De devota feligresa a puta-
por
Juan Alberto
género
confesiones
Mi nombre es Antonella, tengo veintiséis años, un cuerpo esbelto y 34B de seno. Los hombres me hostigan un poco porque dicen que soy bonita. Quiero contar una historia que comenzó hace algunas semanas.
Me había titulado de Ingeniera Agrónoma. Asistía frecuentemente a la iglesia local, porque me hacía sentir tranquila con mi espíritu un tanto fogoso. Allí conocí a Gustavo, el sacerdote a cargo de la capilla. Él era un hombre alto y fornido, de unos preciosos ojos color verde mar. Apenas lo vi mi cuerpo reacciono en un modo extraño y me sentí algo inquieta. Después comencé a sentir algo diferente por él, especialmente cuando me encuadraba con su beata mirada, parecía que podía escudriñar mi alma completa con sus ojos de color océano.
Me ofrecí para hacer trabajos voluntarios para la parroquia, de ese modo entre en contacto con él y me gané sus simpatías. De vez en cuando podía hablar al teléfono con él.
Cuando me confesaba con él, me di cuenta de que mi cuerpo se agitaba y sentía una aviesa atracción sexual hacia él. Sentí el deber de creyente y beata cristiana de confesárselo. Me sugirió de tener un encuentro privado para conversar al respecto y yo acepté.
En un principio pensé que esto no me estaba sucediendo a mí. Probablemente él no me tomaba en serio. O quizás me invitaba para hacerme entrar en razón. Pero el tono de su voz a través de la rejilla del confesionario era tranquilo y serio. Me sentí terriblemente excitada y llena de expectativas.
El día en que teníamos que encontrarnos estaba muy ansiosa y no sabía en realidad que esperar de esta cita anómala. Tal vez él me iba a llamar la atención por mi comportamiento inapropiado e impuro, en modo de alejar de mí esos obscenos pensamientos y lascivos demonios.
Me vestí en modo casual y recatado, pero sin renunciar a un toque de femineidad calzando mis altos tacones y una falda a la rodilla. Cuando llegué a la iglesia, el sonido de mis tacones se amplificó y resonó emitiendo ecos por todo el templo.
En la primera banca delante al altar, había dos ancianas inclinadas a rezar, bisbiseando la plegaria con un rosario en mano. Los vidrios coloridos tipo catedral de estilo gótico con diseños religiosos, eran atravesados por los rayos de sol que proyectaban un arcoíris de colores desenfocados sobre los baldosones del piso. Reinaba un clima de paz y serenidad. Yo me sentí fuera de lugar con mis pensamientos lascivos. Mi abrigo invernal cubría todo mi cuerpo y mi cuello era protegido por un elegante pañuelo de seda.
Recorrí el pasillo en silencio tal como me había dicho él, mirando la cruz de Cristo crucificado, estaba hecho de madera y se elevaba muy por encima del altar. Miré por todo mi alrededor y no lo vi por ninguna parte, pero sabía que él estaba en algún lado. Un tanto inquieta, me dirigí al confesionario y me metí dentro. No había nadie del otro lado, solo un absoluto silencio.
Mi corazón latía fuerte en mí pecho y mi cuerpo se estremecía y temblaba, no tanto por la temperatura fría sino por la excitación y el ansia. Lo que sabía de él hasta ahora es que era un hombre recto y exigente. Repentinamente escuché un ruido en la parte divisoria del confesionario y vi una sombra en la rejilla. No me pude contener y parloteé en una verborrea precipitada.
—Te amo … Te deseo y nada podrá hacerme cambiar de esta idea …
Escuché un profundo respiro antes de que comenzara a hablar.
—¡Espera! … Escucha atentamente, ¿entiendes? …
Dijo con firmeza, asentí con la cabeza y balbuceé un susurrado.
—¡Ehm! … ¡Sí! …
—Tienes que hacer exactamente todo lo que yo te diga, ¿vale? …
De nuevo moví mi cabeza, pero no logré decir nada. De mi boca salían pequeñas nubecita de vapor; estaba respirando con dificultad y me sentía muy nerviosa.
—Ahora yo saldré … voy hacia la sacristía … A la derecha hay una puerta que da a una oficina pequeña … Te esperaré allí dentro de cuatro minutos, ¿vale? …
No esperó mi respuesta, simplemente salió del confesionario. Ahora estaba otra vez sola en la casa del Señor haciendo entrar el pecado sin admitir ninguna reticencia. No estaba haciendo nada para oponerme, de hecho, lo estaba provocando y buscando. En este momento era la pura representación de la lujuria en toda su magnificencia. Aquí donde se predicaba la castidad, el matrimonia, la fe y la pureza del alma, cuerpo y mente, mi coño estaba caliente y mojado. Salí del confesionario y me dirigí a la oficina de la sacristía con en mente la tentación, sucios pensamientos sexuales y los deseos más pecaminosos.
