebía una cerveza y tomaba el último trozo de pizza. Ambos usaban tenedor y cuchillo para servirse la pizza. Me pregunté si sabían que donde guardo los utensilios de cocina, también guardo un grueso consolador vibrador de color rojo y que lo había estado usando esta mañana cuando ellos estaban fuera de casa. No sé si a alguno de ellos se le habría podido ocurrir lo cachonda que es su madre.
—Mamá … Genial la pizza … Gracias … —Dijo Aquiles y se puso de pie.
—Gracias, querido … No te preocupes por los platos … Ve a ver la televisión … Hoy juega la nacional …
Me sonrió, deposito su plato en el lavabo y luego me dio un abrazo.
—Mami … Eres la mejor … —
Me susurró al oído. Darío se levantó apresurado y dijo.
—Mamá, yo también voy … Ya estamos clasificados, pero hay una gran partido contra Brasil …
— ¡Vayan! … ¡Vayan! … Yo me encargo de todo aquí …
Pasé los siguientes minutos lavando los platos y limpiando todo. Pensé en mis hijos y en lo orgullosa que estaba de ellos. Darío se preparaba para la universidad, era muy inteligente y ganaba un montón de dinero como Influencer. También era muy guapo y ya poseía un hermoso auto, algo que tiene que ver con la hípica, creo, porque tiene un caballito. No se cuantas novias ya le había conocido, pero sabía que no tenía nada serio con esas chicas. Lo único que se tomaba en serio era sus estudios y las horas de grabación para su programa.
Aquiles era diferente. Tranquilo y un poco introvertido. Generalmente le gustaba estar solo en casa y no acompañaba mucho a su hermano. Él era muy sensible, se destacaba en lo artístico. También era muy guapo, pero de una manera diferente a su hermano. Todas las chicas de la secundaria lo perseguían. Pero nunca lo vi liarse con ninguna de ellas. Al parecer su cabeza siempre estaba divagando por algún lugar del espacio, lejos de todos. Tuve hasta miedo de que fuera gay, hasta cuando encontré algo de pornografía en su habitación. El hecho es que él no estaba preparado para relacionarse íntimamente con una mujer y no lo culpé por ello. Sería la primera a revelarle que también a mi me gusta el sexo en solitario.
Ellos crecieron y ya Darío era adulto, en cambio Aquiles estaba en la última etapa de su adolescencia. Me gustaba tenerlos en casa, aunque si algunas veces se comportaban como niñitos de diez años. Jugaban y veían televisión y hacían desordenes. Eso no me importaba en absoluto. Siempre habían sido buenos hermanos y me encantaba verlos compartir casi todo. Eso me hacía sentir orgullosa por haber hecho bien las cosas como madre. Lástima que al parecer no fui una buena esposa.
Esto me hizo fruncir el ceño. Me sequé las manos con un paño de cocina y pensé al magnifico consolador que me hacía sentir tan bien. Meneé la cabeza y deseché cualquier idea cachonda. No mientras los niños estuvieran rondando por la casa, ya tendría oportunidad esta noche en la soledad de mi dormitorio. Me fui a la sala de estar a ver la televisión con ellos, me senté en el sofá en medio a los dos. Vimos el encuentro de futbol hasta el final y hubo un sufrido empate. Luego Aquiles escogió una divertidísima comedia en Netflix. Después de la película se levantaron y se despidieron para irse a la cama, me despedí de ambos y los vi subir las escaleras. Me quedé un rato sentada.
Mi mente volvió a la cocina y a mí consolador. Tenía algunos asuntos pendientes con mi artilugio fabuloso. Pronto los chicos se quedarían dormidos. Mi coño estaba encendido, cruce las piernas y las apreté, luego me levanté y fui a buscar el consolador. Sabía que debía ser discreta y silenciosa, nada como mi acto de esta mañana en que me tire arrodillada al piso de la cocina y me puse a saltar encima de mi consolador hasta correrme y rociar las baldosas de la cocina.
Era justo lo que estaba necesitando, aunque fuera sólo de un trozo de gel. Decidí establecer una nueva regla, me haría correr por el consolador y luego descansaría por una semana. Debía calmarme y volver a ser mamá, pero necesitaba correrme. Después de todo soy una mujer sana y con necesidades físicas igual que cualquier otra mujer.
Me estiré como una tigresa y me levanté. Me puse frente al espejo del armario y jugué con mis cabellos. Estaban un poco largos y pensé en programar una cita a la peluquería para esta semana. Me subí a la balanza electrónica y me enderecé, sólo cincuenta y ocho kilos, nada de mal, me dije a mí misma. Sin saber el cómo ni el porqué, imaginé a mi marido en la otra parte del mundo follando a una puta filipina o tailandesa.
Suspiré audiblemente y me fui a la cocina. Mis manos temblaron levemente en mi estado de excitación creciente, necesitaba correrme a como de a lugar. Saqué el consolador y sonreí. Era mi macho fiel. Una erección que nunca falla, siempre rico, grueso y durito para mí. Rebusqué en el cajón y encontré el lubricante. Lo más ventajoso de un consolador es que puedes ocuparlo en cualquiera de tus agujeros. Pensé en el mejor sexo que había tenido con mi marido y apreté mis muslos cachonda. Sonreí, era el pensamiento que necesitaba para correrme.
Subí las escaleras y me dirigí a mí habitación. Aquiles y Darío ya estaban en sus respectivos dormitorios. Entré a mi cuarto y me recosté en mi cama grande. Sentí ya la humedad de mi coño cuando me quité los pantalones y la blusa. Tomé el consolador y lo lubrique parsimoniosamente, luego lo activé y lo puse entre mis muslos, cerquita de mi coño. Cerré los ojos e imagine los dedos de mi marido acariciándome. Él sabía cómo tocarme y en los primeros años de nuestro matrimonio, él lograba hacerme correr sólo con sus dedos. Dejé escapar un lánguido gemido de excitación cuando recorrí mi hendedura mojada con el consolador vibrando y haciendo temblar mis hinchados labios, mi coño se empapaba cada vez más.
Pensé en su gruesa polla y suspiré. Yo solía vivir pensando en esa cosa caliente y dura. Cualquier momento en que estábamos solos, yo se lo sacaba de los pantalones para meterlo en mi boca o en mi coño, algunas veces en mi trasero. Esos pensamientos bastaban para hacer que me corra. Suave y lentamente penetré mi coño resbaladizo con el grueso consolador y comencé a moverlo hacia adentro y hacia afuera, abrí ampliamente mis piernas para hacerlo ir lo más adentro posible.
—¡Hmmmmmm! … ¡Ahhhhhh! …
Gemí sintiéndolo vibrar dentro de mi cavernosa y candente panocha. Imaginaba la polla de mi esposo enterrada en mi conchita. Abrí apenas un poquito los ojos para ver el juguete que se hundía en mi encharcado coño y me quedé paralizada. Aquiles estaba en el umbral de mi puerta mirándome en silencio. Entré en pánico total.
—¡Jesús! … ¡Aquiles! …
Chillé sacando apresuradamente el consolador de mi coño mientras tiraba el edredón sobre mí desnudez.
—¿Qué haces aquí, hijo? …
Su cara estaba roja como un tomate, entró a mi dormitorio y cerró la puerta.
—¡Ehm! … Yo … Sólo quería darte las buenas noches, mamá … No … No podía saber que tú … ¡Ehm! … Yo … ¡Uhm! … No esperaba …
—¡Sí! … Sí … Lo sé … Está bien … Lo siento …
Intente sonreír levemente. ¡Demonios! Había traumatizado a mi hijo de por vida. Y ahora, ¿qué hago? Aquiles se sentó en silencio al final de la cama. Lo miré y traté de mejorar mi compostura. Él me encuadró con sus grandes ojos claros y me preguntó.
—Mamá … ¿Te sientes sola? …
La pregunta me sorprendió y lo único que logré balbucear fue:
—¿Qué? …
Me miró serio y con afecto, luego dijo.
—Quiero decir … Papá casi siempre está ausente … Y tú estás aquí prácticamente sola … Puedo entender cómo te sientes … Y que necesitas hacer eso … Porque estás sola …
Sonreí un poco con tristeza. Ese era mi hijo, un chico dulce, sensible y consciente.
—Sí … Es verdad … A veces me siento sola …
Asintió y fijó su mirada en un punto infinito en el horizonte.
—¿Sabes, mamá? … Siempre pensé que eras una mujer muy hermosa … Desearía poder ayudarte …
Toqué delicadamente su mejilla y le dije.
—Ya lo haces, querido … Que tu hermano y tú estén aquí me ayuda mucho …
Me miró directamente a los ojos, miró mis hombros desnudos y añadió.
