La viuda de mi hermano.

por
género
incesto

—¡Sí! … ¡Te necesito ahora mismo! … ¡Tienes que venir! …
Fue la nerviosa llamada de mi cuñada. Me resultada claro que estaba exaltada, pero no me dijo el motivo. No es que congeniábamos mucho porque somos personas de carácter fuerte y enérgico. Tuvimos un acercamiento después de la muerte de mi hermano, quien sufrió un accidente cardiovascular, mi hermano era el esposo de Marianella. Esperaba que nos alejásemos y nuestras vidas seguirían carriles separados. Pero la vida te da sorpresas. Me sentí emocionalmente comprometido con mi sobrina, hija de mi desaparecido hermano. Mi primer matrimonio duró solo dos años y medio y mi segundo no alcanzó al año. No tengo hijos y supongo que eso me hace sentir una cierta responsabilidad con la hija de mi hermano.


Después de la eufórica llamada, me dirigí a casa de Marianella, me recibió a la puerta. Me pareció una mujer tan pequeña, no creo que superara el metro sesenta. Recordé que me parecía divertido ver a mi hermano junto a ella, al igual que yo, él medía aproximadamente dos metros. Me di cuenta de lo mucho que lo extrañaba. Marianella me dejó entrar y la seguí, sus cabellos rojos que normalmente cubrían su espalda estaban recogidos en un sofisticado moño. Su sonrisa me llamó particularmente la atención. Sus labios lucían frescos y recién pintados. Sus pómulos altos y maquillados delicadamente. Su rostro lleno de pecas se mostraba emocionado. Ella es muy atlética y a sus treinta y ocho años, luce unas piernas fabulosas y nalgas redondas y firmes. Podría decir que mantiene muy bien su cuerpo, pero nunca me había dado cuenta ya que siempre la veía vestida con su holgado traje de gimnasia.


Mi sobrina Matilda estaba sentada en el diván con lágrimas en los ojos. Ver llorando a mi sobrina no era para nada inusual. Asistía a su primer año de universidad y era de carácter emotivo. Su cabello largo y teñido igual al de su madre, estaba cortado a la altura de sus hombros. Su ceño fruncido me indicaba que había estado discutiendo con alguien. Inmediatamente pensé que había peleado con Marianella. No tiene nada de raro que madre e hija de vez en cuando discutan por diferentes razones, pero este no era el caso, ella parecía estar enojada por alguna razón diferente.
—¿Qué sucede, querida? … —Pregunté en modo casual.
—Estoy embarazada, tío … —Respondió en forma audaz y directa.
Me tomó por sorpresa y descarté inmediatamente que estuviese bromeando, pero algo dentro de mí me decía que esto me iba a afectar, solo que no tenía ni la menor idea del cómo.


Me senté con ellas a analizar todo el asunto y ver las opciones a disposición. Primero que nada, se descartaba cualquier posibilidad de matrimonio con el presunto padre. El cual era un hombre mayor de cuarenta años y ya casado. La posibilidad de un aborto también se descartaba porque todos en familia eran fervientes católicos creyentes. Se consideró de dar al bebé en adopción o simplemente quedarse con él. Yo no era favorable de que se quedaran con el bebé; conozco a Marianella y a Matilda y pensé que ninguna de las dos reunía las cualidades necesarias para encargarse de un neonato. Marianella no se manifestó por ninguna de las opciones, mientras Matilda dijo que quizás la adopción sería una buena alternativa a considerar. Rápidamente propuse que pudiéramos remandar el todo para cuando el bebé nazca y solo entonces tomar una decisión definitiva.


Las lágrimas desaparecieron de los ojos de Matilda y me sentí orgulloso de que Marianella haya sabido como enfrentar la situación en forma calmada y sin hacer pasar un mal rato a su hija; una por haberse embarazado y otra por haberlo hecho con un hombre mucho mayor que ella y casado. Estúpidamente había tenido sexo con este hombre sin la debida protección


El tiempo no se detenía y los meses se iban uno detrás del otro. Yo las visitaba regularmente y vi como su panza semana a semana crecía más y más. Su cuerpo no era como el de Marianella, más bien asemejaba a mi madre. Matilda medía cerca de un metro ochenta, Sus hombres eran anchos y cintura estrecha. La maternidad le había hecho crecer sus senos a unos esplendidos 38DD. Ella parecía disfrutarlos, ya que caminaba por casa balanceándolos sin sujetador.
—Eso cambiará cuando baje su leche …
Se río Marianella, yo solo trataba de no mirar sus pechos fabulosos.


La cuestión de la adopción se definió al octavo mes, Matilda dijo que iba a quedárselo. También comenzó a lamentarse del peso extra. Ella había ganado varios kilos y dijo que se sentía como una vaca. Me reí y le compré una bata blanco con negro. A los ocho meses y medio entró en trabajos de parto. Ninguno de nosotros estaba preparado para el adelantamiento de los hechos. Pero el bebé decidió de venir al mundo anticipadamente. Así fue como me encontré en mis brazos con una cálida y linda bebita recién nacida, su nombre, Monserrat.


