En la casa de la playa.
por
Juan Alberto
género
confesiones
¡Hola! Me llamo Jeanette. Desafortunadamente perdí a mi esposo en un accidente automovilístico y necesitaba alejarme un poco de todo. Casi pensaba en cometer una locura para reunirme con mi marido estuviera donde estuviera. Teníamos una pequeña casa en un sector veraniego que fuera del verano se transforma en un sitio muy tranquilo y de pocos habitantes. Me fui allí en busca de retiro y pensar en que haría de mi vida.
Por las tardes me iba sola a la playa para disfrutar del aire fresco, la brisa del mar y el sonido estrepitoso a veces del oleaje. En mi soledad me sentía muy acompañada con esos ruidos de la naturaleza. No tuve hijos con mi marido, así que no sabía nada más que la compañía de él. No solo de la compañía emocional. Mi esposo era un amante excepcional y me mantenía viva con su ímpetu ardoroso y gentil.
Conocí un par de hombres antes de mi marido y nunca me encontré bien con ellos. Así que no me pasaba por la cabeza de buscar a otro hombre. Habían pasado dos años en que nadie me había tocado.
Me encanta el ruido de las olas tormentosas, la violencia de estas y el suave retirarse otra vez hacia el mar, es como un orgasmo, abrumador y apaciguador. Me mantengo en forma caminando y trotando por la playa. Mis pechos 34C se mantienen extremadamente duros con pezones pequeños, rodeados de areolas casi invisibles.
El viernes recién pasado, me fui a caminar casi al ocaso. Había nubes y el mar estaba un poco agitado, disfruté con el fuerte sonido de las olas y sentí una calma en mi espíritu. Estiré mis piernas pasando sobre una dunas.
Mientras subía la arena suave de la duna, escuché por primera vez ladrar a un perro. Me giré y vi que detrás de mí a un centenar de metros había un perro enorme corriendo hacia mí. Por supuesto que me asusté y me paralicé. Poco a poco el perro se acercó caminando, hubiera querido salir corriendo, pero mis piernas no me respondían. Además, la distancia a mi casa era demasiada. Miré a mi alrededor en buscar de su dueño, pero no había nadie, la playa estaba completamente vacía, excepto por alguna gaviota que removía las algas en busca de que alimentarse.
Mientras él se acercaba a mí, más grande me parecía. No tenía ningún collar, lo que me hizo pensar de que se trataba de un perro callejero. Por su tamaño y color de su pelaje, supuse que podría tratarse de un San Bernardo. No parecía un perro descuidado.
A medida que él se acercaba, más miedo sentía. Lo único que se me ocurrió hacer fue extender mi mano y decir:
—¡Para! …
Él obedeció y se sentó a menos de medio metro de mí, mirándome con su carita un poco boba. Ladeó su cabeza para encuadrarme expectante y con curiosidad, tal vez preguntándose ¿Quién era yo? Luego de un instante, me di cuenta de que él no iba a atacarme, así que decidí masajearlo entre las orejas y hacer que fuera mi compañía de regreso a mi casa, incluso me hizo sentir segura.
Después de rascarle un poco la cabeza, pasé mi mano por su lomo y le dije:
—No eres un chico malo, ¿verdad? …
Entonces me percaté de la enorme funda que pendía bajo su panza.
—¡Guau, chico! … Pero eres de miedo, ¿eh? …
Me giré y comencé a caminar de vuelta a mi casa a la orilla de la playa. El perro caminaba dos pasos detrás de mí; moví mi mano y le dije:
—¡Vete! … ¡Vete a casa! …
Él simplemente me miró y sacudió su pelaje, después siguió mis pasos como si nada. Tuve que apurar el paso porque comenzaban a caer las primeras gotas de la tormenta que se aproximaba. El perro siguió detrás de mí igualando mi andar. De nuevo me volví:
—¿Qué haces? … ¡Vete a tu casa! …
Ya estaba cerca del porche de mi casa y antes de abrir la puerta de ingreso le dije:
—¡Siéntate! … ¡Y quédate ahí! …
Y él obedeció. Corrí hacia mi casa siendo golpeada por fuertes goterones de lluvia que me empaparon en los últimos metros. Entré apresurada y me fui directamente al baño, me desnudé y me duché. Me puse una remera ligera y unas pantaletas de seda como pijama, mis pechos venían resaltados por mi ceñida camiseta, estaba lista para irme a la cama.