Luego de unos segundos, estaba junto a él en la pequeña oficina donde había un escritorio, un pequeño estante y alguna sillas. Me miró fijamente a los ojos, suspiró complaciente y me dijo.
—Eres muy bonita y lo sabes, ¿no? … Veo en ti algo que me intriga y quiero saber de que se trata … Quiero saber todo de ti … Ahora abre lentamente tu abrigo, pero no te lo quites …
Tenía mis manos cubiertas por finos guantes de piel, las llevé al primer botón y lo desabroché lentamente deslizándolo del ojal. Con las yemas de mis dedos acaricié la redondez de mi seno cubierto por la gruesa tela del abrigo y me preparé a desabrochar el segundo botón. El tercero y el cuarto los aflojé con menos garbo y terminé de desabrochar todos los botones del abrigo.
Luego coqueta y seductoramente abrí las solapas del abrigo, de modo que pudiera ver mi cuerpo. Lo vi asentir con su cabeza mientras contemplaba mi atuendo. La faldita ajustada a mis muslos y un suéter ceñido que resaltaba la figura de mis senos. Debajo de mi ropa tenía un bonito sostén de encaje negro y una minúscula tanga a juego, el todo lo terminaban un par de medias negras autoadherentes. Su respiración se hizo afanosa y escuché que jadeaba. Tal vez estaba perdiendo la cabeza.
—¡Preciosa! … ¡Eres muy bonita! … ¡Eres justo como te quería! …
Dijo con la respiración entrecortada. Luego se levantó, se acercó y acarició mis cabellos, luego las sienes, pasó su mano por mi cabeza y la fue bajando lentamente hasta mi cuello, acarició suavemente mis lóbulos, se inclinó y me susurró al oído.
—¿Qué sientes? …
—Padre … Siento algo de calor y un relajo … —Respondí.
Entonces él levantó mis brazos y con un suave y lento movimiento, comenzó a tirar hacia arriba mi ceñido suéter, dejándome solo con mi sostén. Mi excitación era evidente, mis tetas estaban duras, mis areolas hinchadas y mis pezones amenazaban con romper mi delgado y trasparente sujetador.
Él inició a tocar mis caderas, sentí palpitaciones en mi vagina que trepidaba de excitación, luego sentí la viscosidad de mis fluidos que mojaban mi tanga y toda el área de mi entrepierna. Literalmente, estaba goteando de cachondez.
—Ahora levántate y posiciónate de frente a mí y gírate; abre bien las piernas y coloca las manos en la silla …
Hice lo que él me pedía, pasó sus manos por mi cintura y bajó la cremallera de mi falda con gran habilidad. Contoneando mis caderas, lo ayudé a bajármela y finalmente quitármela. De esa manera le estaba mostrando mis redondas nalgas desnudas, con el delgado hilo de mi tanga perdido en medio a mis glúteos.
La oficina era pequeña, muy estrecha y convenientemente escondida. Pero la sensación de que él estuviera mirando directamente mi culo y mi panocha empapada, me hizo que me mojara profusamente. Él lo notó, sonrió y me dijo.
—Eres una puta … Una zorra ansiosa … Quieres que te folle por todas partes, ¿no? … Quieres que te monte con mi verga dura, ¿verdad? … ¡Dilo! …
Dudé, no sabía si me estaba insultado o simplemente me estaba interpelando.
—¡Dilo, puta caliente! … —Ordenó bisbiseando.
—Sí, es verdad … Quiero que me montes con tu gran polla dura … —Exclamé ganosa.
—Te gusta, ¿eh? … Y te gustaría chuparlo, ¿no? …
Asentí y agregué ansiosa.
—Sí … Sí, me gustaría tenerlo en mi boca …
Podía escuchar el sonido que hacía su mano sacudiendo su verga.
—¡Vamos, perra! … Dime que más te gustaría hacer con mi polla … ¡Descríbelo! … ¡Dímelo, pequeña zorra! …
Mi respiración se había tornado agitada y entrecortada. Me estaba calentando como nunca.