Pasaron unas cuatro semanas y mi teléfono sonó como a eso de la una de la madrugada, me sacó de un sueño donde me estaba follando a la inquilina del piso de abajo a la cual había estado espiando mientras tomaba un baño de sol en el balcón. Tratando de que mis ojos no se cerraran respondí a mi celular, escuché la voz de Matilda.
—Tío Daniel, lamento despertarte … ¿Puedes venir ahora? …
La escuché tan compungida que traté de ser lo más educado posible y aún con el culo de mi vecina en mi mente, respondí.
—Estaré allí en quince minutos …
Me calcé unos shorts y salí tambaleándome de mi departamento. Conduje lo más cautamente posible hasta allí. Abrí la puerta con la llave que me había sido dada y encontré a Matilda con la pequeña Monserrat en sus brazos que chillaba como si la estuviesen asesinando. Casi en crisis de pánico, Matilda me dijo.
—No puedo lograr que deje de llorar … Mamá está muy cansada y de mal humor … No hemos dormidos en dos días …
Miré a la pequeña bebita y la tomé en mis brazos. Le tomé la temperatura. Ella dejó de llorar y pensé que estaba dotado de cualidades mágicas. Pero al cabo de un par de minutos ella comenzó a agitarse y llorar nuevamente.
—¿Le has dado de comer? …
—A veces …
—¿Cuándo fue la última vez? …
—Hace como cinco horas … A ella parece no gustarle la formula … El medico dijo que debía alimentarla cada tres o cuatro horas … Eventualmente se iba a acostumbrar …
—¡Oh! … Pensé que la estabas amamantando …
—Sí, lo hago, pero solo a veces … Estoy tratando de alejarla de mí …
—No deberías hacer eso … Es fundamental que ella tome de tu leche …
—Pero tío, me siento como una vaca … Mis pechos son enormes, parecen ubres … Al principio me gustaba la atención que estaba recibiendo … Pero ahora me molestan y creo que son demasiado grandes … Quiero recuperar mi vida normal, ¿sabes? …
—Cariño … Tu vida ahora es esta bebita … Sí hubieras querido recuperar tu vida, deberías haberla dada en adopción …
—Lo sé … Lo sé … La amo, pero estoy cansada y esto me abruma … Es difícil …
—¡Puedo sugerirte algo? …
—¡Claro que sí! … ¡Por eso es por lo que te llamé! …
—Amamanta a tu bebita y deja de preocuparte por el tamaño de tus senos … Eres una mujer preciosa y tus pechos no van a cambiar eso … No son solo grandes, son también hermosos …
Me dio una mirada caprichosa, pero luego me dijo.
—Gracias, tío … Creo que volveré a darle teta … Probablemente ese es el problema … De todas formas, mis pechos están muy llenos y necesito aliviarlos …
Vi como mi dulce sobrina abría su vestido frente a mí, levantó su hinchado pecho y lo acercó a la boca de la bebita. Me sorprendió ver su hermoso pecho maternal con sinuosas venas azules, su pezón hinchado y goteando leche. Debo admitir con vergüenza que mi erección fue instantánea y me sentí como un pervertido. En tanto, la pequeña Monserrat se aferró desesperada a chupar el alimento directamente del seno lleno de su madre.


Muy pronto tanto Matilda como la pequeña bebita estaban dormidas sobre el sofá. Monserrat recostada sobre el vientre de su madre y el seno redondo y gordiflón de Matilda goteando leche sobre su piel clara. Las gotas brillaban y formaban un hilo blanco que mojaba su vestido. Sentí un deseo desenfrenado de probar esa leche y sentirla en mis papilas gustativas. Aparté de mi mente las ansias de chupar ese oscuro pezón lechoso.
—Es bueno que finalmente están durmiendo un poco …
Escuché decir a mis espaldas, me volteé y vi a mi cuñada parada en el vano de la puerta. Para alguien que estaba cansado y trataba de dormir, se veía estupenda con su neglige verde semi trasparente y su cabello largo envuelto en una trenza suelta. Sus pezones presionando la delgada prenda de vestir. Me dio un abrazo antes de cubrir a su hija y a su nieta con una manta.
—Gracias por venir … Veo que ha vuelto a alimentar a Monserrat … Eso es bueno …
—Sí, estoy de acuerdo … Parece que nadie duerme mientras Monserrat está despierta, ¿eh? …
—Sí … Tiene unos pulmones increíbles … ¿Puedo hablar contigo en el dormitorio para no despertarlos? …
Seguí su bien torneado trasero por el pasillo hasta su habitación y ella cerró la puerta después de entrar, luego se sentó sobre la cama.
—Siéntate conmigo, por favor …
Me senté a su lado y ella tomó mi mano para decirme.
—Tengo problemas para dormir, ¿sabes? …
—¡Ehm! … Eso parece ser un problema común en esta casa … ¿Y que podría hacer yo para ayudar? …
—Bueno … Extraño a tu hermano … Quiero decir, cada día, cada hora siento cuanto él me hace falta …
Mi hermano y yo éramos de complexión similar, pero nuestros caracteres y personalidades eran muy diferentes. No sabía hacia donde iba el discurso de Marianella, así que traté de ser comprensivo y consolarla.
—Yo también lo extraño mucho … Pero debemos seguir adelante … Él ya no está y hay que vivir con eso …
—Eso lo sé muy bien … Pero aún así me resulta difícil seguir adelante … Especialmente por las noches … Me voy a la cama y él ya no está a mi lado … Me siento sola … Y esto me pone triste y me deprime …
La abracé suavemente sintiéndome un poco incómodo.
—Bueno … Eso suele ser normal … Nos quedamos en soledad con nuestros recuerdos y es muy común ponerse tristes … Dejan un vacío en nosotros que es muy difícil de volver a llenar …
—Tienes razón, Daniel … Pero también hay algo físico … No sé cómo explicártelo … Es difícil para mí decírtelo …
—Solo dilo … Eso te aliviará la conciencia …
Apretó mi mano entre las suyas, me miró directamente a los ojos y dijo con vehemencia.
—Daniel … Necesito físicamente a un hombre … Necesito a un hombre en mi cama … Lo necesito para poder conciliar el sueño … Necesito sentir su hombría en mí … Necesito que apague ese fuego que consuma mis entrañas … Lo necesito para poder dormir y encontrar esa paz física y espiritual …
Se quedó en silencio y yo me quedé en estado de shock. No sabía ni que hacer ni que decir. Ella comenzó a llorar en mi hombro, entre sollozos agregó.
—Sé que no soy tu tipo … Tal vez ni siquiera te gusto … ¡He probado pastillas para dormir, alcohol, yerbas y nada de eso funciona! … Lo he probado todo … Ya no sé que más hacer, Daniel …
Abrí la boca, pero no pude emitir ningún sonido. Era cierto, ella y yo éramos como el agua y el aceite, pero debo admitir que después del fallecimiento de mi hermano, ella había cambiado en cierto modo, solo que para mí ella seguía siendo la esposa de mi hermano. Suspiró y añadió.
—Lo siento, Daniel … Tal vez no debería haber dicho nada de esto … Supongo que solo soy una perra estúpida …
—¡Nunca has sido una estúpida! …
Dije apresuradamente, enseguida me arrepentí porque parecía que validaba el término “perra”. Ella se agitó un poco, pero se rio un poco burlonamente.
—Entonces piensas que soy una perra, ¿verdad? …
Ambos nos reímos nerviosamente, la rodeé con mi brazo y la atraje hacia mí. Ella era de complexión pequeña y se amoldaba perfectamente a mí cuerpo. Marianella puso su mano sobre mi camisa y en cierto modo me acarició. Bajé la vista y pude ver por la abertura de su bata sus gorditos senos llenos y protuberantes, con pezones bien levantados hacia arriba.