Tomé un libro y me recosté sobre el diván, cerca del calefactor. Miré por la puerta para ver la playa y las olas; vi que el perro seguía sentado bajo la lluvia. Me dio pena y me sentí mal por él, le había dicho que se quedara ahí y él me hizo caso. Ahora estaba empapado por obedecerme, en parte la culpa era mía. Posiblemente se agarraría una gripe por mi culpa.
Rápidamente tome una decisión, dejé el libro, fui al baño y saqué las toallas; luego me dirigí a la puerta y lo llame para que viniera. No dudó ni un instante, se puso de pie y trotó hacia mí, lo detuve justo sobre el felpudo para secarlo. ¡Santo Dios! Estaba completamente empapado.
Él se sentó pacientemente y me dejo cubrirlo con las toallas para comenzar a secarlo. Se puso de pie cuando comencé a secar sus patas traseras y, ¡Santo cielo! Sus bolas eran grandes como dos mandarinas, las magreé una a la vez pare secarlas bien. Le sequé la cola y la parte inferior, después me encargué de su pecho y fui bajando hasta topar con, ¡Cristo bendito! Su funda peluda que escondía algo grueso, muy grueso y que dejaba asomar apenas una puntiaguda cosita rosada. ¡Solo Dios sabe de qué tamaño será esta verga! Pensé.
—¡Oh, cariño! … Eres un niño grande, ¿eh? …
Con un dejo de tristeza me recordé de lo bien dotado que era mi marido. Cuando sentí que estaba bastante seco como para dejarlo entrar, me levanté y lo invité a que pasara. Coloqué una mantilla y le indiqué:
—Ven aquí y acuéstate cerca del calefactor para que termines de secarte …
Eso fue exactamente lo que hizo. Yo cerré la puerta de cristal y corrí la cortina. Entonces me di cuenta de que de nuevo estaba totalmente mojada. Mis pezones eran visibles a través de mi delgada remera. Necesitaba volver a ducharme, entré al baño y me despojé de todos mis atuendos mojados. Los tiré directamente a la lavadora y me metí bajo la ducha. Al salir me di cuenta de que las toallas las había usado con el perro. Tenía toallas secas, pero estaban en mi habitación. Me sacudí un poco el agua que tenía encima y me dirigí al armario de mi cuarto y sacar un par de toallas de los cajones de ropa blanca, para eso tenía que agacharme.
Mientras estaba tratando de sacar toallas secas de entre las sábanas, el perro se acercó detrás de mí sigilosamente y me lamió en medio a los glúteos. Su lengua era ancha, cálida y un poco áspera. Pero a decir verdad, no se sentía mal para nada. Tal vez debería haberme enderezado y ahuyentarlo, pero no fue eso lo que hice. Él volvió a lamerme, esta vez su lengua se metió en medio a mis nalgas, rozando ligeramente mi estrellita engurruñada, me hizo gemir y estuve a punto de enderezarme, en eso él me dio otro largo lengüetazo que se adentró entre mis muslos y bañó con su baba mis gruesos labios exteriores sellados en forma apretada y continuó su barrido por sobre mi culo.
Me quedé pasmada sin saber que hacer y con una confusión terrible. No sabía si pararme o quedarme así para volver a sentir eso que me estaba haciendo sentir. Había una mezcla de miedo y placer que no podía ocultar. La lengua volvió a salir, esta vez separó ligeramente mi labia vaginal y alcanzó mis delicados pliegues rosados y mojados. Mi sensible clítoris emergió de su capucha y sentí un escalofrío por todo mi cuerpo.