—No me refería a eso, mamá … Te amo, mamá … Y yo puedo ayudarte si me dejas …
Mi corazón se aceleró. ¿Qué? ¿Estaba entendiendo bien? ¿Cómo pretendía ayudarme?
—Aquiles, yo … ¡Ehm! …
Se acercó a mí y me beso en la boca antes de que pudiera decir nada. Mi primera intención fue empujarlo hacia atrás, pero su lengua se había introducido en mi boca y se sentía de maravillas. Su beso era suave y con ardorosa pasión. Cuando su mano se posó en mi hombro, me dejé llevar hacia atrás, abrí mi boca y chupé su lengua. Sus besos eran delicados y ardientes. Su mano se deslizó por mi hombro y sentí cuando bajaba el edredón para descubrir mis senos, sentí en mis pezones el aire fresco. Sus dedos apenas rozaron mis duros pezones. Su mano tocó mis senos delicadamente al principio, luego los aplastó y los apretó firmemente. Gemí en su boca.
Poco a poco su mano viajó por mi vientre, mi montículo y mi coño mojado. Gemí y me aprete a él cuando sus dedos rozaron mi clítoris y penetraron mi conchita. Él levantó su cabeza y exclamó.
—¡Oh, mamá! … ¡Estás afeitadita! … ¡Qué lindo! …
Hice rechinar los dientes, respiré profundamente y asentí con la cabeza antes de buscar sus mórbidos y cálidos labios sobre mi boca. Abrí más mis piernas para que pudiera sentirme mejor, quería sus dedos profundamente en mí. Mi cuerpo se estremeció cuando sus dedos comenzaron a follarme. Hacía años que no me sentía tan mojada, creo que podía meter tantos dedos como quisiera en mí. Empujé mis caderas contra su mano. Aquiles sostenía uno de mis hombros con una mano, mientras con la otra follaba mi coño.
—¡Uhhhhhh! … ¡Ahhhhhh! … ¡Umpf! …
Gemí suavemente moviendo mis caderas en círculos y empujándolas contra su mano.
Aquiles metió un dedo más en mí y yo aprete mis músculos para demostrarle mi apreciación. Mi coño disfrutaba de sus dedos y me moví demostrándoselo. Levanté mi pierna izquierda para que pudiera metérmelos más adentro y con más fuerza. Chillé y gemí con cada embestida de sus dedos. Pude ver como sus ojos brillaban de lujuria y el sudor se acumulaba e su rostro, en tanto que su brazo iba cada vez más y más rápido. Finalmente sacó sus dedos que goteaban y me miró.
No dijimos una sola palabra entre nosotros, nuestros cuerpos temblaban en agitación. Aquiles besó tiernamente mis labios, luego mi cuello, después fue el turno de mis pechos pesados y grandes, pro no se detuvo allí, siguió por mi vientre y se recostó frente a mi coño reluciente y caliente. Mí clítoris estaba abultado y fuera de su capucha mostrándose y pidiendo a gritos de ser mordido, lamido y chupado. Nuestros ojos se encontraron y mi dulce bebé, me dijo.
—Mamá … Nunca he hecho esto antes …
Casi se me escapa un grito de exaltación y le sonreí. Deslicé mi mano hacia abajo y con mis dedos abrí mi vagina ofreciéndosela a él, lancé un gemido y le dije.
—Simplemente toma y chúpame aquí … Hazlo delicadamente …
Entonces lo vi moverse, abrió su boca y envolvió mi labia vaginal con sus labios y yo creí morir en ese mismo instante. Delicadamente me rozó con sus dientes, luego lo chupó muy suave y con delicadez. Me retorcí y agarré sus cabellos con mis manos para forzar su cabeza dentro de mi agujero caldeado. Él gimió y comenzó a sorber mis jugos. Sentí el temblor en mis tetas y caderas, mi cabeza se calentaba. Supe que me iba a correr.
—¡Sigue! … ¡Sigue así! … ¡No te detengas! … ¡Uhhhhhh! … ¡Qué rico! … ¡Ssiii, asiii! …
Le repetí varias veces con mi respiración entrecortada.
Él gruñó y chupó, yo temblé y mi cuerpo se encabritó salvajemente, retorciéndome y contorsionándome mientras me estremecía golpeada por un poderoso orgasmo que se posesionaba de todos mis sentidos. Grité y lloré mientras el mordía mi clítoris. Mi hijo se estaba comiendo mi coño en forma magistral. Agarré sus cabellos con mi cuerpo tiritando de loco placer, poco a poco esa sensación maravillosa comenzó a menguar. Jadeé en busca de aire. Miré mis pezones duros como piedras y mi piel tiritona. Sabía lo que quería. Tomé su rostro mojado por mis jugos y le dije.
—Aquiles … Fóllame por favor …
Él me miró, todavía su lengua lamía el jugo de mi labia hinchada y empapada. Su carita de bebé era todo un puzle.
—Te quiero, tesoro … Quiero que me folles … Quiero que lo hagas fuerte …
Se retiró y comenzó a sacarse su pijama. Sus holgados pantalones están inflados en la parte de adelante. Solo al ver eso me hizo jadear. Tragué saliva y me quedé quieta mientras él finalmente se desnudaba y se posicionaba entre mis piernas. Lo miré con verdadera lujuria y le hice señas para que se colocara encima de mí. Plegué mis piernas hacia arriba y las abrí al máximo, quería sentirlo profundamente.
Agarró su polla en su mano y se movió hacia mí. Sentí la redonda punta tumefacta presionando la hendedura resbaladiza de mi coño, empujó y entró algunos centímetros. Lo miré a los ojos y lo vi temblar por la sensación, entonces aguijoneó mi panocha y me empaló empujando profundamente. Metí mis manos sobre su trasero y lo tiré todo dentro de mí. Su polla llenó mi conchita. Ya no sentía ningún vacío, él colmaba mi panocha por entero. Mientras tocaba fondo siguió mirándome desafiante y altanero. Mi coño le pertenecía y él lo sabía.
Tragué saliva y respiré profundamente. Su joven polla era perfecta para mí. Lo apreté con los músculos de mi vagina y gemí cuando él me embistió con fuerza. Lo sentí muy cerquita de donde lo había tenido por nueve meses, mi útero.
—¡Ay, mami! … ¡Qué rico que está tu coño! … —Gimió en un susurro.
—¡Ay, tesoro! … ¡Cómo me gusta tu polla! … —Respondí gimiendo.
—Esto es fabuloso … Te amo mucho, mami …
—Yo también te amo mucho, Aquiles …
Me encantaba la sensación de su hombría en mi femineidad; el tono de su voz hacía erizar mi piel. Sus embestidas eran lentas y profundas. Su pene entraba y salía de mi húmedo coño electrizado. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás y gemí sintiéndolo que me llenaba deliciosamente. Puse mis talones en sus nalgas y lo taloneé para que se hundiera más en mí.
—¡Oh, Jesús! …
Exclamé mordiendo mi labio inferior y sintiendo dentro de mí la punta gorda de su polla chocar contra ese lugar especial dentro de mí, mi matriz, donde mi ovulo fue fecundado por su padre y él comenzó a formarse.
No sé si leyó mi mente o tal vez también él sintió algo especial, porque lo escuche gemir al tiempo que agarraba una de mis piernas y la levantaba hacia mis pechos, obligando a mi panocha a abrirse al máximo. Entonces empujó suavemente y rozó el fondo de mi conchita; lo arañé y gemí con sus movimientos rotatorios. Nuestros cuerpos encajaban a la perfección y él comenzó a follarme más rápido. La diga que contenía mí lujuria cedió y se desbordó por todo mi cuerpo; grité y enterré mi uñas en su cuerpo cuando un estremecedor orgasmo explotó desde el centro de mi útero, provocando fuertes contracciones en mi coño. Me moví y retorcí bajo su peso, empujando mi pelvis contra la suya, corriéndome ruidosamente en su oído. Pero él no se detuvo ni siquiera un momento, me folló y me folló cada vez más rápido haciéndome casi perder mis sentidos. Lo único que escuchaba era mi afanosa respiración y el sonido seco de sus embestidas feroces contra mi coño. Él gritó.
—¡Mamá! … ¡Oh, mamá! … ¡Me voy a correr! … ¡Carajo! … ¡Me voy a correr en tu coño! …
—¡Hazlo, bebé! … ¡Dámelo todo! … ¡Córrete para mami! … ¡Córrete en mí, bebé! …
Todo su cuerpo tembló y pareció tensarse al máximo. Su polla casi salió de mi un par de veces, luego se incrustó en la más profundo de mí y roció su semilla en el fondo de mi panocha, su semen caldeado me llenaba. Bombeó varios borbotones rociando mi paredes vaginales que lo apretaban y exprimían para extraer toda la leche de sus bolas. Lo agarré firme contra mi cuerpo sintiendo las fuertes sacudidas de su cuerpo. Le sostuve la cabeza y besé su cuello. Entonces abrí los ojos y entre esa niebla de puro placer, mi corazón casi explotó. En el umbral de la puerta estaba Darío. Su rostro lívido, sus ojos muy abiertos y su mandíbula inferior casi desencajada de su boca abierta.