Tiré de su barbilla y levanté su rostro, me encontré con sus hermosos ojos esmeralda que despedían chispas como bengalas. Había fuego en sus ojos que parpadearon un par de veces, moviendo sus cuidadas pestañas como abanicos. Miré su pequeña nariz pecosa y respingada, entonces besé su mejilla, ella volteó su rostro y sus labios se posaron en los míos. Presioné mi boca contra la de ella, su lengua se deslizó entre mis labios y mi lengua se infiltró en su cálida boca. Nuestras lenguas parecieron electrificar nuestros cuerpos, su mano se posó delicadamente sobre mi masculinidad que comenzaba a endurecerse manifiestamente. Sentí como sus dedos se amoldaban alrededor de mi pene, luego su mano se deslizó por mi muslo. Nuestros movimientos se volvieron más frenéticos mientras nuestras respiraciones se agitaban.


Marianella comenzó a desabrochar de prisa mi camisa y con ligeros tirones me la quitó, entonces sentí sus uñas juguetear con los vellos de mi pecho. Claramente ella sabía muy bien lo que quería de mí. Uso su peso para empujarme sobre mi espalda, luego metió sus dedos en la pretina de mis shorts y los sacó por mis tobillos junto a mis boxers. Mi pene duro como palo blandió el aire como un arma en ristre. Marianella podía ser fuerte cuando quería.


Enseguida su pequeña mano se apoderó de mi verga entiesada al máximo. Las venas estaban dilatadas y parecían ser de un azul furioso. Ella comenzó a mover mi prepucio dulcemente hacia arriba y hacia abajo, ágilmente se arrodilló a mi costado, la vi sonreír antes de bajar su cabeza y engullir la cabezota hinchada de mi polla. Me sentí enorme en su pequeña boca, sentí su lengua escarbando el agujerito en el ápice de mi pija mientras su mano me masturbaba alegremente. Se enderezó para contemplar mi polla fervorosamente, la envolvió con ambas manos como si se tratara de un trofeo, lo magreó y lo sacudió. Sus ojos brillaban cuando se inclinó a besarlo y lamerlo por los costados, a continuación, lo tragó todo hasta que su pequeña nariz toco mi vientre. Su mano izquierda había tomado mis bolas como para sopesarlas y confirmar de que estaba llenitas para ella.


Me sorprendió cuando uno de sus dedos exploró el diminuto agujero de mi ano y me penetró. Esto era algo totalmente nuevo para mí. Nunca me habían hecho eso. Noté la sonrisa en su rostro cuando abrí mis piernas para dejarla follar mi culo. Sentí una excitación nunca antes sentida que llevó a mi polla a un nivel superlativo de rigidez, su otra mano manejó mi prepucio hacia arriba hasta casi cubrir mi luciente glande.


Me agaché y prácticamente la levanté en vilo, quería empalarla en mi verga dura. No podía esperar más. Su coño estaba empapado mientras la hacía descender a horcajadas sobre mi sexo expectante. Parecía ligera como una pluma. La moví como a una muñeca hacia atrás y hacia adelante, frotando los calientes labios de su coño entreabierto sobre mi gorda polla. Marianella se apoyó en mis pectorales y me urgió a bajarla y penetrarla. La complací enseguida y vi el placer en su rostro cuando mi duro pene se adentró suave y fácilmente en su resbaladiza panocha candente. Suavemente movió sus caderas cuando mi cabezota se atoró en su hendedura estrecha, obligando forzadamente a mi pene a entrar en su necesitado coño apretado.
—¡Oooohhhh! … ¡Ssiii! …
La escuché gemir cuando la parte más grande de mi polla se metió en su cavernosa y rosada conchita estrecha. Nadie pronunció ninguna otra palabra entre nosotros, solo esporádicos gemidos mientras ella tomaba posesión de mi entera verga, ejerciendo presión y sintiendo las profundas palpitaciones dentro de ella. Hacía algún tiempo que no hacía nada parecido a esto y sentí que me iba a correr ahí mismo. Marianella estaba sentada en mis bolas y se mecía hacia adelante y hacia atrás suavemente; agarré sus caderas y comencé a punzarla profundamente y con fuerza con mi duro garrote. Sus hermosas y duras tetas rebotaban ante mis ojos y comencé a perder el control de todo. Sus manos estaban apoyadas en mis pectorales y su uñas se enterraron y arañaron mi piel ligeramente sudada. Pensé que podía lastimarla con mi gorda polla, pero su sonrisa y sus ojos cerrados me decían que lo estaba disfrutando.


Marianella era una verdadera atleta, muy pronto tomó el control y comenzó a saltar sobre mi polla, emitiendo ahogados gritos, se puso en cuclillas e hizo rebotar sus posaderas contra mi polla, haciendo entrar y salir mi pene de su vagina como si fuese un oleado pistón. Podía sentir la estrechez de su matriz que succionaba mi pene con cada embestida. Ella sudaba y electrificaba todo mi cuerpo con el apriete de sus músculos vaginales. ¡Santo Dios! ¡Esto no iba a durar mucho más!
—¡Oooohhhh! … ¡Qué rico es esto! … ¡Dios mío! … ¡Te siento tan profundo, cariño! …
Estriló con voz ronca y sensual, sin dejar de saltar y rebotar en mi polla.
—¡Hmmmmm, Jesús! … ¡Me encanta follar! … ¡Córrete conmigo, cuñado mío! … ¡Por favor, córrete junto a mí! … ¡Ummmmm! …
Ella se enderezó un poco, echó su cabeza hacia atrás y comenzó un infernal vaivén, estrujando mi polla con toda su energía. Sentí las palpitaciones en mi espina dorsal. Su coño estaba caliente y apretado mientras pulsaba apretando mi polla. Observé la lujuria en su cara casi deformada de placer, su boca entreabierta casi a emitir un aullido de goce desenfrenado. No pude aguantar más y disparé profundamente dentro de ella; mezclando nuestros jugos que escurrieron sobre mis bolas y mojaron la cama dejando una especie de desastre. Ella se desplomó sobre mi pecho jadeando y gruñendo como una felina. La rodeé entre mis brazos mientras ella me prodigaba cortos besitos sobre mi cuello.


Me desperté cerca de una hora después, silenciosamente saqué su brazo de mi vientre y su pierna de mi muslo. Me levanté, me vestí, pasé silenciosamente donde Matilda y Monserrat dormían plácidamente cubiertas por la manta. Ahora todos dormían en esta casa, reinaba la paz y yo me sentí tranquilo para retirarme.


Durante el viaje de regreso a mi casa, me pregunté que pasaría en cuanto a nuestra relación a partir de ahora. Me sentí culpable y me demandé: “¿Es una traición follar con la viuda de mi hermano?”, “¿Era esto a lo que llaman incesto?”. Cuando recordé la lujuriosa cara de Marianella al momento de su orgasmo, se me pasaron todas las preocupaciones. Pero me sentí como estar bajando en esquíes una empinada colina sin posibilidad detenerme, todo iba muy de prisa.