No se que tan voluntariamente separé mis piernas y me mantuve agachada y la lengua volvió a hacer de las suyas, más profundo y rápido. Mis piernas temblaban con cada latigazo de su lengua que descargaban intensas cargas eléctricas que me provocaban palpitantes sensaciones en lo más profundo de mi panocha. Mi conchita era una playa con la alta marea, totalmente inundada. Sentí un calor abrasador, esto se sentía mejor que la polla de mi marido y me estaba volviendo loca de lujuria y placer.
Sentía su lengua más y más adentro de mí. Se enterraba en mi conchita. Se enterraba en mi culo. Durante mucho tiempo no me había sentido así de caliente. Ahora sentía su aliento en mi trasero y sus dientes rozar mis tiernos pliegues. Su lengua podía alcanzar y envolver mi botoncito, entonces mi coño comenzó a tener espasmos, tratando de succionar su lengua más adentro de mí, gemí desesperada.
—¡Hmmmmmm! … ¡Me voy a correr! …
En un instante pasó por mi mente de que esto no estaba bien. Mi pasión me abrumaba y con un hilo de voz traté de detenerlo:
—¡Para! … ¡Para! …
Su lengua pareció hundirse muy dentro de mí mientras yo casi sollozaba.
—¡Para, por favor! …
Supliqué, pero mi cuerpo entero se sacudió en convulsiones que me estremecieron de pies a cabeza. Mi cuerpo trataba de aferrar esa lengua intrusiva y chuparla mientras me corría violentamente. No recuerdo haber tenido un orgasmo así de intenso antes. Instintivamente puse mis manos en mis glúteos y abrí mi culo y mi panocha a sus lamidas, moviendo mis caderas y mi trasero para acompañar el ritmo de su lengua. Tenía una gruesa toalla en mi mano, la deje caer al piso y enseguida me acomodé en cuatro. Él no esperó ninguna invitación, en segundos estaba sobre mí aferrándome con sus zampas por la cintura, haciéndome sentir que yo era su perra, cosa que termino por electrizarme.
Con cierta habilidad encontró mi hendedura empapada y antes de que pudiera darme cuenta, me penetró de un solo golpe con una polla gigantesca. Apuñaló mi coño con destreza varias veces, pude sentir algo de dimensiones variables que entraba y salía de mi panocha que me causaba fuertes tiritones y me hacia chillar. Muy pronto esa cosa no salió más de mi conchita y su polla siguió creciendo dentro de mi apretado coño. Su polla se sentía muy diferente a la de mí marido, mucho más gruesa y larga, más caliente y nervuda.
Grite de miedo, ¿O quizás de placer? Mientras el continuaba a empalarme y follar mi conchita sin misericordia. Sus zampas me mantenían firmemente aferrada y me tiraba contra su polla a una velocidad demencial. Abrumada por el goce, mi cabeza se bajó hasta casi tocar el suelo y me sorprendí cuando mi mano acariciaba mi nalga tratando de que él fuera más profundo en mí y mi cuerpo empujaba contra su grueso miembro, inclinando mi torso hacia arriba y arqueando mi espalda enceguecida por la sicalíptica situación.
Su polla se expandió ampliamente en mi panocha, ensanchando mis pliegues a dimensiones jamás alcanzadas por otra polla. Quería gritar, pero mi aliento bastaba solo para emitir lánguidos gemidos de goce. Ahora mi cuerpo estaba completamente doblado y mis senos estaban apoyados al suelo; mis esfuerzos estaban dedicados a mantener mi coño alineado con sus profundas embestidas.
Nunca antes mi coño había sido invadido por algo tan enorme, caliente y palpitante, que seguía expandiéndose dentro de mí. Estaba tan profundamente incrustado en mi panocha que podía sentir los pelos de su funda cosquilleando mi labia externa y sus cojones estrellarse en mis glúteos. Me parecía tener un pomelo atascado en mi vagina y una gruesa banana estirando mis paredes vaginales, cuya punta aguzada llegaba a tocar mi cuello uterino. Sentí tal delicia que mi cuerpo volvió a temblar sin control en un gigantesco orgasmo. Estaba abrumada por las olas que iban y venían convulsionando mi entera humanidad. Ya mi cuerpo no distinguía entre dolor y placer. Creí morir y me sentí feliz porque iba a encontrarme por fin con mi fallecido marido. Pero él se detuvo.