Entré en pánico. ¡Oh, no! ¡Esto no puede estar sucediéndome a mí! Apreté a Aquiles contra mi cuerpo. ¿Qué hago? ¿Qué digo? Entonces él reaccionó y sorpresivamente se quitó los pantalones y la camisa de pijama. Apareció una robusta polla larga y nervuda cuando estuvo desnudo. Caminó hacia la cama con su polla balanceándose en el aire, me parecía estar viéndolo en cámara lenta, entonces a baja voz dijo.
—¡Mamá! …
Aquiles se tensó y me miró sorprendido. Lo mantuve apretado a mí y le susurré.
—Está bien, cariño … Calma … Es solo tu hermano …
Miré a Aquiles y luego a Darío, le hice señas con mi mano y lo invité.
—Ven, cariño … Ven aquí, Darío …
Le ordené con mi voz de mamá. Aquiles se bajó de mi vientre y miró a su hermano. La polla de Aquiles estaba empapada por la humedad de mi panocha y restos de semen de su abundante corrida que acababa de depositar en mí. Darío caminó hacia mi lado de la cama y se paró a mi costado. Miró fijamente mi coño bañado de fluidos y la leche de su hermano, miró mis tetas, recorrió todo mi cuerpo con sus ojos ávidos. Volvió a mirar mi conchita, agarró su pene tieso y macizo en su mano y me dijo respetuosamente.
—Mamá … ¿Podrías chuparme la polla, por favor? …
Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho; mi garganta estaba seca. Me encantó su espontaneidad, le sonreí y le dije.
—¡Claro que sí, amor! … Ven más cerquita …
Ahí de pie empujó su polla hacia mí, me puse un poco de costado y acerqué mi boca a la polla de Darío. Lo miré con deseo abriendo mi boca y preparándome. Esta era la polla de mi hijo mayor. Me miraba con ojos libidinosos y ensoñadores. La mano de Aquiles en mi cabeza empujó ulteriormente mi cara a la polla de su hermano, lo dejé que él me guiara y solo abrí la boca para hacer entrar la dura polla de Darío. Fue exquisita la sensación de su piel aterciopelada y nervuda en mi boca, pensé que me iba a volver loca. Le chupé delicadamente la verga larga y dura, para luego concentrarme en su hinchada cabezota a forma de hongo.
—¡Ummmmmm! … ¡Ssiii! …
Susurró Darío. Me tragué su polla lo más profundo posible, hasta que lo sentí chocar con mi garganta. Él gruñó y trato de empujarlo más adentro, pero me hizo toser y me atosigué. Me detuve, tragué saliva y lo miré. En sus ojos pude ver lo que quería y me sentí dispuesta a dárselo. Entonces respiré profundamente, abrí bien la boca y volví a tragarme su polla. Cuando presionó al final, me relajé y lo hice entrar, mi garganta envolvió la gruesa cabezota de su polla. Sus bolas chocaron con mi barbilla y respiré de cerca el aroma y saboreé la polla de mi hijo mayor. Las contracciones de mi garganta lo volvieron loco y gimió audiblemente. Me retiré y respiré. Mucha de mi saliva quedó pegada a su polla.
Lo tomé en mi mano y lo tire hacia arriba para poder chuparle las bolas. Me encantaban sus bolas grandes y pesadas. Me metí una a la vez a la boca y las chupé separadamente, sabía que si las estimulaba generarían mucho más semen. Sacudí su polla con una mano y con la otra acaricie sus cojones. Sentí su respiración agitarse rápidamente mientras su pene crecía cada vez más en mis manos.
—¡Oh, mami! … ¡Qué rico todo lo que me haces! … ¡Tú si que sabes hacerlo! …
Seguí haciéndolo por algunos segundos, pero me detuve. No quería que se corriera tan pronto. Lo tiré de la polla hasta que se sentó a mi lado. Me senté a horcajadas en su regazo y presioné mis senos contra su cara. Me levanté apenas un poco, agarré su polla a la base y la alineé con mi rajita rebalsada de semen. Darío chupó mis tetas ardorosamente y luego me mordió el cuello cuando hice que su polla se deslizara dentro de mí. Puso sus manos en mis glúteos, me levantó y me hizo deslizar hacia abajo penetrándome profundamente. Lo rodeé con mis piernas y lo follé suave y lentamente.
Se aferró a mis caderas mientras follábamos. El ángulo de penetración era perfecto y gemí sintiendo el roce de su dura polla dentro de mi coño.
—¡Oh, Darío! … ¡Fóllame así rico! … ¡Hmmmmmm! …
Le dije cuando comenzó a incrementar la velocidad de sus golpes. Miré sobre su hombro y vi a Aquiles de rodillas en la cama magreando animadamente su polla tiesa. Me encantó lo joven y fresco de su polla adolescente. Lo miré llena de deseos y él me devolvió la mirada magreando su pene en mi dirección. Su hermano me estaba haciendo gemir con los enérgicos golpes a mi panocha deslizante y burbujeante de semen. Necesitaba que esto durara mucho más; entonces me incliné y le dije a Darío.
—Quiero que me folles desde atrás …
Rápidamente me puse en cuatro y él se subió a la cama detrás de mí, agarró mi culo con sus dos manos y me enterró su pene profundamente, el roce fue tan intenso que casi me corro. Me acomodé en mis codos para que él pudiera empujar hasta el fondo. Aquiles había seguido toda la acción, se deslizó hacia mí y cuando su polla estuvo lo bastante cerca, me la lleve a la boca. Ahora tenía a mis dos hijos follándome.
La polla dura de Aquiles estaba muy sabrosa con restos de su última eyaculación, un poco dulce, un poco salada. Lo chupé con avidez mientras Darío me tomaba por las caderas para embestirme más fuerte con su polla, me bombeaba tan rápido que me resultaba un poco difícil mantener la polla de Aquiles en mi boca. Acerqué un poco más a mi hijo menor para chuparlo lo mejor que pudiera. Estaba tratando de coordinar bien el todo, cuando de repente me estremecí y comencé a correrme. No sabía que hacer con mi cuerpo fuera de todo control. Jadeé con Darío que me follaba en forma estupenda y me aferré a la polla de Aquiles con toda la intención de volver a llevármela a la boca, pero no pude. Entonces él me agarró por el pelo y forzó su polla en mi boca. Eso no tenía nada de gentil y supe que la lujuria se había apoderado de él. Me folló la cara con fuerza y me metió su polla más allá de mi garganta, casi ahogándome. Traté de soportar al máximo para hacerlo gozar y no inhibirlo, lo escuché gemir y lanzar alguna imprecación. Él me dejó retirarme un poco para poder respirar. Medio ahogada su polla se deslizó fuera de mi boca. En tanto, Darío desde atrás no había aminorado la velocidad, seguía dándomelo con toda su fuerza.
Tenía la polla de Aquiles en mi mano mientras Darío me follaba a lo perrito. Su cuerpo se estrellaba contra mi trasero enérgicamente. Su ritmo era fantástico y me pareció estar en un orgasmo sin fin, lo único que pude gritar con toda mi cachondez.
—¡Más! … ¡Más fuerte! …
La polla de Aquiles estaba en mi mano dura como palo, lo miré con lascivia en mis ojos. Darío agarró mis cabellos y me tiró hacia atrás con firmeza. Mis tetas se bambolearon en mi pecho con cada embestida que él me daba.
—¡Oooohhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ahhhhh! …
Gemí con cada embestida. Tenía una polla dentro de mí y otra en mi mano, entonces supe que los quería a los dos dentro de mí. Quería más. Lo necesitaba a los dos juntos.
Sacudí la cabeza para pensar mejor. Me incliné hacia delante lo más que pude y Darío se apoderó de mis caderas. Su agarre fue firme y comenzó a bombear su polla salvajemente dentro de mí. Todavía tenía la polla de Aquiles en mi mano, quería chuparla, pero solo me sirvió para sostenerme. Escuché los gritos desenfrenados de Darío.
—¡Qué carajo, mamá! … ¡Me corro! … ¡Me estoy corriendo en tu coño, mamá! …
Movió sus caderas en círculos y me folló muy rico mientras vaciaba sus bolas en mi panocha. Gemí y chillé sintiendo como su lechita caldeaba mis entrañas en lo más profundo, empujé y contraje mis músculos vaginales para exprimir todo lo que podía darme. Tembló de lujurioso placer alcanzando su clímax con tiritones de delicia. Se plegó sobre mí y me abrazó estirando sus brazos por sobre mis tetas, luego su polla salió de mí y se dejó caer exhausto a mi costado. Yo misma me dejé caer boca abajo sintiendo que mi coño hinchado rezumaba su semen fresco, formando una mancha sobre las sábanas. La polla de Aquiles todavía estaba en mi mano, dura como una roca. Él me miró y me preguntó:
—Mamá … ¿Podemos volver a hacerlo? …
Le sonreí y di un fugaz besito a su polla.