—¡Ehm! … Me gustaría darle unas cuantas chupadas … Sentirlo como llena mi boca y meterlo hasta tocar mi garganta … Quisiera rodear tu cabezota con mi lengua, darle muchos besitos … Quiero sentir que te corres en mi boca … Quisiera sentir que me llenas por todas partes … Tomarlo en mi mano y lamer tus bolas hinchadas y calientes …
Su mano sacudía su polla cada vez más rápido y presentí que pronto se correría. Se acercó a mí por detrás y comenzó a tocarme, besarme en el cuello, al mismo tiempo que lamía delicadamente mi piel. Luego me quitó el sostén y me hizo voltear sin dejar de besar mi cuello, poco a poco fue descendiendo sobre mis pechos. Me gustaba mucho su forma dulce y delicada de tocarme, pero sentí que también podía ser muy fuerte y posesivo. Mis senos estaban hinchados y duros por la excitación y estaba perdiendo el control de mis actos. Apretó mis hinchadas tetas y las levantó para morderme los pezones, tuve que tapar mi boca con mi mano para no ceder al impulso de gritar. Se separó un poco de mí y se desnudó completamente dejando caer sus ropas al suelo, de reojo observé su enorme polla gruesa que apenas podía ser contenida en su mano. Hubiera querido que me follara de inmediato, ahí de pie. Pero él tenía otra cosa en mente.
Me hizo apoyar en el escritorio con las piernas separadas, bajó a la altura de mi culo y arrastró el hilo de mi tanga sobre mi nalga derecha, comenzando a lamer deliciosamente mi labia mojada. Me llevó a las alturas, estaba en completo éxtasis y sometimiento a sus caricias. Luego de un rato se alzó y sin previo aviso enterró con fuerza su polla hinchada en mí panocha bañada y resbaladiza, sus estocadas era lentas y profundas. Luego me hizo girar, agarró una de mis piernas y la colocó sobre el escritorio. Mentalmente agradecí mis horas de gimnasio. Siendo lo suficientemente flexible, no tuve problema para colocarme en esa posición. Él volvió a empujar su polla en mi conchita y mientras me follaba rítmicamente, sus manos tomaron mis nalgas y con los dedos de su mano derecha estimulo el ojete de mi trasero, comencé a moverme en un vaivén infinito hacia adelante y hacia atrás, ahora me había convertido en su puta.
—¡Buena, chica! … Continúa así … Relájate, te gustará …
—Sí, padre … Mucho … Me gusta mucho … No te detengas …
—Tu panochita está todavía joven y apretadita … Necesita de una verga gruesa y dura para ensancharse un poco más …
Apenas me dijo eso, sacó su polla de mi chocho y se bajó entre mis piernas. Sentí su lengua húmeda y fresca rozarme la panocha, comenzó a lamer los fluidos que mojaban mis labios, diciendo.
—Qué rico el sabor de tu coño …
Entonces me penetró con sus largos dedos. Cuando los sacó de allí, hubo un sonido extraño, como si mi coño tratara de aspirarlos hacia adentro. Eso me indicó que mi coño estaba muy cachondo. A continuación, me instruyó
—Ahora tu haces los mismo … Metes tus dedos en tu coño, los empapas con tus fluidos y luego quiero que te los metas en tu culo para lubricarlo … Porque este culito apretado está todavía virgen, ¿verdad? … Tenemos que hacerlo con cuidado y mucha calma … Así lo disfrutarás más …
Dijo en un tono de voz muy calmo y persuasivo, una voz similar a la que se usa con los niños. Enseguida metí mis dedos en mi panocha, luego uno a la vez, me los metí en el culo y los deslicé como si fuera vaselina. Cuando vio que terminé, me dijo que me quedara quietecita. Él Acercó su rostro a mí trasero, sentía su cálido y húmedo respiro sobre la piel del surco de mi culo. Su lengua se estiró y se enfiló en mi agujerito engurruñado. Emití un gemido de sumo placer y comencé a mover mi trasero empujando mi culo contra su boca. El goce que estaba probando era indescriptible.
No contento con lengüetear mi ojete anal, juntó varios dedos y sin previo aviso los enfiló en mi coño, comenzando a masturbar mis agujeros. Me moví presa de fuertes impulsos, mi cabeza daba vueltas de lo emocionada y caliente que estaba. Llevé las yemas de mis dedos a jugar con mi clítoris y sentí que sus dedos hicieron contacto con los míos que se empapaban de mi dulce néctar de coño. Apuró la velocidad de sus dedos y yo hice lo mismo con los míos sintiendo que sus dedos se enterraban más y más profundo dentro de mí. Gemí y chillé fuera de todo control deseando que nunca se detuviera.
Introdujo su lengua un poquito más en mi diminuto agujero y en ese momento di un respingo y no pude evitar de correrme como una verdadera puta, sintiendo mis fluidos gotear por mis muslos.
—¡Uuurrrggghhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Ahhhhh! … ¡Uuuuhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡¡Sigue, por favor! … ¡No te detengas, sigue! … ¡Aaaahhhh! … ¡Umpf! … ¡Ahhhh! … ¡Uhhhh! … Uuuuuh! …
Estaba totalmente mojada, pero para nada satisfecha, todavía quería más de ese placer arcano, guarro y proscrito por la sociedad eclesiástica. Quería que él me hiciera de todo.