Dos días después recibí un WhatsApp de Marianella:
“Gracias por tu amabilidad de la otra noche. Me gustaría recompensarte
invitándote a cenar este viernes, ¿Te va bien a las siete de la tarde?
Tengo que cuidar de la pequeña Monserrat. Gracias de nuevo.
Me di cuenta de que debe haber sido muy difícil para ella escribirme esta nota. Pensé que sería una gran idea, pero al mismo tiempo supuse que iba a ser incomodo encontrarnos otra vez.


El viernes en cuestión me presente en modo puntual con una botella de Cabernet Sauvignon y un ramo de flores frescas. Marianella me abrió la puerta con la pequeña Monserrat en brazos, lucía agotadísima. Agarré a Monserrat en mis brazos con la mejor de las sonrisas y seguí a Marianella hacia la cocina, todo a mi alrededor parecía una zona de guerra, pero la cocina estaba aún peor.


Marianella tenía una mirada agresiva en los ojos, supuse que estaba molesta por algo. La observé mientras ponía las flores en un hermoso jarrón de vidrio y acomodaba la botella en el vinero de la cocina. No me sentí en una cita romántica, ella todavía estaba con su bata y su cabeza estaba llena de esos tubos flexibles para rizar los cabellos, se veía que no había tenido tiempo de cambiarse. Sonreí a la inusualmente tranquila Monserrat, que me miraba atentamente con sus ojitos alegres; la acomodé en un artilugio que le permitía moverse autónomamente sin lastimarse y le acerqué algunos juguetes, ella me regaló algunos sonidos de agradecimientos y se puso a jugar tranquilamente. Miré las cosas esparcidas por la cocina, había filetes de pollo, una ensalada de tomates, una olla con arroz y papas cocidas. Tomé a Marianella por sus hombros y ella sopló algunos mechones rebeldes de cabellos en exasperación.
—Pierde cuidado, Marianella … Yo me encargaré de esto …
—Es una mierda, ¿sabes? … La señorita volvió al trabajo y me dejó con la pequeña que no paraba de chillar y llorar … Ahora está calladita … Llegas tú y ella está calladita, ¿Cómo haces que eso suceda? …
—¡Sssshhhh! … ¡Tranquila! … Ahora ve a arreglarte y prepararte … ¡Relájate! … Yo me encargaré de todo si a ti no te importa …
—No … No me importa en lo absoluto … Al parecer traes tranquilidad a esta casa …
Dijo con un tono de alivio, luego se giró y se fue a su habitación, antes de que saliera de la cocina le pregunté.
—¡Ah! … ¿Hay preparado algún biberón para la bebita? … Por si ella siente hambre, ¿sabes? … Quiero decir, ¿A que hora comió por última vez? …
—Matilda le está dando de su leche … Le compré un extractor y en el refrigerador hay suficiente leche para darle a la pequeña …
Luego Marianella salió de la cocina. Me dediqué a picar las papas para preparar unas papas con mayonesa. Cogí una confección de pan rallado y preparé unos filetes de pollo apanado y sazoné la ensalada de tomates que ya estaba lista. Recogí el desorden de la cocina y puse la mesa. Escuché los sonidos de la pequeña Monserrat y supuse que quería comer. Encontré la leche materna de Matilda en el refrigerador, había cinco botellitas, me pregunté por que había tantas botellas, ¿acaso ella no se encargaba de la bebita y por eso dejaba tanta leche?


Puse un biberón de leche a baño maría, luego de un rato probé si estaba lo suficientemente tibia para la bebita, probé poniendo unas gotas en mi muñeca. No, no estaba lista aún y la lamí. Lo hice sin pensar, sabía diferente, esta era leche que provenía directamente de las tetas de mi sobrina, no hay nada de malo si la pruebo, pensé. Bueno, no sé. Al cabo de un rato repetí toda la operación y esta vez estaba lista para la pequeña. Me senté a la mesa con la nenita en mis brazos y ella comenzó a beber la leche ávidamente mientras atrapaba uno de mis dedos con su manita diminuta. Sentí un ruido y levanté mi cabeza y allí estaba Marianella. ¡Guau!, una bomba sexy. Llevaba un ligero vestido fucsia muy ceñido a su cuerpo, lo que hacía resaltar su entera figura, sobre todo sus caderas y las redondeces de sus senos protuberantes. Un fino collar de perlas adornaba su cuello y de sus lóbulos colgaban unos hermosos pendientes a juego. El vestido estaba muy por encima de sus rodillas y mostraba su muslos bien delineados. Su suave cabello rojo estaba recogido en un elegante moño que hacía parecer su cuello mucho más largo, también parecía haber crecido de varios centímetros, entonces me fije en sus altos tacones de charol negro. Miró hacia sus pies y dio unos pasos vacilantes.
—No duraré mucho con estos … Pero espero que te hayan gustado …
—¡Oh! … Tus piernas se ven mucho más largas con ellos …
Dije gofamente mientras Marianella posaba para mí, así que agregué.
—Quiero decir … Tienes unas piernas estupendas y esos tacones te hacen ver magnifica …
—Gracias … Eres muy amable …
Caminó y me pareció muy sexy el contoneo de sus caderas. La pequeña Monserrat termino de sorber su leche y se acurrucó a dormir, la llevé a su cuna y la cubrí con su mantita de lana. Luego nos sentamos a disfrutar de la comida Marianella y yo. Ella me agradeció mucho de haberme hecho cargo de todo y mientras lavábamos los platos me abrazó desde atrás y me dio un apretón. Nunca nos habíamos llevado tan bien y esperaba que esto se prolongara mucho más allá de la cena. No quería hacer algo estúpido o inapropiado. A veces no tengo mucho tacto para relacionarme con las chicas.