—Claro que sí, amorcito …
Se deslizó sobre la cama y acarició mis glúteos. Me puse en cuatro y lo miré como se acomodaba detrás de mí. Frotó su polla en mi coño encharcado del semen de su hermano y me dijo con dulzura:
—Te amo, mamá …
—Lo sé, tesoro …
Respondí mientras él empujaba su polla dura dentro de mi panocha empapada y que goteaba semen. Me penetró con facilidad y comenzó a bombear su pene en forma veloz. Agarró mis caderas firmemente y sus embestidas sonaban fuerte golpeando mi trasero. Mis pesadas tetas se mecían temblando, rozando las sábanas. Gemimos al unísono estrellando nuestros cuerpos muy juntitos, él me follaba bastante rápido con su polla dura y yo me mantenía firme aceptando sus furiosas embestidas. Me encantó cuando sentí que su dedo pulgar se introducía en mi apretado culo, estaba follando mi trasero con su dedo y mi vagina con su pene. Lo miré por sobre el hombro mordiendo mi labio inferior. La lujuria me hizo apretar mi coño y empujé mi estrecho ano contra su dedo. Gemí fuerte cuando él metió otro dedo en mi trasero. La lujuria me hizo empujar contra sus dedos, tragué saliva y gemí audiblemente, él siguió follándome con sus dedos y con su polla.
Aquiles sacó su polla de mi panocha y la apuntó tentativamente a mi engurruñada estrellita apretada. Gemí sintiendo su polla empujando mi estrecho agujero. Darío se percató de todo y se movió hacia nosotros diciendo:
—Tienes que mojarla …
Sentí como Darío unía sus dedos a los dedos de Aquiles, mis dos hijos estaban tratando de ensanchar mi culo con sus dedos, pero yo estaba ya bastante mojada, así que dije.
—Estoy lista … Ya estoy mojada …
Aquiles y Darío trabajaron juntos sobre mi culo, bañando sus dedos en mi panocha y lubricando mi apretado agujerito trasero. Mi hijo menor volvió a presentar su cabezota en mi orificio y empujó con decisión, su polla se introdujo venciendo mi esfínter apretado. Hice una mueca de dolor, pero resistí. Tomé una fuerte y profunda respiración y empujé mi culo contra su polla. Entró mucho más a expandir mi recto. Gemí, su polla se sentía enorme y dudé resistiendo el dolor.
—¡Carajo! … ¡Qué apretado tienes el culo, mamá! …
Dijo Aquiles haciendo rechinar sus dientes. Con los ojos medios cerrados por el éxtasis provocado por esa mezcla de placer y dolor, le dije:
—¡Y que grande tienes tu polla, hijo! …
Sus ojos estaban centrados en mi culo; tiraba de mis caderas y seguía follando mi estrecho ano suave y sin pausa. Mi cuerpo comenzó a adaptarse y mis músculos tensos se relajaron, permitiéndole follar mi trasero con movimientos estables y firmes, iniciando a provocarme solo placer. Entonces toqué mi panocha vacía, froté mi clítoris erguido y durito como un diamante. Sentí que comenzaba a crecer dentro de mí una sensación abrumadora de placer y supe que mi orgasmo iba a ser explosivo.
Me hice hacia adelante y enterré mis uñas en las sábanas gimiendo como loca. Ahora toda su polla colmaba mi trasero. Al contraer mi coño para apretar mi trasero, sentí como el semen de mi panocha se derramaba por mis muslos. Mi cuerpo comenzaba a temblar, entonces vi a Darío con su polla otra vez dura como el granito, amaba a mis hijos y sus erecciones infinitas, así que le dije a Aquiles.
—Vamos … Sácala un rato …
Centímetro a centímetro, Aquiles sacó su polla de mi trasero. Llamé a Darío.
—Ven aquí y recuéstate, tesoro …
Parpadeó titubeantes, le di unas palmaditas a la cama y lo invité. Él hizo lo que le ordené y yo lo monté a horcajadas, agarré su polla y la deslicé en mi coño caldeado. Me miró ensoñadoramente cuando su polla me penetró profundamente. Estiré mi mano hacia atrás buscando la polla de Aquiles, él se movió hacia mí, aferré su verga dura y mojada, apuntándola a mi ceñido agujerito trasero. Apoyé mis tetas en el pecho de Darío y con ambas manos abrí mis nalgas para mi hijo menor, el cual no dudo ni un momento y me clavó su pija dura profundamente en mi culo. Ahora tenía a mis dos hijos follando mis agujeros.
—¡Aayyyy! … ¡Hmmmmm! …
Grité y gemí empalada en las pollas de mis bebés. Mi cuerpo estaba completamente lleno, colmado con las pollas de mis retoños.
—¡Uuuffff! … ¡Que rico, mami! …
Gimió Darío, sabía que podía sentir la dureza de la polla de Aquiles separada solo por una delgada membrana de mí cuerpo, por supuesto, podían sentir sus dos pollas duras follándome deliciosamente. Aquiles había comenzado a follarme el culo vigorosamente, con cada embestida me hacía deslizar sobre la polla de su hermano, el cual estaba ocupado de lamer y morder mis tetas.
—¡Oh, chicos! … Nunca había tenido dos pollas dentro de mí … ¡Qué rico que se siente! …
Me retorcí y me contorsioné cuando espasmódicas convulsiones me llevaron al éxtasis del orgasmo, liberé toda mi energía y mi lujuria para regalarme a mis hijos. Con cada embestida que me propinaban, sentía que sus pollas más crecían.
—¡Oh, mamá! … ¡Oh, mamá! … ¡Me voy a correr! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Umpf! …
Gritó Darío y Aquiles aumentó la velocidad de sus golpes, comenzando a follarme lo más rápido que podía. Gruñó y metió su pija tan profundo que sentí un poco de dolor y placer. Apreté mí cuerpo y grité sintiéndolo como se derramaba dentro de mí. La sensación me hizo estremecer, mí cuerpo estaba en llamas y me corrí una vez más:
—¡Aaaahhhh! … ¡Ahhhhh! … ¡Hmmmmm! … ¡Oh, Dios! … ¡Me muero! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaaggghhh! … ¡Que rico! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaahhh! …
Espasmódicas convulsiones me hicieron perder el control de mi cuerpo, Darío me abrazó tratando de detener mis temblores, pero era algo que me sobrepasaba y me abrumaba, nunca había sentido tanto placer como el que estaba sintiendo con mis dos hijos. Cuando creí que todo terminaba, Darío se posesionó de mi glúteos y empujó su polla fuerte dentro de mí.
—¡Me estoy corriendo, mamá! … ¡Me estoy corriendo! …
Me deslicé sobre sus pollas moviéndome en todas direcciones. Me aferré a ellos mientras ellos se aferraban a mí. El placer fue intenso, pero finalmente se acabó. Nos quedamos quietecitos, sus pollas todavía estaban dentro de mí, poco a poco se ablandaron y salieron de mis agujeros, entonces sentí la tibieza del semen escurriendo sobre mi piel, formando un charco sobre las sábanas. Nos besamos, Aquiles se derrumbó a mi lado y yo me deslicé al costado de Darío, quedando en medio a los dos que me mantenían abrazada prodigándome besos y caricias. Finalmente fue mi hijo menor a romper el silencio a mis espalda:
—Te amo, mamá …
Darío me miró, tragó saliva y con un beso en los labios, dijo:
—Yo también te amo, mamá …
Estaba feliz en medio a los dos, exhausta por un orgasmo que jamás creí posible. En algún modo me moví para sentirlos a ambos estrechándome afectuosamente y les dije:
—Y yo también los amo, chicos …
Ese fue el comienzo de nuestros encuentros en trío y nuestras vidas cambiaron para siempre.
Fin
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!
luisa_luisa4634@yahoo.com
Mis hijos era lo mejor de mi vida. Con mi marido casi siempre lejos de casa, siempre habíamos sido muy cercanos. Claramente no podía hablar con ellos de mis problemas matrimoniales. Estaba convencida de que mi marido me iba a dejar por alguna de sus jóvenes conquistas y se trasladaría a vivir en Europa. Pero no podía decirles a ellos mis problemas. No sabría responder a todas sus preguntas, porque seguramente iban a haber preguntas.