—Apóyate contra la puerta y levanta una pierna …
Me dijo entre dientes, inmediatamente obedecí y me puse en esa posición apoyando mi pierna contra la pared opuesta, mi coño estaba totalmente expuesto. Se puso de pie sosteniendo su gran polla dura en su mano, la apoyó contra mi hendedura vaginal y la empujó violentamente dentro de mí. Grité de dolor, pero me gustaba cuando él me tomaba de ese modo.
Empujó su pene más y más profundo haciéndomelo sentir todo dentro de mí, colmando las paredes delicadas de mi coño. Era enorme, grueso y duro. Tomó una de mis tetas en su mano y comenzó a masajearla y sobajearla, aplastándola con fuerza en la palma de su mano.
—Te gusta ser mi putita, ¿no? …
Tenía que reconocerlo, asentí gimiendo y diciendo.
—Sí, verdaderamente me gusta mucho … ¡Uhhhhh! …
Comenzó a acelerar sus movimientos y la fuerza con que me follaba, en tanto que nuestros genitales emitían obscenos ruidos estrellándose entre sí. Con sus fuertes manos apretó mis nalgas y me tiró contra su polla, esto literalmente me volvió loca de placer. Apoyé mis brazos contra las paredes y empujé mi pelvis un poco hacia arriba y hacia abajo, casi saltando encima de su polla gruesa y nervuda, de ese modo lograba empalarme toda. Se apoderó de mis caderas y martilló su pene en lo profundo de mí vagina emitiendo sonoros gruñidos. Presentí que estaba a punto de correrse, de hecho, saltó fuera de mí y tomó su pene en mano continuando a masturbarse, con voz ronca y agitada me ordenó de arrodillarme, cosa que obedecí inmediatamente.
Cuando estuvo listo, apuntó su polla dirigiendo el primer chorro de semen caliente sobre mis tetas, luego en mi cara, después en mi boca. Lo tragué con avidez, voluptuosamente tratando de no perder ni una sola gota. Después de recogerlo en mi boca usando mis dedos, pensé que le gustaría si se lo chupaba, rodeé su polla con mis labios y succioné el resto de esperma directamente de su polla, chupándolo en toda su longitud. Su pene inmediatamente volvió a ponerse duro. Aferró mis cabellos con fuerza con su mano, prácticamente inmovilizándome. Acto seguido, comenzó a dar fuertes embestidas dentro de mi boca, empujando su verga hasta el fondo de mi garganta. Esa violencia intempestiva me causo una especie de asfixia y algunos conatos de vómitos, pero me acostumbré, lo acepté y lo complací.
Empujó mi cabeza una y otra vez contra su verga caliente y dura; entonces comenzó a jadear ruidosamente, a momentos parecía que le faltaba el aire, pero seguía embistiéndome con su polla gorda y tiesa mientras decía.
—¡Eso, puta! … ¡Chúpalo bien! … ¡Trágalo todo! … ¡Sigue chupando, zorra! …
Me encantaba sentirlo decirme esas cosas, se lo chupé ardorosamente y él siguió instándome a complacerlo.
—¡Sí! … ¡Sí! … ¡Eres una ramera y sé que te gusta! … ¡Chúpamelo como la puta que eres! … ¡Uhmmm! … ¡Vas a hacer que me corra! … ¡Sí! … ¡Sí! … ¡Me voy a correr! … ¡Sí! … ¡Me corro! …
En instantes un fuerte chorro de semen candente inundó mi boca. Algo de eso escurrió por la comisura de mis labios y aterrizó sobre mis senos. Tragué y tragué, tragué mucho, lo disfruté. Con mis dedos recogí lo que había caído sobre mis pechos y también me lo lleve a la boca. Él respiraba fatigosamente y se sentó en la silla. Poco a poco recuperamos el aliento. Cinco minutos después estábamos vestidos completamente. Sigilosamente yo salí primero lo más naturalmente que pude. Tratando de no despertar sospechas si alguien nos hubiese observado.
Por suerte la iglesia había permanecido casi vacía. Las viejecitas continuaban a rezar. Traté de no mirarlas y volteando hacia la cruz, me persigné y me dirigí con mis ruidosos tacones hacia la salida. No sé si las feligresas escucharon nuestros gemidos y nuestros gritos, pero de solo pensarlo mi coño se contrajo deleitosamente, hubiera querido volver a la oficina del prelado, pero sabía que por el momento había obtenido suficiente. Antes de salir metí mis dedos en la fuente de agua bendita y volví a santiguarme haciendo la señal de la cruz mirando al Jesús crucificado. Miré hacia el altar y vi que él estaba de pie orando cerca de las beatas ancianas con su sotana impecablemente limpia. Sentí que me seguía con la mirada mientras yo abandonaba la iglesia.