Marianella se llevo a la bebita al cuarto de Matilda y la acostó en su cuna, luego volvió a la sala de estar donde nos encontramos con un piso lleno de juguetes de la bebé y dos copas llenas de vino. Muy pronto el vino se acabó y Marianella se acurrucó a mi lado sobre el sofá. Su mano se posó sobre mi pecho y preguntó mirándome fijamente.
—¿Te gustó lo de la otra noche? …
—Tu eres especial, Marianella … Y me gustó mucho …
—Mucho, ¿eh? … Sabes, Daniel … Creo que si lo volviéramos a hacer también te gustaría mucho, ¿no crees? …
—Sí … Creo que sí …
Le dije acariciando su sedoso cabello, ella estiró su mano y deshizo su moño, acomodé su ondulado cabello alrededor de su rostro y aspiré la fragancia a fresas que salía de ellos.
—Pareces el tipo de hombre al que le gusta hacer cosas diferentes …
—Sí … A veces …
No estaba seguro para donde nos estaba llevando esta conversación, así que me sentía nervioso. Ella me observaba y sonreía tímidamente. Era una sonrisa un poco extraña y supuse que estaba algo ebria.
—También creo que te gusta mucho mirar …
Dijo mordiéndose el labio inferior, luego se levantó, puso un poco de música y cerró todas las cortinas. Caminó hacia mí con sus altos tacones, los chuteó debajo del sofá. Peinó sus cabellos con sus dedos y me miró seductoramente. Parecía una felina pronta a saltar sobre su presa para devorarla. Puso sus manos en su espalda y escuché el sonido de la cremallera que bajaba. Pronto su vestido era solo un montón de tela fucsia en el suelo. Volvió a mirarme y metió un dedo en su boca, succionándolo como si fuera un pequeño pene.


Ahí estaba frente a mí, Marianella con sus largas piernas envueltas en malla negra, una diminuta tanga roja y sin nada más que su collar y aros, sus grandes tetas redondas parecían mecerse invitantes. Puso sus manos en los costados de sus caderas y empujó su pelvis hacia mí como para hechizarme, se giró levemente para mostrarme el perfil de su redondas nalgas. Mi polla había tensado la tela de mis pantalones hasta formar un significativo abultamiento.


Tomó su copa de vino, sorbió un trago corto y se acercó más a mí, entonces metió un dedo en su copa y luego mojó sus oscuros pezones como invitándome a beber el vino de sus pechos. Pero el show no había terminado allí, sacó unos cojines del diván y los tiró al suelo, se sentó en ellos con las piernas muy abiertas, apartó la tela de la pequeña tanga que cubría su sexo y me mostró los labios gorditos de su sexo hinchado, con los dedos de su mano derecha abrió sus gruesos labios y me mostró el rosado interior húmedo y luciente, enseguida acercó la copa de vino en su mano izquierda e hizo caer algunas gotitas en su pubis y arqueando su espalda, abrió ampliamente sus piernas para mostrarme el vino escurriendo en su coño perfectamente depilado.
—¡Quítate la ropa! … ¡Quiero ver tu reacción! …
Ordenó mientras acariciaba su clítoris y meneaba sus caderas follando su dedo. Observé la capucha de pliegues húmedos que cubrían un hermoso clítoris blanquecino y erizado. En cosa de segundos estaba completamente desnudo. Quise unirme a ella, pero ella me dijo que me sentara nuevamente.
—La otra noche me dejaste encantada con tu polla … Cuando termine mi pequeño espectáculo, quiero que vuelvas a hacérmela sentir toda enterita dentro de mí … Me la darás, ¿verdad? …
Asentí prontamente mientras ella follaba su coño ahora con dos dedos. Sus gemidos se hicieron mucho más audibles y me preocupé de que pudiera despertar a la pequeña Monserrat. Ahora ella levantaba su pelvis en el aire y follaba su empapado coño, movía velozmente sus dedos dentro y fuera de su panocha, haciendo un sonido acuoso. De repente se detuvo.
—¡Hmmmmmm! … Necesito algo más grande, cariño …
Pensé que me quería a mí, pero agarró una especie de espada de juguete y la bañó en sus fluidos, esa cosa tenía una empuñadura y medía unos veinte centímetros de largo. La deslizó a lo largo de su hendedura mojada, miró mi polla que pulsaba en el aire y enterró la espada en su coño, apuñalándose furibundamente. Dentro y fuera, fuera y dentro mientras empujaba sus caderas y arqueaba su espalda. Aferré mi pene con fuerza y lo acaricié. Ella me miró con sus ojos de gata directamente a mis ojos.
—Te gusta esto, ¿verdad? …
Algo gruñí en respuesta y seguí acariciando mi polla.
—Sí … Lo sé que te gusta … Sigue acariciando tu gran polla, pero no te corras … Guarda tu semen para mí …
Ella empujó toda la espada dentro de su coño y siguió follándose con esa. Se acomodó sobre el cojín, aferró la espada con las dos manos e inició un frenético vaivén enterrándola una y otra vez en su mojada panocha. Sus ojos nunca dejaron de mirar los míos. De repente se puso de rodillas y se arrastró hacia mí con el juguete todavía incrustado en su conchita, abrió ampliamente sus rodillas se sentó en el juguete y comenzó a rebotar sobre eso. Sus manos se estiraron para aferrar mi polla, muy pronto su cabeza se movía hacia arriba y hacia abajo con mi polla profundamente dentro de su boca. Era una mamada fantástica.


Su pequeña boca parecía apenas contener mi gruesa cabezota. Sus labios y lengua estaban tan calientes que me quemaban. Sus manos parecían nunca detenerse y ella seguía rebotando sobre el juguete. No sé cómo ella podía coordinar todos esos movimientos. Uno de sus dedos encontró mi culo y jugo un rato con mi apretado agujero. Su cara sudaba y ella gruñía y gemía cuando comencé a disparar densos chorros de semen directamente en su boca. Se tragó la mayor parte, pero algunas gotas cayeron sobre sus tetas, rápidamente las recogió con sus dedos y se los llevó a la boca.
—Me vuelve loca el sabor del semen, ¿sabes? …


Finalmente, sacó el juguete de su coño y se sentó a horcajadas sobre mis muslos. Mi polla se había doblegada, pero sus hábiles manos la estaban portando a la vida nuevamente. Me incliné a lamer sus tetas y mordisquear juguetonamente sus túrgidos pezones.


A estas alturas de la partida, tanto ella como yo estábamos sudados y resbalando nuestros cuerpos el uno contra el otro. El juego aumentó nuestra pasión y debíamos continuarlo de otra manera. Ella apretó mi polla en su mano y la canalizó hacia su apretado coño, una vez más mi gruesa cabezota se atoró a la entrada de su estrecho ojete vaginal, ella uso su peso para ensartarla y emitió un quejido suspirado.
—¡Aaaayyyy! … Creo que me llevará un poco de tiempo acostumbrarme a esta polla tan grande …
Me susurró al oído mientras aplastaba sus gordinflonas tetas contra mi pecho.
—Tenemos una sola opción …
Le respondí abrazándola estrechamente a mí.
—¿Cuál? …
—Practicar … Practicar … Y practicar …
—¡Uhhhhhh … ¡Qué rico! … ¡Ssiii! …
Marianella estaba llena de energía. Su cabellera de fuego pronto cubrió sus ojos. Como pude encontré sus labios candentes y la besé, lamí y mordí suavemente. Ella rebotaba sobre mi polla sin descanso y a un ritmo demencial mientras su coño apretaba siempre con más fuerza mi polla. Muy pronto la sentí quejarse y chillar, luego sollozó como una bebita y convulsionó con fuertes temblores, sacudiendo su cuerpo en un potente orgasmo. Su estremecimiento se fue apagando en rápida sucesión con sus músculos vaginales exprimiendo mi polla.