¿Por qué no lo resolvieron? ¿Por qué él te engaño? ¿Por qué? ¿Por qué? Había millones de preguntas, pero yo no estaba preparada para responder ninguna de ellas. Pues yo misma no tenía las respuestas. Podría decir que ya no soy interesante para él. A mis treinta y ocho años, con dos embarazos, mi cuerpo no era ya rozagante como alguna vez lo fue. Ciertamente supe mantenerme con mucho esfuerzo al gimnasio. Pero a él no le bastaba; él siempre tenía a disposición alguna jovencita alegre que podía llevarse a la cama. Él siempre quería más. Desafortunadamente el matrimonio también es eso, tener sexo pensando a otra persona.
Así que aquí estaba yo mirando a mi ángel de ojos claros, Aquiles. Me sonrió mientras cortaba otro pedazo de pizza y movió la bandeja hacia su hermano Darío que bebía una cerveza y tomaba el último trozo de pizza. Ambos usaban tenedor y cuchillo para servirse la pizza. Me pregunté si sabían que donde guardo los utensilios de cocina, también guardo un grueso consolador vibrador de color rojo y que lo había estado usando esta mañana cuando ellos estaban fuera de casa. No sé si a alguno de ellos se le habría podido ocurrir lo cachonda que es su madre.
—Mamá … Genial la pizza … Gracias … —Dijo Aquiles y se puso de pie.
—Gracias, querido … No te preocupes por los platos … Ve a ver la televisión … Hoy juega la nacional …
Me sonrió, deposito su plato en el lavabo y luego me dio un abrazo.
—Mami … Eres la mejor … —
Me susurró al oído. Darío se levantó apresurado y dijo.
—Mamá, yo también voy … Ya estamos clasificados, pero hay una gran partido contra Brasil …
— ¡Vayan! … ¡Vayan! … Yo me encargo de todo aquí …
Pasé los siguientes minutos lavando los platos y limpiando todo. Pensé en mis hijos y en lo orgullosa que estaba de ellos. Darío se preparaba para la universidad, era muy inteligente y ganaba un montón de dinero como Influencer. También era muy guapo y ya poseía un hermoso auto, algo que tiene que ver con la hípica, creo, porque tiene un caballito. No se cuantas novias ya le había conocido, pero sabía que no tenía nada serio con esas chicas. Lo único que se tomaba en serio era sus estudios y las horas de grabación para su programa.
Aquiles era diferente. Tranquilo y un poco introvertido. Generalmente le gustaba estar solo en casa y no acompañaba mucho a su hermano. Él era muy sensible, se destacaba en lo artístico. También era muy guapo, pero de una manera diferente a su hermano. Todas las chicas de la secundaria lo perseguían. Pero nunca lo vi liarse con ninguna de ellas. Al parecer su cabeza siempre estaba divagando por algún lugar del espacio, lejos de todos. Tuve hasta miedo de que fuera gay, hasta cuando encontré algo de pornografía en su habitación. El hecho es que él no estaba preparado para relacionarse íntimamente con una mujer y no lo culpé por ello. Sería la primera a revelarle que también a mi me gusta el sexo en solitario.
Ellos crecieron y ya Darío era adulto, en cambio Aquiles estaba en la última etapa de su adolescencia. Me gustaba tenerlos en casa, aunque si algunas veces se comportaban como niñitos de diez años. Jugaban y veían televisión y hacían desordenes. Eso no me importaba en absoluto. Siempre habían sido buenos hermanos y me encantaba verlos compartir casi todo. Eso me hacía sentir orgullosa por haber hecho bien las cosas como madre. Lástima que al parecer no fui una buena esposa.
Esto me hizo fruncir el ceño. Me sequé las manos con un paño de cocina y pensé al magnifico consolador que me hacía sentir tan bien. Meneé la cabeza y deseché cualquier idea cachonda. No mientras los niños estuvieran rondando por la casa, ya tendría oportunidad esta noche en la soledad de mi dormitorio. Me fui a la sala de estar a ver la televisión con ellos, me senté en el sofá en medio a los dos. Vimos el encuentro de futbol hasta el final y hubo un sufrido empate. Luego Aquiles escogió una divertidísima comedia en Netflix. Después de la película se levantaron y se despidieron para irse a la cama, me despedí de ambos y los vi subir las escaleras. Me quedé un rato sentada.
Mi mente volvió a la cocina y a mí consolador. Tenía algunos asuntos pendientes con mi artilugio fabuloso. Pronto los chicos se quedarían dormidos. Mi coño estaba encendido, cruce las piernas y las apreté, luego me levanté y fui a buscar el consolador. Sabía que debía ser discreta y silenciosa, nada como mi acto de esta mañana en que me tire arrodillada al piso de la cocina y me puse a saltar encima de mi consolador hasta correrme y rociar las baldosas de la cocina.
Era justo lo que estaba necesitando, aunque fuera sólo de un trozo de gel. Decidí establecer una nueva regla, me haría correr por el consolador y luego descansaría por una semana. Debía calmarme y volver a ser mamá, pero necesitaba correrme. Después de todo soy una mujer sana y con necesidades físicas igual que cualquier otra mujer.
Me estiré como una tigresa y me levanté. Me puse frente al espejo del armario y jugué con mis cabellos. Estaban un poco largos y pensé en programar una cita a la peluquería para esta semana. Me subí a la balanza electrónica y me enderecé, sólo cincuenta y ocho kilos, nada de mal, me dije a mí misma. Sin saber el cómo ni el porqué, imaginé a mi marido en la otra parte del mundo follando a una puta filipina o tailandesa.
Suspiré audiblemente y me fui a la cocina. Mis manos temblaron levemente en mi estado de excitación creciente, necesitaba correrme a como de a lugar. Saqué el consolador y sonreí. Era mi macho fiel. Una erección que nunca falla, siempre rico, grueso y durito para mí. Rebusqué en el cajón y encontré el lubricante. Lo más ventajoso de un consolador es que puedes ocuparlo en cualquiera de tus agujeros. Pensé en el mejor sexo que había tenido con mi marido y apreté mis muslos cachonda. Sonreí, era el pensamiento que necesitaba para correrme.
Subí las escaleras y me dirigí a mí habitación. Aquiles y Darío ya estaban en sus respectivos dormitorios. Entré a mi cuarto y me recosté en mi cama grande. Sentí ya la humedad de mi coño cuando me quité los pantalones y la blusa. Tomé el consolador y lo lubrique parsimoniosamente, luego lo activé y lo puse entre mis muslos, cerquita de mi coño. Cerré los ojos e imagine los dedos de mi marido acariciándome. Él sabía cómo tocarme y en los primeros años de nuestro matrimonio, él lograba hacerme correr sólo con sus dedos. Dejé escapar un lánguido gemido de excitación cuando recorrí mi hendedura mojada con el consolador vibrando y haciendo temblar mis hinchados labios, mi coño se empapaba cada vez más.
Pensé en su gruesa polla y suspiré. Yo solía vivir pensando en esa cosa caliente y dura. Cualquier momento en que estábamos solos, yo se lo sacaba de los pantalones para meterlo en mi boca o en mi coño, algunas veces en mi trasero. Esos pensamientos bastaban para hacer que me corra. Suave y lentamente penetré mi coño resbaladizo con el grueso consolador y comencé a moverlo hacia adentro y hacia afuera, abrí ampliamente mis piernas para hacerlo ir lo más adentro posible.
—¡Hmmmmmm! … ¡Ahhhhhh! …
Gemí sintiéndolo vibrar dentro de mi cavernosa y candente panocha. Imaginaba la polla de mi esposo enterrada en mi conchita. Abrí apenas un poquito los ojos para ver el juguete que se hundía en mi encharcado coño y me quedé paralizada. Aquiles estaba en el umbral de mi puerta mirándome en silencio. Entré en pánico total.
—¡Jesús! … ¡Aquiles! …
Chillé sacando apresuradamente el consolador de mi coño mientras tiraba el edredón sobre mí desnudez.
—¿Qué haces aquí, hijo? …
Su cara estaba roja como un tomate, entró a mi dormitorio y cerró la puerta.
—¡Ehm! … Yo … Sólo quería darte las buenas noches, mamá … No … No podía saber que tú … ¡Ehm! … Yo … ¡Uhm! … No esperaba …
—¡Sí! … Sí … Lo sé … Está bien … Lo siento …
Intente sonreír levemente. ¡Demonios! Había traumatizado a mi hijo de por vida. Y ahora, ¿qué hago? Aquiles se sentó en silencio al final de la cama. Lo miré y traté de mejorar mi compostura. Él me encuadró con sus grandes ojos claros y me preguntó.
—Mamá … ¿Te sientes sola? …
La pregunta me sorprendió y lo único que logré balbucear fue:
—¿Qué? …
Me miró serio y con afecto, luego dijo.
—Quiero decir … Papá casi siempre está ausente … Y tú estás aquí prácticamente sola … Puedo entender cómo te sientes … Y que necesitas hacer eso … Porque estás sola …
Sonreí un poco con tristeza. Ese era mi hijo, un chico dulce, sensible y consciente.