Fin
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luisa_luisa4634@yahoo.com
Me había titulado de Ingeniera Agrónoma. Asistía frecuentemente a la iglesia local, porque me hacía sentir tranquila con mi espíritu un tanto fogoso. Allí conocí a Gustavo, el sacerdote a cargo de la capilla. Él era un hombre alto y fornido, de unos preciosos ojos color verde mar. Apenas lo vi mi cuerpo reacciono en un modo extraño y me sentí algo inquieta. Después comencé a sentir algo diferente por él, especialmente cuando me encuadraba con su beata mirada, parecía que podía escudriñar mi alma completa con sus ojos de color océano.
Me ofrecí para hacer trabajos voluntarios para la parroquia, de ese modo entre en contacto con él y me gané sus simpatías. De vez en cuando podía hablar al teléfono con él.
Cuando me confesaba con él, me di cuenta de que mi cuerpo se agitaba y sentía una aviesa atracción sexual hacia él. Sentí el deber de creyente y beata cristiana de confesárselo. Me sugirió de tener un encuentro privado para conversar al respecto y yo acepté.
En un principio pensé que esto no me estaba sucediendo a mí. Probablemente él no me tomaba en serio. O quizás me invitaba para hacerme entrar en razón. Pero el tono de su voz a través de la rejilla del confesionario era tranquilo y serio. Me sentí terriblemente excitada y llena de expectativas.
El día en que teníamos que encontrarnos estaba muy ansiosa y no sabía en realidad que esperar de esta cita anómala. Tal vez él me iba a llamar la atención por mi comportamiento inapropiado e impuro, en modo de alejar de mí esos obscenos pensamientos y lascivos demonios.
Me vestí en modo casual y recatado, pero sin renunciar a un toque de femineidad calzando mis altos tacones y una falda a la rodilla. Cuando llegué a la iglesia, el sonido de mis tacones se amplificó y resonó emitiendo ecos por todo el templo.
En la primera banca delante al altar, había dos ancianas inclinadas a rezar, bisbiseando la plegaria con un rosario en mano. Los vidrios coloridos tipo catedral de estilo gótico con diseños religiosos, eran atravesados por los rayos de sol que proyectaban un arcoíris de colores desenfocados sobre los baldosones del piso. Reinaba un clima de paz y serenidad. Yo me sentí fuera de lugar con mis pensamientos lascivos. Mi abrigo invernal cubría todo mi cuerpo y mi cuello era protegido por un elegante pañuelo de seda.
Recorrí el pasillo en silencio tal como me había dicho él, mirando la cruz de Cristo crucificado, estaba hecho de madera y se elevaba muy por encima del altar. Miré por todo mi alrededor y no lo vi por ninguna parte, pero sabía que él estaba en algún lado. Un tanto inquieta, me dirigí al confesionario y me metí dentro. No había nadie del otro lado, solo un absoluto silencio.
Mi corazón latía fuerte en mí pecho y mi cuerpo se estremecía y temblaba, no tanto por la temperatura fría sino por la excitación y el ansia. Lo que sabía de él hasta ahora es que era un hombre recto y exigente. Repentinamente escuché un ruido en la parte divisoria del confesionario y vi una sombra en la rejilla. No me pude contener y parloteé en una verborrea precipitada.
—Te amo … Te deseo y nada podrá hacerme cambiar de esta idea …
Escuché un profundo respiro antes de que comenzara a hablar.
—¡Espera! … Escucha atentamente, ¿entiendes? …
Dijo con firmeza, asentí con la cabeza y balbuceé un susurrado.
—¡Ehm! … ¡Sí! …
—Tienes que hacer exactamente todo lo que yo te diga, ¿vale? …
De nuevo moví mi cabeza, pero no logré decir nada. De mi boca salían pequeñas nubecita de vapor; estaba respirando con dificultad y me sentía muy nerviosa.
—Ahora yo saldré … voy hacia la sacristía … A la derecha hay una puerta que da a una oficina pequeña … Te esperaré allí dentro de cuatro minutos, ¿vale? …
No esperó mi respuesta, simplemente salió del confesionario. Ahora estaba otra vez sola en la casa del Señor haciendo entrar el pecado sin admitir ninguna reticencia. No estaba haciendo nada para oponerme, de hecho, lo estaba provocando y buscando. En este momento era la pura representación de la lujuria en toda su magnificencia. Aquí donde se predicaba la castidad, el matrimonia, la fe y la pureza del alma, cuerpo y mente, mi coño estaba caliente y mojado. Salí del confesionario y me dirigí a la oficina de la sacristía con en mente la tentación, sucios pensamientos sexuales y los deseos más pecaminosos.