Dejó de moverse en forma alocada y su polla caliente se infló todavía un poco más, entonces sentí el candente y denso líquido que salía a borbotones bombeados directamente en mi matriz. Me estremecí ante la sensación inédita y única, jamás sentida por mi cuerpo. Volví a correrme, jadeando sin aliento, chillando sin control, enterrando mis uñas en la alfombra con su polla que lanzaba chorros en forma incontinente dentro de mis entrañas usadas y abusadas. Cada nuevo chorro que él disparaba con su salchicha hacía que mi cuerpo reaccionara con espasmos estremecedores. Parecía como si él quisiera llenar mi panocha con su semilla caliente.
Cuando dejó de eyacular dentro de mí, él se movió pasando una de sus zampas sobre mi espalda y se giró para quedar pegado a mi con su trasero. Ahora sí que parecía una perra de verdad, pegada al perro culo con culo.
No estaba preparada para lo que vino a continuación porqué él se desplazó por mi habitación hacia la sala de estar y me arrastro pegada a su enorme polla. Afortunadamente llegó hasta la mantilla que había puesto junto al calefactor y se echó. Él se apaciguó, pero yo me sentí humillada, herida, temerosa y confundida. No pude hacer nada más que esperar, porque su polla todavía pulsaba dentro de mi panocha.
Pasó al menos una media hora y su nudo se contrajo lo suficiente como para deslizarse fuera de mi coño con un sonoro ¡Ploop! Y una marea de jugos se vertió sobre la alfombra. Me quedé quietecita y exhausta. El perro limpio su polla con su larga lengua y luego centró su atención en mi agujero goteante. Con cada lengüeteada se encendía mi panocha y se despertaba la lujuria dentro de mí. Mi coño involuntariamente comenzó a cerrarse y a chuparle la lengua una vez más. Entonces supe que me había convertido en su perra y estaba lista para una segunda ronda.
Fin
***** ***** ***** ***** ***** ***** ***** *****
El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!
luisa_luisa4634@yahoo.com
Por las tardes me iba sola a la playa para disfrutar del aire fresco, la brisa del mar y el sonido estrepitoso a veces del oleaje. En mi soledad me sentía muy acompañada con esos ruidos de la naturaleza. No tuve hijos con mi marido, así que no sabía nada más que la compañía de él. No solo de la compañía emocional. Mi esposo era un amante excepcional y me mantenía viva con su ímpetu ardoroso y gentil.
Conocí un par de hombres antes de mi marido y nunca me encontré bien con ellos. Así que no me pasaba por la cabeza de buscar a otro hombre. Habían pasado dos años en que nadie me había tocado.
Me encanta el ruido de las olas tormentosas, la violencia de estas y el suave retirarse otra vez hacia el mar, es como un orgasmo, abrumador y apaciguador. Me mantengo en forma caminando y trotando por la playa. Mis pechos 34C se mantienen extremadamente duros con pezones pequeños, rodeados de areolas casi invisibles.
El viernes recién pasado, me fui a caminar casi al ocaso. Había nubes y el mar estaba un poco agitado, disfruté con el fuerte sonido de las olas y sentí una calma en mi espíritu. Estiré mis piernas pasando sobre una dunas.
Mientras subía la arena suave de la duna, escuché por primera vez ladrar a un perro. Me giré y vi que detrás de mí a un centenar de metros había un perro enorme corriendo hacia mí. Por supuesto que me asusté y me paralicé. Poco a poco el perro se acercó caminando, hubiera querido salir corriendo, pero mis piernas no me respondían. Además, la distancia a mi casa era demasiada. Miré a mi alrededor en buscar de su dueño, pero no había nadie, la playa estaba completamente vacía, excepto por alguna gaviota que removía las algas en busca de que alimentarse.