—Sí … Es verdad … A veces me siento sola …
Asintió y fijó su mirada en un punto infinito en el horizonte.
—¿Sabes, mamá? … Siempre pensé que eras una mujer muy hermosa … Desearía poder ayudarte …
Toqué delicadamente su mejilla y le dije.
—Ya lo haces, querido … Que tu hermano y tú estén aquí me ayuda mucho …
Me miró directamente a los ojos, miró mis hombros desnudos y añadió.
—No me refería a eso, mamá … Te amo, mamá … Y yo puedo ayudarte si me dejas …
Mi corazón se aceleró. ¿Qué? ¿Estaba entendiendo bien? ¿Cómo pretendía ayudarme?
—Aquiles, yo … ¡Ehm! …
Se acercó a mí y me beso en la boca antes de que pudiera decir nada. Mi primera intención fue empujarlo hacia atrás, pero su lengua se había introducido en mi boca y se sentía de maravillas. Su beso era suave y con ardorosa pasión. Cuando su mano se posó en mi hombro, me dejé llevar hacia atrás, abrí mi boca y chupé su lengua. Sus besos eran delicados y ardientes. Su mano se deslizó por mi hombro y sentí cuando bajaba el edredón para descubrir mis senos, sentí en mis pezones el aire fresco. Sus dedos apenas rozaron mis duros pezones. Su mano tocó mis senos delicadamente al principio, luego los aplastó y los apretó firmemente. Gemí en su boca.
Poco a poco su mano viajó por mi vientre, mi montículo y mi coño mojado. Gemí y me aprete a él cuando sus dedos rozaron mi clítoris y penetraron mi conchita. Él levantó su cabeza y exclamó.
—¡Oh, mamá! … ¡Estás afeitadita! … ¡Qué lindo! …
Hice rechinar los dientes, respiré profundamente y asentí con la cabeza antes de buscar sus mórbidos y cálidos labios sobre mi boca. Abrí más mis piernas para que pudiera sentirme mejor, quería sus dedos profundamente en mí. Mi cuerpo se estremeció cuando sus dedos comenzaron a follarme. Hacía años que no me sentía tan mojada, creo que podía meter tantos dedos como quisiera en mí. Empujé mis caderas contra su mano. Aquiles sostenía uno de mis hombros con una mano, mientras con la otra follaba mi coño.
—¡Uhhhhhh! … ¡Ahhhhhh! … ¡Umpf! …
Gemí suavemente moviendo mis caderas en círculos y empujándolas contra su mano.
Aquiles metió un dedo más en mí y yo aprete mis músculos para demostrarle mi apreciación. Mi coño disfrutaba de sus dedos y me moví demostrándoselo. Levanté mi pierna izquierda para que pudiera metérmelos más adentro y con más fuerza. Chillé y gemí con cada embestida de sus dedos. Pude ver como sus ojos brillaban de lujuria y el sudor se acumulaba e su rostro, en tanto que su brazo iba cada vez más y más rápido. Finalmente sacó sus dedos que goteaban y me miró.
No dijimos una sola palabra entre nosotros, nuestros cuerpos temblaban en agitación. Aquiles besó tiernamente mis labios, luego mi cuello, después fue el turno de mis pechos pesados y grandes, pro no se detuvo allí, siguió por mi vientre y se recostó frente a mi coño reluciente y caliente. Mí clítoris estaba abultado y fuera de su capucha mostrándose y pidiendo a gritos de ser mordido, lamido y chupado. Nuestros ojos se encontraron y mi dulce bebé, me dijo.
—Mamá … Nunca he hecho esto antes …
Casi se me escapa un grito de exaltación y le sonreí. Deslicé mi mano hacia abajo y con mis dedos abrí mi vagina ofreciéndosela a él, lancé un gemido y le dije.
—Simplemente toma y chúpame aquí … Hazlo delicadamente …
Entonces lo vi moverse, abrió su boca y envolvió mi labia vaginal con sus labios y yo creí morir en ese mismo instante. Delicadamente me rozó con sus dientes, luego lo chupó muy suave y con delicadez. Me retorcí y agarré sus cabellos con mis manos para forzar su cabeza dentro de mi agujero caldeado. Él gimió y comenzó a sorber mis jugos. Sentí el temblor en mis tetas y caderas, mi cabeza se calentaba. Supe que me iba a correr.
—¡Sigue! … ¡Sigue así! … ¡No te detengas! … ¡Uhhhhhh! … ¡Qué rico! … ¡Ssiii, asiii! …
Le repetí varias veces con mi respiración entrecortada.
Él gruñó y chupó, yo temblé y mi cuerpo se encabritó salvajemente, retorciéndome y contorsionándome mientras me estremecía golpeada por un poderoso orgasmo que se posesionaba de todos mis sentidos. Grité y lloré mientras el mordía mi clítoris. Mi hijo se estaba comiendo mi coño en forma magistral. Agarré sus cabellos con mi cuerpo tiritando de loco placer, poco a poco esa sensación maravillosa comenzó a menguar. Jadeé en busca de aire. Miré mis pezones duros como piedras y mi piel tiritona. Sabía lo que quería. Tomé su rostro mojado por mis jugos y le dije.
—Aquiles … Fóllame por favor …
Él me miró, todavía su lengua lamía el jugo de mi labia hinchada y empapada. Su carita de bebé era todo un puzle.
—Te quiero, tesoro … Quiero que me folles … Quiero que lo hagas fuerte …
Se retiró y comenzó a sacarse su pijama. Sus holgados pantalones están inflados en la parte de adelante. Solo al ver eso me hizo jadear. Tragué saliva y me quedé quieta mientras él finalmente se desnudaba y se posicionaba entre mis piernas. Lo miré con verdadera lujuria y le hice señas para que se colocara encima de mí. Plegué mis piernas hacia arriba y las abrí al máximo, quería sentirlo profundamente.
Agarró su polla en su mano y se movió hacia mí. Sentí la redonda punta tumefacta presionando la hendedura resbaladiza de mi coño, empujó y entró algunos centímetros. Lo miré a los ojos y lo vi temblar por la sensación, entonces aguijoneó mi panocha y me empaló empujando profundamente. Metí mis manos sobre su trasero y lo tiré todo dentro de mí. Su polla llenó mi conchita. Ya no sentía ningún vacío, él colmaba mi panocha por entero. Mientras tocaba fondo siguió mirándome desafiante y altanero. Mi coño le pertenecía y él lo sabía.
Tragué saliva y respiré profundamente. Su joven polla era perfecta para mí. Lo apreté con los músculos de mi vagina y gemí cuando él me embistió con fuerza. Lo sentí muy cerquita de donde lo había tenido por nueve meses, mi útero.
—¡Ay, mami! … ¡Qué rico que está tu coño! … —Gimió en un susurro.
—¡Ay, tesoro! … ¡Cómo me gusta tu polla! … —Respondí gimiendo.
—Esto es fabuloso … Te amo mucho, mami …
—Yo también te amo mucho, Aquiles …
Me encantaba la sensación de su hombría en mi femineidad; el tono de su voz hacía erizar mi piel. Sus embestidas eran lentas y profundas. Su pene entraba y salía de mi húmedo coño electrizado. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás y gemí sintiéndolo que me llenaba deliciosamente. Puse mis talones en sus nalgas y lo taloneé para que se hundiera más en mí.
—¡Oh, Jesús! …
Exclamé mordiendo mi labio inferior y sintiendo dentro de mí la punta gorda de su polla chocar contra ese lugar especial dentro de mí, mi matriz, donde mi ovulo fue fecundado por su padre y él comenzó a formarse.
No sé si leyó mi mente o tal vez también él sintió algo especial, porque lo escuche gemir al tiempo que agarraba una de mis piernas y la levantaba hacia mis pechos, obligando a mi panocha a abrirse al máximo. Entonces empujó suavemente y rozó el fondo de mi conchita; lo arañé y gemí con sus movimientos rotatorios. Nuestros cuerpos encajaban a la perfección y él comenzó a follarme más rápido. La diga que contenía mí lujuria cedió y se desbordó por todo mi cuerpo; grité y enterré mi uñas en su cuerpo cuando un estremecedor orgasmo explotó desde el centro de mi útero, provocando fuertes contracciones en mi coño. Me moví y retorcí bajo su peso, empujando mi pelvis contra la suya, corriéndome ruidosamente en su oído. Pero él no se detuvo ni siquiera un momento, me folló y me folló cada vez más rápido haciéndome casi perder mis sentidos. Lo único que escuchaba era mi afanosa respiración y el sonido seco de sus embestidas feroces contra mi coño. Él gritó.