Entonces escuché los llantos de la pequeña Monserrat, ella también los escuchó. La separé ligeramente de mí y le besé el cuello. Mi polla estaba algo adolorida y pienso que su panocha también debía sentirse tal como mi polla.


Marianella me besó fugazmente y se bajo de mí. Agarró la espada que había follado su coño y la lanzó al tacho de la basura, luego agarró su vestido y se fue a ver a la bebita que lloraba. Me vestí lentamente, ordené un poco la sala de estar, fui a la cocina para vaciar el lavavajillas. Como vi que Marianella no regresaba, fui a asomarme al cuarto de Matilda, la encontré acostada sobre la cama que dormía junto a la nenita. Otra vez todos dormían plácidamente en esta casa. Puse a Monserrat en su cuna, besé a Marianella en la frente, la escuché murmurar algo mientras salía para regresar a mi casa.


La semana pasó de prisa, hablamos y conversamos varias veces por teléfono, no podíamos coordinar un encuentro por los horarios de nuestros trabajos. Nos fue imposible organizar nuestros horarios y decidimos juntarnos el domingo de dos semanas más.


Finalmente llegó el día y me fui a visitar a Marianella en su casa. Me recibió Matilda en la puerta vestida con una bata de baño atada en la cintura y una toalla mojada en su cabeza. Su bata estaba ligeramente abierta y pude ver sus pechos duros balanceándose sugestivamente.
—Apuesto a que no recibiste mi WhatsApp, ¿eh? …
—¡Ehm! … ¿Un WhatsApp? … Yo … No … No lo vi …
—¡Santo cielo! … A mamá le cambiaron el turno y tuvo que ir a trabajar de noche … Así que pospusimos todo para este domingo, pero por la tarde …
—¡Oh!, lo siento … No lo vi …
Revise mi teléfono y efectivamente estaba el mensaje de Matilda advirtiéndome del todo.
—Bueno … Será mejor que entres … Monserrat duerme, no hagas ruidos … Yo estaba a punto de desayunar para luego bombear …
—¿Bombear? … —Pregunté intrigado.
—Sí … Tengo que comer o beber algo antes de usar esta cosa … Me agota mucho más que Monserrat … Ella llenó un pocillo de cereales y leche descremada, también abrió una lata de cerveza … Se supone que la cerveza es buena para la madre lactante … No sé si será verdad o no …
Entonces supe que ella se aprontaba a extraer leche para la pequeña y me imagine su redonda teta conectada al chupón de la maquina extractora.
—Es la sabiduría popular … Y si sabe bien, ¿por qué no? …
Me sonrió comprensivamente, entonces miré y pregunté.
—¿Y cómo está Monserrat? …
—Bueno … Desde que le estoy dando leche de mi pecho, ella está más serena … duerme más temprano y por periodos más largos … Ahora está en su cuna durmiendo, porque recién le di de mamar …
—¿Y para que necesitas bombear entonces? …
—¡Oh! … Para los días en que se queda con mamá y yo no pueda estar aquí …
—¡Ah! …
Me pareció poco apropiado hacer tantas preguntas, además, me sentía incomodo ante ella en pantalones cortos y mirándole las esplendidas tetas de joven mujer. Sin darme tiempo de nada, Matilda dijo.
—Mira esto, tío Daniel …
Abrió su bata, extrajo su gorda y blanquecina teta y aplicó la ventosa a su pezón. Me quedé fascinado. Ella apretó el botón y el motor comenzó a zumbar, vi como el pezón venía succionado dentro de la brida. Pronto la leche comenzó a salir a borbotones. Mi polla se puso dura como palo y ella me regaló una dulce sonrisa.


Su pecho estaba lleno y venía recorrido por varias venas azulinas que apuntaban hacia su pezón. Me pareció extraordinariamente sexy verla así. El zumbido asemejaba al motor de un vibrador y vi como Matilda se mordía su labio inferior mientras me miraba de un modo extraño.
—¿Estás bien? … —Quise saber.
—¡Hmmmm! … Sí, bastante bien … Pero es vergonzoso …
—¿Por qué tendría que ser vergonzoso? …
—No sé … ¿Cómo explicártelo, tío? … A veces cuando me bombeo me siento un poco excitada … Esa sensación de succión es muy fuerte, ¿sabes? … Bueno, tu eres hombre y no lo sabes, pero una de cada tres veces tengo mini orgasmos mientras bombeo mi seno …
—Entonces debe ser agradable …
Dije sintiéndome también un poco avergonzado de tener mi polla con una furiosa erección.


Cambió la bomba a su otro pecho dejando al descubierto el pecho recién succionado, del cual goteaba una pizca de leche, sin querer me encontré lamiéndome los labios. Su pezón lucía tierno, esponjoso y puntiagudo mientras su pecho era muy redondo, pesante y lleno. Contemplé fascinado su hermosa teta. Los pechos de Matilda eran tan grandes como los de su madre, solo más duros y erguidos. La vi sonreír cuando me di cuenta de que me había pillado admirando sus tetas.
—Con esa boca así abierta, podrías encargarte de mi pezón, tío Daniel …
No supe cómo responder a eso. En realidad, sí sabía cómo hacerlo. Debía escapar de esa habitación y salir volando de la casa, pero no tenía la voluntad suficiente. Me dije que si estaba cachondo era porque me había preparado para follar toda la noche con Marianella y que las tetas de Matilda no significaban nada. Pero era evidente que estaba reaccionando con la cabezota equivocada y pensando cosas inapropiadas.