Mientras él se acercaba a mí, más grande me parecía. No tenía ningún collar, lo que me hizo pensar de que se trataba de un perro callejero. Por su tamaño y color de su pelaje, supuse que podría tratarse de un San Bernardo. No parecía un perro descuidado.
A medida que él se acercaba, más miedo sentía. Lo único que se me ocurrió hacer fue extender mi mano y decir:
—¡Para! …
Él obedeció y se sentó a menos de medio metro de mí, mirándome con su carita un poco boba. Ladeó su cabeza para encuadrarme expectante y con curiosidad, tal vez preguntándose ¿Quién era yo? Luego de un instante, me di cuenta de que él no iba a atacarme, así que decidí masajearlo entre las orejas y hacer que fuera mi compañía de regreso a mi casa, incluso me hizo sentir segura.
Después de rascarle un poco la cabeza, pasé mi mano por su lomo y le dije:
—No eres un chico malo, ¿verdad? …
Entonces me percaté de la enorme funda que pendía bajo su panza.
—¡Guau, chico! … Pero eres de miedo, ¿eh? …
Me giré y comencé a caminar de vuelta a mi casa a la orilla de la playa. El perro caminaba dos pasos detrás de mí; moví mi mano y le dije:
—¡Vete! … ¡Vete a casa! …
Él simplemente me miró y sacudió su pelaje, después siguió mis pasos como si nada. Tuve que apurar el paso porque comenzaban a caer las primeras gotas de la tormenta que se aproximaba. El perro siguió detrás de mí igualando mi andar. De nuevo me volví:
—¿Qué haces? … ¡Vete a tu casa! …
Ya estaba cerca del porche de mi casa y antes de abrir la puerta de ingreso le dije:
—¡Siéntate! … ¡Y quédate ahí! …
Y él obedeció. Corrí hacia mi casa siendo golpeada por fuertes goterones de lluvia que me empaparon en los últimos metros. Entré apresurada y me fui directamente al baño, me desnudé y me duché. Me puse una remera ligera y unas pantaletas de seda como pijama, mis pechos venían resaltados por mi ceñida camiseta, estaba lista para irme a la cama.
Tomé un libro y me recosté sobre el diván, cerca del calefactor. Miré por la puerta para ver la playa y las olas; vi que el perro seguía sentado bajo la lluvia. Me dio pena y me sentí mal por él, le había dicho que se quedara ahí y él me hizo caso. Ahora estaba empapado por obedecerme, en parte la culpa era mía. Posiblemente se agarraría una gripe por mi culpa.
Rápidamente tome una decisión, dejé el libro, fui al baño y saqué las toallas; luego me dirigí a la puerta y lo llame para que viniera. No dudó ni un instante, se puso de pie y trotó hacia mí, lo detuve justo sobre el felpudo para secarlo. ¡Santo Dios! Estaba completamente empapado.
Él se sentó pacientemente y me dejo cubrirlo con las toallas para comenzar a secarlo. Se puso de pie cuando comencé a secar sus patas traseras y, ¡Santo cielo! Sus bolas eran grandes como dos mandarinas, las magreé una a la vez pare secarlas bien. Le sequé la cola y la parte inferior, después me encargué de su pecho y fui bajando hasta topar con, ¡Cristo bendito! Su funda peluda que escondía algo grueso, muy grueso y que dejaba asomar apenas una puntiaguda cosita rosada. ¡Solo Dios sabe de qué tamaño será esta verga! Pensé.