Luego de unos segundos, estaba junto a él en la pequeña oficina donde había un escritorio, un pequeño estante y alguna sillas. Me miró fijamente a los ojos, suspiró complaciente y me dijo.
—Eres muy bonita y lo sabes, ¿no? … Veo en ti algo que me intriga y quiero saber de que se trata … Quiero saber todo de ti … Ahora abre lentamente tu abrigo, pero no te lo quites …
Tenía mis manos cubiertas por finos guantes de piel, las llevé al primer botón y lo desabroché lentamente deslizándolo del ojal. Con las yemas de mis dedos acaricié la redondez de mi seno cubierto por la gruesa tela del abrigo y me preparé a desabrochar el segundo botón. El tercero y el cuarto los aflojé con menos garbo y terminé de desabrochar todos los botones del abrigo.
Luego coqueta y seductoramente abrí las solapas del abrigo, de modo que pudiera ver mi cuerpo. Lo vi asentir con su cabeza mientras contemplaba mi atuendo. La faldita ajustada a mis muslos y un suéter ceñido que resaltaba la figura de mis senos. Debajo de mi ropa tenía un bonito sostén de encaje negro y una minúscula tanga a juego, el todo lo terminaban un par de medias negras autoadherentes. Su respiración se hizo afanosa y escuché que jadeaba. Tal vez estaba perdiendo la cabeza.
—¡Preciosa! … ¡Eres muy bonita! … ¡Eres justo como te quería! …
Dijo con la respiración entrecortada. Luego se levantó, se acercó y acarició mis cabellos, luego las sienes, pasó su mano por mi cabeza y la fue bajando lentamente hasta mi cuello, acarició suavemente mis lóbulos, se inclinó y me susurró al oído.
—¿Qué sientes? …
—Padre … Siento algo de calor y un relajo … —Respondí.
Entonces él levantó mis brazos y con un suave y lento movimiento, comenzó a tirar hacia arriba mi ceñido suéter, dejándome solo con mi sostén. Mi excitación era evidente, mis tetas estaban duras, mis areolas hinchadas y mis pezones amenazaban con romper mi delgado y trasparente sujetador.
Él inició a tocar mis caderas, sentí palpitaciones en mi vagina que trepidaba de excitación, luego sentí la viscosidad de mis fluidos que mojaban mi tanga y toda el área de mi entrepierna. Literalmente, estaba goteando de cachondez.
—Ahora levántate y posiciónate de frente a mí y gírate; abre bien las piernas y coloca las manos en la silla …
Hice lo que él me pedía, pasó sus manos por mi cintura y bajó la cremallera de mi falda con gran habilidad. Contoneando mis caderas, lo ayudé a bajármela y finalmente quitármela. De esa manera le estaba mostrando mis redondas nalgas desnudas, con el delgado hilo de mi tanga perdido en medio a mis glúteos.
La oficina era pequeña, muy estrecha y convenientemente escondida. Pero la sensación de que él estuviera mirando directamente mi culo y mi panocha empapada, me hizo que me mojara profusamente. Él lo notó, sonrió y me dijo.
—Eres una puta … Una zorra ansiosa … Quieres que te folle por todas partes, ¿no? … Quieres que te monte con mi verga dura, ¿verdad? … ¡Dilo! …
Dudé, no sabía si me estaba insultado o simplemente me estaba interpelando.
—¡Dilo, puta caliente! … —Ordenó bisbiseando.
—Sí, es verdad … Quiero que me montes con tu gran polla dura … —Exclamé ganosa.
—Te gusta, ¿eh? … Y te gustaría chuparlo, ¿no? …
Asentí y agregué ansiosa.
—Sí … Sí, me gustaría tenerlo en mi boca …
Podía escuchar el sonido que hacía su mano sacudiendo su verga.
—¡Vamos, perra! … Dime que más te gustaría hacer con mi polla … ¡Descríbelo! … ¡Dímelo, pequeña zorra! …
Mi respiración se había tornado agitada y entrecortada. Me estaba calentando como nunca.
—¡Ehm! … Me gustaría darle unas cuantas chupadas … Sentirlo como llena mi boca y meterlo hasta tocar mi garganta … Quisiera rodear tu cabezota con mi lengua, darle muchos besitos … Quiero sentir que te corres en mi boca … Quisiera sentir que me llenas por todas partes … Tomarlo en mi mano y lamer tus bolas hinchadas y calientes …
Su mano sacudía su polla cada vez más rápido y presentí que pronto se correría. Se acercó a mí por detrás y comenzó a tocarme, besarme en el cuello, al mismo tiempo que lamía delicadamente mi piel. Luego me quitó el sostén y me hizo voltear sin dejar de besar mi cuello, poco a poco fue descendiendo sobre mis pechos. Me gustaba mucho su forma dulce y delicada de tocarme, pero sentí que también podía ser muy fuerte y posesivo. Mis senos estaban hinchados y duros por la excitación y estaba perdiendo el control de mis actos. Apretó mis hinchadas tetas y las levantó para morderme los pezones, tuve que tapar mi boca con mi mano para no ceder al impulso de gritar. Se separó un poco de mí y se desnudó completamente dejando caer sus ropas al suelo, de reojo observé su enorme polla gruesa que apenas podía ser contenida en su mano. Hubiera querido que me follara de inmediato, ahí de pie. Pero él tenía otra cosa en mente.