—¡Mamá! … ¡Oh, mamá! … ¡Me voy a correr! … ¡Carajo! … ¡Me voy a correr en tu coño! …
—¡Hazlo, bebé! … ¡Dámelo todo! … ¡Córrete para mami! … ¡Córrete en mí, bebé! …
Todo su cuerpo tembló y pareció tensarse al máximo. Su polla casi salió de mi un par de veces, luego se incrustó en la más profundo de mí y roció su semilla en el fondo de mi panocha, su semen caldeado me llenaba. Bombeó varios borbotones rociando mi paredes vaginales que lo apretaban y exprimían para extraer toda la leche de sus bolas. Lo agarré firme contra mi cuerpo sintiendo las fuertes sacudidas de su cuerpo. Le sostuve la cabeza y besé su cuello. Entonces abrí los ojos y entre esa niebla de puro placer, mi corazón casi explotó. En el umbral de la puerta estaba Darío. Su rostro lívido, sus ojos muy abiertos y su mandíbula inferior casi desencajada de su boca abierta.
Entré en pánico. ¡Oh, no! ¡Esto no puede estar sucediéndome a mí! Apreté a Aquiles contra mi cuerpo. ¿Qué hago? ¿Qué digo? Entonces él reaccionó y sorpresivamente se quitó los pantalones y la camisa de pijama. Apareció una robusta polla larga y nervuda cuando estuvo desnudo. Caminó hacia la cama con su polla balanceándose en el aire, me parecía estar viéndolo en cámara lenta, entonces a baja voz dijo.
—¡Mamá! …
Aquiles se tensó y me miró sorprendido. Lo mantuve apretado a mí y le susurré.
—Está bien, cariño … Calma … Es solo tu hermano …
Miré a Aquiles y luego a Darío, le hice señas con mi mano y lo invité.
—Ven, cariño … Ven aquí, Darío …
Le ordené con mi voz de mamá. Aquiles se bajó de mi vientre y miró a su hermano. La polla de Aquiles estaba empapada por la humedad de mi panocha y restos de semen de su abundante corrida que acababa de depositar en mí. Darío caminó hacia mi lado de la cama y se paró a mi costado. Miró fijamente mi coño bañado de fluidos y la leche de su hermano, miró mis tetas, recorrió todo mi cuerpo con sus ojos ávidos. Volvió a mirar mi conchita, agarró su pene tieso y macizo en su mano y me dijo respetuosamente.
—Mamá … ¿Podrías chuparme la polla, por favor? …
Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho; mi garganta estaba seca. Me encantó su espontaneidad, le sonreí y le dije.
—¡Claro que sí, amor! … Ven más cerquita …
Ahí de pie empujó su polla hacia mí, me puse un poco de costado y acerqué mi boca a la polla de Darío. Lo miré con deseo abriendo mi boca y preparándome. Esta era la polla de mi hijo mayor. Me miraba con ojos libidinosos y ensoñadores. La mano de Aquiles en mi cabeza empujó ulteriormente mi cara a la polla de su hermano, lo dejé que él me guiara y solo abrí la boca para hacer entrar la dura polla de Darío. Fue exquisita la sensación de su piel aterciopelada y nervuda en mi boca, pensé que me iba a volver loca. Le chupé delicadamente la verga larga y dura, para luego concentrarme en su hinchada cabezota a forma de hongo.
—¡Ummmmmm! … ¡Ssiii! …
Susurró Darío. Me tragué su polla lo más profundo posible, hasta que lo sentí chocar con mi garganta. Él gruñó y trato de empujarlo más adentro, pero me hizo toser y me atosigué. Me detuve, tragué saliva y lo miré. En sus ojos pude ver lo que quería y me sentí dispuesta a dárselo. Entonces respiré profundamente, abrí bien la boca y volví a tragarme su polla. Cuando presionó al final, me relajé y lo hice entrar, mi garganta envolvió la gruesa cabezota de su polla. Sus bolas chocaron con mi barbilla y respiré de cerca el aroma y saboreé la polla de mi hijo mayor. Las contracciones de mi garganta lo volvieron loco y gimió audiblemente. Me retiré y respiré. Mucha de mi saliva quedó pegada a su polla.
Lo tomé en mi mano y lo tire hacia arriba para poder chuparle las bolas. Me encantaban sus bolas grandes y pesadas. Me metí una a la vez a la boca y las chupé separadamente, sabía que si las estimulaba generarían mucho más semen. Sacudí su polla con una mano y con la otra acaricie sus cojones. Sentí su respiración agitarse rápidamente mientras su pene crecía cada vez más en mis manos.
—¡Oh, mami! … ¡Qué rico todo lo que me haces! … ¡Tú si que sabes hacerlo! …
Seguí haciéndolo por algunos segundos, pero me detuve. No quería que se corriera tan pronto. Lo tiré de la polla hasta que se sentó a mi lado. Me senté a horcajadas en su regazo y presioné mis senos contra su cara. Me levanté apenas un poco, agarré su polla a la base y la alineé con mi rajita rebalsada de semen. Darío chupó mis tetas ardorosamente y luego me mordió el cuello cuando hice que su polla se deslizara dentro de mí. Puso sus manos en mis glúteos, me levantó y me hizo deslizar hacia abajo penetrándome profundamente. Lo rodeé con mis piernas y lo follé suave y lentamente.
Se aferró a mis caderas mientras follábamos. El ángulo de penetración era perfecto y gemí sintiendo el roce de su dura polla dentro de mi coño.
—¡Oh, Darío! … ¡Fóllame así rico! … ¡Hmmmmmm! …
Le dije cuando comenzó a incrementar la velocidad de sus golpes. Miré sobre su hombro y vi a Aquiles de rodillas en la cama magreando animadamente su polla tiesa. Me encantó lo joven y fresco de su polla adolescente. Lo miré llena de deseos y él me devolvió la mirada magreando su pene en mi dirección. Su hermano me estaba haciendo gemir con los enérgicos golpes a mi panocha deslizante y burbujeante de semen. Necesitaba que esto durara mucho más; entonces me incliné y le dije a Darío.
—Quiero que me folles desde atrás …
Rápidamente me puse en cuatro y él se subió a la cama detrás de mí, agarró mi culo con sus dos manos y me enterró su pene profundamente, el roce fue tan intenso que casi me corro. Me acomodé en mis codos para que él pudiera empujar hasta el fondo. Aquiles había seguido toda la acción, se deslizó hacia mí y cuando su polla estuvo lo bastante cerca, me la lleve a la boca. Ahora tenía a mis dos hijos follándome.
La polla dura de Aquiles estaba muy sabrosa con restos de su última eyaculación, un poco dulce, un poco salada. Lo chupé con avidez mientras Darío me tomaba por las caderas para embestirme más fuerte con su polla, me bombeaba tan rápido que me resultaba un poco difícil mantener la polla de Aquiles en mi boca. Acerqué un poco más a mi hijo menor para chuparlo lo mejor que pudiera. Estaba tratando de coordinar bien el todo, cuando de repente me estremecí y comencé a correrme. No sabía que hacer con mi cuerpo fuera de todo control. Jadeé con Darío que me follaba en forma estupenda y me aferré a la polla de Aquiles con toda la intención de volver a llevármela a la boca, pero no pude. Entonces él me agarró por el pelo y forzó su polla en mi boca. Eso no tenía nada de gentil y supe que la lujuria se había apoderado de él. Me folló la cara con fuerza y me metió su polla más allá de mi garganta, casi ahogándome. Traté de soportar al máximo para hacerlo gozar y no inhibirlo, lo escuché gemir y lanzar alguna imprecación. Él me dejó retirarme un poco para poder respirar. Medio ahogada su polla se deslizó fuera de mi boca. En tanto, Darío desde atrás no había aminorado la velocidad, seguía dándomelo con toda su fuerza.
Tenía la polla de Aquiles en mi mano mientras Darío me follaba a lo perrito. Su cuerpo se estrellaba contra mi trasero enérgicamente. Su ritmo era fantástico y me pareció estar en un orgasmo sin fin, lo único que pude gritar con toda mi cachondez.
—¡Más! … ¡Más fuerte! …
La polla de Aquiles estaba en mi mano dura como palo, lo miré con lascivia en mis ojos. Darío agarró mis cabellos y me tiró hacia atrás con firmeza. Mis tetas se bambolearon en mi pecho con cada embestida que él me daba.
—¡Oooohhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ahhhhh! …
Gemí con cada embestida. Tenía una polla dentro de mí y otra en mi mano, entonces supe que los quería a los dos dentro de mí. Quería más. Lo necesitaba a los dos juntos.
Sacudí la cabeza para pensar mejor. Me incliné hacia delante lo más que pude y Darío se apoderó de mis caderas. Su agarre fue firme y comenzó a bombear su polla salvajemente dentro de mí. Todavía tenía la polla de Aquiles en mi mano, quería chuparla, pero solo me sirvió para sostenerme. Escuché los gritos desenfrenados de Darío.