—¡Oh, cariño! … Eres un niño grande, ¿eh? …
Con un dejo de tristeza me recordé de lo bien dotado que era mi marido. Cuando sentí que estaba bastante seco como para dejarlo entrar, me levanté y lo invité a que pasara. Coloqué una mantilla y le indiqué:
—Ven aquí y acuéstate cerca del calefactor para que termines de secarte …
Eso fue exactamente lo que hizo. Yo cerré la puerta de cristal y corrí la cortina. Entonces me di cuenta de que de nuevo estaba totalmente mojada. Mis pezones eran visibles a través de mi delgada remera. Necesitaba volver a ducharme, entré al baño y me despojé de todos mis atuendos mojados. Los tiré directamente a la lavadora y me metí bajo la ducha. Al salir me di cuenta de que las toallas las había usado con el perro. Tenía toallas secas, pero estaban en mi habitación. Me sacudí un poco el agua que tenía encima y me dirigí al armario de mi cuarto y sacar un par de toallas de los cajones de ropa blanca, para eso tenía que agacharme.
Mientras estaba tratando de sacar toallas secas de entre las sábanas, el perro se acercó detrás de mí sigilosamente y me lamió en medio a los glúteos. Su lengua era ancha, cálida y un poco áspera. Pero a decir verdad, no se sentía mal para nada. Tal vez debería haberme enderezado y ahuyentarlo, pero no fue eso lo que hice. Él volvió a lamerme, esta vez su lengua se metió en medio a mis nalgas, rozando ligeramente mi estrellita engurruñada, me hizo gemir y estuve a punto de enderezarme, en eso él me dio otro largo lengüetazo que se adentró entre mis muslos y bañó con su baba mis gruesos labios exteriores sellados en forma apretada y continuó su barrido por sobre mi culo.
Me quedé pasmada sin saber que hacer y con una confusión terrible. No sabía si pararme o quedarme así para volver a sentir eso que me estaba haciendo sentir. Había una mezcla de miedo y placer que no podía ocultar. La lengua volvió a salir, esta vez separó ligeramente mi labia vaginal y alcanzó mis delicados pliegues rosados y mojados. Mi sensible clítoris emergió de su capucha y sentí un escalofrío por todo mi cuerpo.
No se que tan voluntariamente separé mis piernas y me mantuve agachada y la lengua volvió a hacer de las suyas, más profundo y rápido. Mis piernas temblaban con cada latigazo de su lengua que descargaban intensas cargas eléctricas que me provocaban palpitantes sensaciones en lo más profundo de mi panocha. Mi conchita era una playa con la alta marea, totalmente inundada. Sentí un calor abrasador, esto se sentía mejor que la polla de mi marido y me estaba volviendo loca de lujuria y placer.
Sentía su lengua más y más adentro de mí. Se enterraba en mi conchita. Se enterraba en mi culo. Durante mucho tiempo no me había sentido así de caliente. Ahora sentía su aliento en mi trasero y sus dientes rozar mis tiernos pliegues. Su lengua podía alcanzar y envolver mi botoncito, entonces mi coño comenzó a tener espasmos, tratando de succionar su lengua más adentro de mí, gemí desesperada.
—¡Hmmmmmm! … ¡Me voy a correr! …
En un instante pasó por mi mente de que esto no estaba bien. Mi pasión me abrumaba y con un hilo de voz traté de detenerlo:
—¡Para! … ¡Para! …
Su lengua pareció hundirse muy dentro de mí mientras yo casi sollozaba.
—¡Para, por favor! …
Supliqué, pero mi cuerpo entero se sacudió en convulsiones que me estremecieron de pies a cabeza. Mi cuerpo trataba de aferrar esa lengua intrusiva y chuparla mientras me corría violentamente. No recuerdo haber tenido un orgasmo así de intenso antes. Instintivamente puse mis manos en mis glúteos y abrí mi culo y mi panocha a sus lamidas, moviendo mis caderas y mi trasero para acompañar el ritmo de su lengua. Tenía una gruesa toalla en mi mano, la deje caer al piso y enseguida me acomodé en cuatro. Él no esperó ninguna invitación, en segundos estaba sobre mí aferrándome con sus zampas por la cintura, haciéndome sentir que yo era su perra, cosa que termino por electrizarme.