Me hizo apoyar en el escritorio con las piernas separadas, bajó a la altura de mi culo y arrastró el hilo de mi tanga sobre mi nalga derecha, comenzando a lamer deliciosamente mi labia mojada. Me llevó a las alturas, estaba en completo éxtasis y sometimiento a sus caricias. Luego de un rato se alzó y sin previo aviso enterró con fuerza su polla hinchada en mí panocha bañada y resbaladiza, sus estocadas era lentas y profundas. Luego me hizo girar, agarró una de mis piernas y la colocó sobre el escritorio. Mentalmente agradecí mis horas de gimnasio. Siendo lo suficientemente flexible, no tuve problema para colocarme en esa posición. Él volvió a empujar su polla en mi conchita y mientras me follaba rítmicamente, sus manos tomaron mis nalgas y con los dedos de su mano derecha estimulo el ojete de mi trasero, comencé a moverme en un vaivén infinito hacia adelante y hacia atrás, ahora me había convertido en su puta.
—¡Buena, chica! … Continúa así … Relájate, te gustará …
—Sí, padre … Mucho … Me gusta mucho … No te detengas …
—Tu panochita está todavía joven y apretadita … Necesita de una verga gruesa y dura para ensancharse un poco más …
Apenas me dijo eso, sacó su polla de mi chocho y se bajó entre mis piernas. Sentí su lengua húmeda y fresca rozarme la panocha, comenzó a lamer los fluidos que mojaban mis labios, diciendo.
—Qué rico el sabor de tu coño …
Entonces me penetró con sus largos dedos. Cuando los sacó de allí, hubo un sonido extraño, como si mi coño tratara de aspirarlos hacia adentro. Eso me indicó que mi coño estaba muy cachondo. A continuación, me instruyó
—Ahora tu haces los mismo … Metes tus dedos en tu coño, los empapas con tus fluidos y luego quiero que te los metas en tu culo para lubricarlo … Porque este culito apretado está todavía virgen, ¿verdad? … Tenemos que hacerlo con cuidado y mucha calma … Así lo disfrutarás más …
Dijo en un tono de voz muy calmo y persuasivo, una voz similar a la que se usa con los niños. Enseguida metí mis dedos en mi panocha, luego uno a la vez, me los metí en el culo y los deslicé como si fuera vaselina. Cuando vio que terminé, me dijo que me quedara quietecita. Él Acercó su rostro a mí trasero, sentía su cálido y húmedo respiro sobre la piel del surco de mi culo. Su lengua se estiró y se enfiló en mi agujerito engurruñado. Emití un gemido de sumo placer y comencé a mover mi trasero empujando mi culo contra su boca. El goce que estaba probando era indescriptible.
No contento con lengüetear mi ojete anal, juntó varios dedos y sin previo aviso los enfiló en mi coño, comenzando a masturbar mis agujeros. Me moví presa de fuertes impulsos, mi cabeza daba vueltas de lo emocionada y caliente que estaba. Llevé las yemas de mis dedos a jugar con mi clítoris y sentí que sus dedos hicieron contacto con los míos que se empapaban de mi dulce néctar de coño. Apuró la velocidad de sus dedos y yo hice lo mismo con los míos sintiendo que sus dedos se enterraban más y más profundo dentro de mí. Gemí y chillé fuera de todo control deseando que nunca se detuviera.
Introdujo su lengua un poquito más en mi diminuto agujero y en ese momento di un respingo y no pude evitar de correrme como una verdadera puta, sintiendo mis fluidos gotear por mis muslos.
—¡Uuurrrggghhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Ahhhhh! … ¡Uuuuhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡¡Sigue, por favor! … ¡No te detengas, sigue! … ¡Aaaahhhh! … ¡Umpf! … ¡Ahhhh! … ¡Uhhhh! … Uuuuuh! …
Estaba totalmente mojada, pero para nada satisfecha, todavía quería más de ese placer arcano, guarro y proscrito por la sociedad eclesiástica. Quería que él me hiciera de todo.