—¡Qué carajo, mamá! … ¡Me corro! … ¡Me estoy corriendo en tu coño, mamá! …
Movió sus caderas en círculos y me folló muy rico mientras vaciaba sus bolas en mi panocha. Gemí y chillé sintiendo como su lechita caldeaba mis entrañas en lo más profundo, empujé y contraje mis músculos vaginales para exprimir todo lo que podía darme. Tembló de lujurioso placer alcanzando su clímax con tiritones de delicia. Se plegó sobre mí y me abrazó estirando sus brazos por sobre mis tetas, luego su polla salió de mí y se dejó caer exhausto a mi costado. Yo misma me dejé caer boca abajo sintiendo que mi coño hinchado rezumaba su semen fresco, formando una mancha sobre las sábanas. La polla de Aquiles todavía estaba en mi mano, dura como una roca. Él me miró y me preguntó:
—Mamá … ¿Podemos volver a hacerlo? …
Le sonreí y di un fugaz besito a su polla.
—Claro que sí, amorcito …
Se deslizó sobre la cama y acarició mis glúteos. Me puse en cuatro y lo miré como se acomodaba detrás de mí. Frotó su polla en mi coño encharcado del semen de su hermano y me dijo con dulzura:
—Te amo, mamá …
—Lo sé, tesoro …
Respondí mientras él empujaba su polla dura dentro de mi panocha empapada y que goteaba semen. Me penetró con facilidad y comenzó a bombear su pene en forma veloz. Agarró mis caderas firmemente y sus embestidas sonaban fuerte golpeando mi trasero. Mis pesadas tetas se mecían temblando, rozando las sábanas. Gemimos al unísono estrellando nuestros cuerpos muy juntitos, él me follaba bastante rápido con su polla dura y yo me mantenía firme aceptando sus furiosas embestidas. Me encantó cuando sentí que su dedo pulgar se introducía en mi apretado culo, estaba follando mi trasero con su dedo y mi vagina con su pene. Lo miré por sobre el hombro mordiendo mi labio inferior. La lujuria me hizo apretar mi coño y empujé mi estrecho ano contra su dedo. Gemí fuerte cuando él metió otro dedo en mi trasero. La lujuria me hizo empujar contra sus dedos, tragué saliva y gemí audiblemente, él siguió follándome con sus dedos y con su polla.
Aquiles sacó su polla de mi panocha y la apuntó tentativamente a mi engurruñada estrellita apretada. Gemí sintiendo su polla empujando mi estrecho agujero. Darío se percató de todo y se movió hacia nosotros diciendo:
—Tienes que mojarla …
Sentí como Darío unía sus dedos a los dedos de Aquiles, mis dos hijos estaban tratando de ensanchar mi culo con sus dedos, pero yo estaba ya bastante mojada, así que dije.
—Estoy lista … Ya estoy mojada …
Aquiles y Darío trabajaron juntos sobre mi culo, bañando sus dedos en mi panocha y lubricando mi apretado agujerito trasero. Mi hijo menor volvió a presentar su cabezota en mi orificio y empujó con decisión, su polla se introdujo venciendo mi esfínter apretado. Hice una mueca de dolor, pero resistí. Tomé una fuerte y profunda respiración y empujé mi culo contra su polla. Entró mucho más a expandir mi recto. Gemí, su polla se sentía enorme y dudé resistiendo el dolor.
—¡Carajo! … ¡Qué apretado tienes el culo, mamá! …
Dijo Aquiles haciendo rechinar sus dientes. Con los ojos medios cerrados por el éxtasis provocado por esa mezcla de placer y dolor, le dije:
—¡Y que grande tienes tu polla, hijo! …
Sus ojos estaban centrados en mi culo; tiraba de mis caderas y seguía follando mi estrecho ano suave y sin pausa. Mi cuerpo comenzó a adaptarse y mis músculos tensos se relajaron, permitiéndole follar mi trasero con movimientos estables y firmes, iniciando a provocarme solo placer. Entonces toqué mi panocha vacía, froté mi clítoris erguido y durito como un diamante. Sentí que comenzaba a crecer dentro de mí una sensación abrumadora de placer y supe que mi orgasmo iba a ser explosivo.
Me hice hacia adelante y enterré mis uñas en las sábanas gimiendo como loca. Ahora toda su polla colmaba mi trasero. Al contraer mi coño para apretar mi trasero, sentí como el semen de mi panocha se derramaba por mis muslos. Mi cuerpo comenzaba a temblar, entonces vi a Darío con su polla otra vez dura como el granito, amaba a mis hijos y sus erecciones infinitas, así que le dije a Aquiles.
—Vamos … Sácala un rato …
Centímetro a centímetro, Aquiles sacó su polla de mi trasero. Llamé a Darío.
—Ven aquí y recuéstate, tesoro …
Parpadeó titubeantes, le di unas palmaditas a la cama y lo invité. Él hizo lo que le ordené y yo lo monté a horcajadas, agarré su polla y la deslicé en mi coño caldeado. Me miró ensoñadoramente cuando su polla me penetró profundamente. Estiré mi mano hacia atrás buscando la polla de Aquiles, él se movió hacia mí, aferré su verga dura y mojada, apuntándola a mi ceñido agujerito trasero. Apoyé mis tetas en el pecho de Darío y con ambas manos abrí mis nalgas para mi hijo menor, el cual no dudo ni un momento y me clavó su pija dura profundamente en mi culo. Ahora tenía a mis dos hijos follando mis agujeros.
—¡Aayyyy! … ¡Hmmmmm! …
Grité y gemí empalada en las pollas de mis bebés. Mi cuerpo estaba completamente lleno, colmado con las pollas de mis retoños.
—¡Uuuffff! … ¡Que rico, mami! …
Gimió Darío, sabía que podía sentir la dureza de la polla de Aquiles separada solo por una delgada membrana de mí cuerpo, por supuesto, podían sentir sus dos pollas duras follándome deliciosamente. Aquiles había comenzado a follarme el culo vigorosamente, con cada embestida me hacía deslizar sobre la polla de su hermano, el cual estaba ocupado de lamer y morder mis tetas.
—¡Oh, chicos! … Nunca había tenido dos pollas dentro de mí … ¡Qué rico que se siente! …
Me retorcí y me contorsioné cuando espasmódicas convulsiones me llevaron al éxtasis del orgasmo, liberé toda mi energía y mi lujuria para regalarme a mis hijos. Con cada embestida que me propinaban, sentía que sus pollas más crecían.
—¡Oh, mamá! … ¡Oh, mamá! … ¡Me voy a correr! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Umpf! …
Gritó Darío y Aquiles aumentó la velocidad de sus golpes, comenzando a follarme lo más rápido que podía. Gruñó y metió su pija tan profundo que sentí un poco de dolor y placer. Apreté mí cuerpo y grité sintiéndolo como se derramaba dentro de mí. La sensación me hizo estremecer, mí cuerpo estaba en llamas y me corrí una vez más:
—¡Aaaahhhh! … ¡Ahhhhh! … ¡Hmmmmm! … ¡Oh, Dios! … ¡Me muero! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaaggghhh! … ¡Que rico! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaahhh! …
Espasmódicas convulsiones me hicieron perder el control de mi cuerpo, Darío me abrazó tratando de detener mis temblores, pero era algo que me sobrepasaba y me abrumaba, nunca había sentido tanto placer como el que estaba sintiendo con mis dos hijos. Cuando creí que todo terminaba, Darío se posesionó de mi glúteos y empujó su polla fuerte dentro de mí.
—¡Me estoy corriendo, mamá! … ¡Me estoy corriendo! …
Me deslicé sobre sus pollas moviéndome en todas direcciones. Me aferré a ellos mientras ellos se aferraban a mí. El placer fue intenso, pero finalmente se acabó. Nos quedamos quietecitos, sus pollas todavía estaban dentro de mí, poco a poco se ablandaron y salieron de mis agujeros, entonces sentí la tibieza del semen escurriendo sobre mi piel, formando un charco sobre las sábanas. Nos besamos, Aquiles se derrumbó a mi lado y yo me deslicé al costado de Darío, quedando en medio a los dos que me mantenían abrazada prodigándome besos y caricias. Finalmente fue mi hijo menor a romper el silencio a mis espalda:
—Te amo, mamá …
Darío me miró, tragó saliva y con un beso en los labios, dijo:
—Yo también te amo, mamá …
Estaba feliz en medio a los dos, exhausta por un orgasmo que jamás creí posible. En algún modo me moví para sentirlos a ambos estrechándome afectuosamente y les dije:
—Y yo también los amo, chicos …
Ese fue el comienzo de nuestros encuentros en trío y nuestras vidas cambiaron para siempre.
Fin
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