Con cierta habilidad encontró mi hendedura empapada y antes de que pudiera darme cuenta, me penetró de un solo golpe con una polla gigantesca. Apuñaló mi coño con destreza varias veces, pude sentir algo de dimensiones variables que entraba y salía de mi panocha que me causaba fuertes tiritones y me hacia chillar. Muy pronto esa cosa no salió más de mi conchita y su polla siguió creciendo dentro de mi apretado coño. Su polla se sentía muy diferente a la de mí marido, mucho más gruesa y larga, más caliente y nervuda.
Grite de miedo, ¿O quizás de placer? Mientras el continuaba a empalarme y follar mi conchita sin misericordia. Sus zampas me mantenían firmemente aferrada y me tiraba contra su polla a una velocidad demencial. Abrumada por el goce, mi cabeza se bajó hasta casi tocar el suelo y me sorprendí cuando mi mano acariciaba mi nalga tratando de que él fuera más profundo en mí y mi cuerpo empujaba contra su grueso miembro, inclinando mi torso hacia arriba y arqueando mi espalda enceguecida por la sicalíptica situación.
Su polla se expandió ampliamente en mi panocha, ensanchando mis pliegues a dimensiones jamás alcanzadas por otra polla. Quería gritar, pero mi aliento bastaba solo para emitir lánguidos gemidos de goce. Ahora mi cuerpo estaba completamente doblado y mis senos estaban apoyados al suelo; mis esfuerzos estaban dedicados a mantener mi coño alineado con sus profundas embestidas.
Nunca antes mi coño había sido invadido por algo tan enorme, caliente y palpitante, que seguía expandiéndose dentro de mí. Estaba tan profundamente incrustado en mi panocha que podía sentir los pelos de su funda cosquilleando mi labia externa y sus cojones estrellarse en mis glúteos. Me parecía tener un pomelo atascado en mi vagina y una gruesa banana estirando mis paredes vaginales, cuya punta aguzada llegaba a tocar mi cuello uterino. Sentí tal delicia que mi cuerpo volvió a temblar sin control en un gigantesco orgasmo. Estaba abrumada por las olas que iban y venían convulsionando mi entera humanidad. Ya mi cuerpo no distinguía entre dolor y placer. Creí morir y me sentí feliz porque iba a encontrarme por fin con mi fallecido marido. Pero él se detuvo.
Dejó de moverse en forma alocada y su polla caliente se infló todavía un poco más, entonces sentí el candente y denso líquido que salía a borbotones bombeados directamente en mi matriz. Me estremecí ante la sensación inédita y única, jamás sentida por mi cuerpo. Volví a correrme, jadeando sin aliento, chillando sin control, enterrando mis uñas en la alfombra con su polla que lanzaba chorros en forma incontinente dentro de mis entrañas usadas y abusadas. Cada nuevo chorro que él disparaba con su salchicha hacía que mi cuerpo reaccionara con espasmos estremecedores. Parecía como si él quisiera llenar mi panocha con su semilla caliente.
Cuando dejó de eyacular dentro de mí, él se movió pasando una de sus zampas sobre mi espalda y se giró para quedar pegado a mi con su trasero. Ahora sí que parecía una perra de verdad, pegada al perro culo con culo.
No estaba preparada para lo que vino a continuación porqué él se desplazó por mi habitación hacia la sala de estar y me arrastro pegada a su enorme polla. Afortunadamente llegó hasta la mantilla que había puesto junto al calefactor y se echó. Él se apaciguó, pero yo me sentí humillada, herida, temerosa y confundida. No pude hacer nada más que esperar, porque su polla todavía pulsaba dentro de mi panocha.
Pasó al menos una media hora y su nudo se contrajo lo suficiente como para deslizarse fuera de mi coño con un sonoro ¡Ploop! Y una marea de jugos se vertió sobre la alfombra. Me quedé quietecita y exhausta. El perro limpio su polla con su larga lengua y luego centró su atención en mi agujero goteante. Con cada lengüeteada se encendía mi panocha y se despertaba la lujuria dentro de mí. Mi coño involuntariamente comenzó a cerrarse y a chuparle la lengua una vez más. Entonces supe que me había convertido en su perra y estaba lista para una segunda ronda.
Fin
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!
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