—Apóyate contra la puerta y levanta una pierna …
Me dijo entre dientes, inmediatamente obedecí y me puse en esa posición apoyando mi pierna contra la pared opuesta, mi coño estaba totalmente expuesto. Se puso de pie sosteniendo su gran polla dura en su mano, la apoyó contra mi hendedura vaginal y la empujó violentamente dentro de mí. Grité de dolor, pero me gustaba cuando él me tomaba de ese modo.
Empujó su pene más y más profundo haciéndomelo sentir todo dentro de mí, colmando las paredes delicadas de mi coño. Era enorme, grueso y duro. Tomó una de mis tetas en su mano y comenzó a masajearla y sobajearla, aplastándola con fuerza en la palma de su mano.
—Te gusta ser mi putita, ¿no? …
Tenía que reconocerlo, asentí gimiendo y diciendo.
—Sí, verdaderamente me gusta mucho … ¡Uhhhhh! …
Comenzó a acelerar sus movimientos y la fuerza con que me follaba, en tanto que nuestros genitales emitían obscenos ruidos estrellándose entre sí. Con sus fuertes manos apretó mis nalgas y me tiró contra su polla, esto literalmente me volvió loca de placer. Apoyé mis brazos contra las paredes y empujé mi pelvis un poco hacia arriba y hacia abajo, casi saltando encima de su polla gruesa y nervuda, de ese modo lograba empalarme toda. Se apoderó de mis caderas y martilló su pene en lo profundo de mí vagina emitiendo sonoros gruñidos. Presentí que estaba a punto de correrse, de hecho, saltó fuera de mí y tomó su pene en mano continuando a masturbarse, con voz ronca y agitada me ordenó de arrodillarme, cosa que obedecí inmediatamente.
Cuando estuvo listo, apuntó su polla dirigiendo el primer chorro de semen caliente sobre mis tetas, luego en mi cara, después en mi boca. Lo tragué con avidez, voluptuosamente tratando de no perder ni una sola gota. Después de recogerlo en mi boca usando mis dedos, pensé que le gustaría si se lo chupaba, rodeé su polla con mis labios y succioné el resto de esperma directamente de su polla, chupándolo en toda su longitud. Su pene inmediatamente volvió a ponerse duro. Aferró mis cabellos con fuerza con su mano, prácticamente inmovilizándome. Acto seguido, comenzó a dar fuertes embestidas dentro de mi boca, empujando su verga hasta el fondo de mi garganta. Esa violencia intempestiva me causo una especie de asfixia y algunos conatos de vómitos, pero me acostumbré, lo acepté y lo complací.
Empujó mi cabeza una y otra vez contra su verga caliente y dura; entonces comenzó a jadear ruidosamente, a momentos parecía que le faltaba el aire, pero seguía embistiéndome con su polla gorda y tiesa mientras decía.
—¡Eso, puta! … ¡Chúpalo bien! … ¡Trágalo todo! … ¡Sigue chupando, zorra! …
Me encantaba sentirlo decirme esas cosas, se lo chupé ardorosamente y él siguió instándome a complacerlo.
—¡Sí! … ¡Sí! … ¡Eres una ramera y sé que te gusta! … ¡Chúpamelo como la puta que eres! … ¡Uhmmm! … ¡Vas a hacer que me corra! … ¡Sí! … ¡Sí! … ¡Me voy a correr! … ¡Sí! … ¡Me corro! …
En instantes un fuerte chorro de semen candente inundó mi boca. Algo de eso escurrió por la comisura de mis labios y aterrizó sobre mis senos. Tragué y tragué, tragué mucho, lo disfruté. Con mis dedos recogí lo que había caído sobre mis pechos y también me lo lleve a la boca. Él respiraba fatigosamente y se sentó en la silla. Poco a poco recuperamos el aliento. Cinco minutos después estábamos vestidos completamente. Sigilosamente yo salí primero lo más naturalmente que pude. Tratando de no despertar sospechas si alguien nos hubiese observado.
Por suerte la iglesia había permanecido casi vacía. Las viejecitas continuaban a rezar. Traté de no mirarlas y volteando hacia la cruz, me persigné y me dirigí con mis ruidosos tacones hacia la salida. No sé si las feligresas escucharon nuestros gemidos y nuestros gritos, pero de solo pensarlo mi coño se contrajo deleitosamente, hubiera querido volver a la oficina del prelado, pero sabía que por el momento había obtenido suficiente. Antes de salir metí mis dedos en la fuente de agua bendita y volví a santiguarme haciendo la señal de la cruz mirando al Jesús crucificado. Miré hacia el altar y vi que él estaba de pie orando cerca de las beatas ancianas con su sotana impecablemente limpia. Sentí que me seguía con la mirada mientras yo abandonaba la iglesia.
Fin
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Gino y yo.
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