Matilda tomó su pecho recién succionado y lo levantó hacia mí.
—Ten … Todavía tiene un poco de leche … Tal vez te gustaría probarlo … Leche fresca y recién salida de la fuente …
Agarré su teta y la sostuve en mi mano. Mi mente me decía a gritos de no hacerlo, que pensara a Marianella y en lo que pasaría si ella descubriera que estoy tocando a su hija. ¡¡¡Mí sobrina!!! ¡Joder! Esto sería como “Incesto”. ¿Y la viuda de mi hermano? ¿Y ahora la hija de mi hermano? Las palabras de Matilda llegaron suaves y convincentes.
—Eso se siente bien, tío … Solo chúpalo y pruébalo … Estoy segura de que te gustará …
Me incliné hacia adelante mientras mi mente todavía me gritaba de levantarme e irme. Pero agarré su pezón y la mano de ella facilitó el todo, la puso en mi nuca y me tiró contra su teta. Comencé a lamer y chupar ávidamente, Matilda empujó su teta contra mis labios y gimió.
—¡Uhhhhhh! … ¡Ssiii! …
Apagó la bomba y me dio el pecho lleno, pronto estaba chupando sus dos tetas. Sentí como su pezón se endurecía y extendía dentro de mi boca, la leche tibia y ligeramente dulzona, llegó a mis papilas gustativas y bajó por mi garganta. Mi polla estaba que explotaba bajo mis pantalones.


Seguí bebiendo hasta que ella se relajó y se entregó a las sensaciones que sentían sus pechos. Su mano se estiró no tanto subrepticiamente y se posó sobre mi polla por encima de mis pantalones. Su respiración era irregular mientras acariciaba dulcemente mi furiosa erección. Por supuesto que no la detuve cuando su mano se metió entre mis pantalones cortos y sacó parte de mi polla al aire. Disfruté de como sus piernas temblaban y se apretaban cuando una serie de orgasmos convulsionaron su cuerpo.
—¡Oh! … ¡Sí, tío Daniel! … ¡Qué rico que me chupas las tetas! …
Ella tiró de mis pantalones más abajo y saco mi entera polla. Con una deliciosa y caliente mirada me sonrió acariciando mi gorda polla mientras yo lamía, chupaba y acariciaba sus esponjosas tetas. A un cierto punto, Matilda me llevó a su dormitorio, simplemente se dejó caer en la cama y enseguida abrió bien sus piernas. Observé sus lucientes labios carnosos que se extendían cerrados y luego se abrieron como un capullo de flor pujante y floreciente. Su coño sin un solo vello era realmente hermoso. Me quité del todo los pantalones y ella aferró mi polla para llevársela a la boca. Lamió y chupó mi polla a ojos cerrados. Su dulce rostro joven estaba reflejando toda su lujuria y sus mejillas estaban sonrojadas. Su lengua jugaba con mi polla y sus manos con mis bolas.


Me moví sobre ella y me acerqué a su coño brillante. Al principio lamí suavemente su gema, poco a poco fui aumentando mis lamidas y chupadas a su coño caliente. Mi lengua exploró y separó sus apretados labios y mordí suavemente sus hinchada labia vaginal, disfrutando su esencia y perfume, era el aroma de su cachondez. Introduje mi dedo medio profundamente dentro de ella y lo curvé hacia arriba para encontrar la sensibilidad de su punto G. Ella chilló malévolamente cuando apreté su clítoris turgente entre mis labios y lo despojé con mi lengua de su capucha.


Matilda respondió empujando su pelvis contra mi boca, sus caderas se movían rítmicamente acompasadas al movimiento de mi dedo. Sus jugos fluyeron en abundancia hacia mi lengua y los bebí todos … un delicioso manjar, pero no tan dulce como el sabor de la leche fresca de su teta joven. Todos los pensamientos y arrepentimientos estaban muy lejos de mi ahora. Estaba fascinado con el movimiento de sus tetas que se movían de un lado a otro, hacia arriba y hacia abajo mientras se corría una vez más. Entonces supe que mi polla muy pronto invadiría esa jugosa panocha. La respiración de Matilda se normalizó poco a poco, ella levantó sus piernas y apoyó sus talones en mis hombros, mi polla se ubicó justo a la entrada de su conchita mojada.
—¿Lo quieres? …
—¡Hmmmmm! … ¡Sí, tío Daniel! … ¡Dámelo todo! …
Empujé mi gruesa cabezota entre sus hinchados labios y los separé fácilmente, pero luego se atascó. No fue fácil, pero empujé con fuerza y su túnel fue penetrado por mi aguzado ariete. La hice mía. A medida que mi gruesa polla se hundía en sus estrechos pliegues, Matilda abrió los ojos a desmesura y tembló toda, contorsionándose en otro orgasmo. Mi grosor la estaba afectando, ella entró en una serie de orgasmos que la hicieron contorsionarse en forma demencial. Su cabeza se movía desenfrenada de lado a lado mientras yo empujaba mi polla hasta azotar mis bolas en sus nalgas y penetrar con fuerza su matriz. Ella gritaba y aferraba con fuerza las sábanas a ambos lados de ella.
—¡Joder! … ¡Hmmmmmm! … ¡Fóllame fuerte, tío! … ¡Ummmmmm! … ¡Qué rico! … ¡Ahhhhhh! … ¡Ahhhhhh! … ¡Ahhhhhh! …
Entonces la embestí con mayor fuerza. Sus ojos habían desaparecido en sus cuencas mientras yo sostenía sus tobillos y enterraba profundamente mi polla en su conchita una y otra vez. Sentí que mis bolas se apretaban y empujé fuerte por última vez depositando chorros y chorros de semen en su coño caliente … y en su útero.


Ni siquiera había expulsado el último chorro de esperma en la conchita de Matilda, cuando me surgieron de regreso todos los pensamientos negativos. ¡Santo cielo! ¿Qué había hecho? Me follé a mi sobrina, a la joven que se suponía debía proteger de idiotas como yo. Peor aún, me follé a la hija de una mujer con la que había estado follando. Peor aún, fui tan estúpido de follarla sin usar protección y ella perfectamente podría estar otra vez embarazada. Rápidamente me bajé de la cama, agarré mi ropa y me vestí en silencio. Cuando la miré ella estaba durmiendo relajadamente. En esta casa todas tienen el sueño fácil, pensé.


Fingí un fuerte y repentino resfriado para evitar de encontrarme con ella ese domingo. Las siguientes dos semanas me mantuve alejado de ellas. Respondí las llamadas y los WhatsApp con evasivas, cripticas y breves respuestas. Y me preparé para lo peor, que Matilda me informara de estar esperando un bebé mío o que Marianella me informara que había decidido mudarse y llevarse a mi dulce sobrina lejos del pervertido tío Daniel.


Era un sábado por la noche y estaba solo en mi apartamento. No había novedades ni de parte de Matilda ni de parte de Marianella. Todo esto me tenía confundido y en ansiedad. Algunas cosas las tenía claras. Las amaba a ambas como familia, tal vez podría amar a Marianella como esposa. Descubrí que la extrañaba. Extrañaba su manera gentil y afectuosa de tratarme. Extrañaba su genial sentido del humor y saber reírse de todas las cosas. Extrañaba el espectáculo que montó solo para mí tocándose a sí misma. Extrañaba el ser salvaje y atrevida a la vez en un momento en que la mayoría de las mujeres comienzan a apagarse y ponerse aburridas. También extrañaba a Matilda y a la pequeña Monserrat, pero de una manera diferente.


Mientras bebía un par de cervezas en las penumbras de mi apartamento, recordé en como mi apetito sexual me había llevado a poner mi semilla en los fértiles campos de Matilda y sus enormes tetas. Estaba vivido en mi recuerdo y en mis papilas gustativas el sabor de su leche materna y en como ella me había ofrecido sus firmes pechos para lamerlos y chuparlos. Recordé lo cachondo que me puse al verla bombear la leche de sus esplendidas tetas. Mi polla nunca había estado más dura cuando ella la sacó de mis pantalones cortos. Me imaginé a ella saltando sobre mi polla entiesada y rociando mi rostro y mi pecho con sus tetas saltarinas llenas de leche.


Mi corazón quería a Marianella en mi vida, pero mi polla las quería a ambas y si se venía a saber que me las había follado a ambas, lo más probable es que las perdiera a las dos. ¡Me quedaría sin ninguna de ellas! Me bebí otra cerveza y cerré los ojos para pensar el modo de salir de este complicado lío en el que me había metido sin la ayuda de nadie.


Pasaron varios días más y seguí mi estrategia de evitarlas, pero me sentí aún peor por ello. Sabía que estaba siendo estúpido, pero dediqué todos mis esfuerzos a mi trabajo y poner excusas. Me pregunté que pasaría si confesara. ¿Me sentiría mejor, aunque las perdiera a ambas? Por las noches solo en mi cama, cerraba mis ojos para fantasear que me follaba a la una o a la otra. Al concluir la semana estaba fantaseando que las follaba a las dos. Matilda con sus pechos plenos y llenos de leche y, Marianella; ¡Oh! Marianella, pequeña, ágil y una tigresa en la cama.


Me desperté el viernes por la mañana con una erección tremenda y furiosa. Comencé a acariciar mi polla mientras imágenes de Marianella y Matilda giraban en mi cabeza. Me acosté boca arriba imaginando que Matilda me alimentaba con sus enormes y pesadas tetas, mientras el coño apretado de Marianella envolvía con sus delicados y calientes pliegues mi gruesa polla. Luego Matilda montaba mi rostro a horcajadas y me dejaba succionar y lamer su jugoso coño. En tanto que Marianella saltaba sin descanso sobre mi polla endurecida, rebotando y alborotando sus cabellos rojos que ocultaban solo parcialmente su rostro desfigurado por la cachondez.


El trabajo se tornó aburrido ese viernes y me costaba mucho concentrarme. Decidí que no podía seguir delante de este modo. Era como una tortura perpetua. ¡Esto tenía que resolverse de una vez y por todas! Tal vez no habían hablado de mi entre ellas. Quizás no sabían nada la una de la otra; y no necesitaban saberlo. Probablemente podría follar a Marianella y evitar a Matilda. ¿Podría el genio volver a la lampara? Existía la posibilidad que todo esto fuera solo una exageración mía. ¿Acaso fui la aventura de una sola noche para ambas? Ese fue mi peor pensamiento. ¡Lo que yo quería era algo duradero con Marianella!


Saqué fuerzas de valor no se de donde y llamé a Marianella, inmediatamente ella me invitó a casa para esa misma noche. Esperaba que Matilda no estuviera, ella siempre sale los viernes. Mientras conducía a casa de ellas, pensé que podía tener suerte con Marianella. Me pregunté que pasaría si le confesara todo solo a una de ellas, si se lo dijera solo a Marianella. ¿Me perdonaría mi transgresión con su hija o me tiraría fuera por la puerta principal? Exploté en una carcajada cuando imagine la pequeña complexión física de ella empujando a un hombrón de dos metros como yo, pero sabía muy bien que ella era fuerte y enérgica y que, si estaba lo bastante enojada, podría fácilmente lograrlo con éxito.


Cuando llegué, encontré la casa estaba limpia y ordenada. Nunca antes había visto esta casa tan limpia. Marianella me agarró por el brazo y me llevó adentro hasta la mesa del comedor. Por lo general la mesa estaba cubierta con las cosas de la bebé, pañales y juguetes. Esta noche estaba con mantel nuevo y limpio, con un candelabro de tres velas, los cubiertos estaban puestos para tres, con una bonita porcelana.
—¡Oh! … Pero ¿qué es esto? … —Pregunté realmente sorprendido.
Marianella se apretó a mí y sonriendo me dijo.
—Esto es para ti … Te lo mereces por ser un hombre maravilloso en nuestras vidas … Estuviste con nosotras cuando te necesitamos … Te llamamos y viniste a socorrernos … Solucionaste nuestros problemas … Fuiste especial con nosotras y pensamos que esta era una forma de agradecerte por todo lo que has hecho por todas nosotras …
Matilda apareció corriendo desde la cocina con una fuente con bistec y la pequeña Monserrat en su otro brazo, depositó la bandeja en el centro de la mesa y me saludo con un beso en la mejilla.
—¡Hola!, tío Daniel …
Luego las dos mujeres desaparecieron en la cocina para volver con platos de comida, verduras y ensaladas. Marianella puso una botella grande de vino tinto y me hizo señas para llenar los vasos.
—¡Guau! … Esto se ve fantástico … —Exclamé.
Me acomodaron en una silla, sorbí un trago de vino y las mujeres desaparecieron en sus habitaciones, volvieron minutos después vistiendo atuendos despampanantes.


El vestido de Matilda era de una sola pieza, de color azul oscuro, abotonado por parejas de botones grandes al frente y sugestivamente abierto, completaban su traje unas medias negras de malla fina y altos tacones que la hacían ver casi de mi estatura, el escoté era lo suficientemente ancho como para ver el surco magnifico de sus esplendidas tetas, noté que llevaba las perlas y los aretes de su madre.


Marianella salió de su dormitorio caminando como una felina con una túnica beige muy ajustada y cuello alto, pero sin espalda, era notoria la redondes de sus pechos grandes sin sujetador, el vestido tenía un corte frontal plisado desde un poco más debajo de su ingle, mostrado sus esbeltas piernas envueltas en unas pantys color piel. Podía sentir que mi polla reaccionaba debajo de la mesa en aprobación a los sexys vestidos de las chicas. Había una inaudita energía sexual en su mirada. Sus tacones eran impresionantemente altos.


Matilda puso a la pequeña Monserrat en su jaula con diferentes juguetes y unas figuritas colgando que asemejaban a pajaritos volando. Sentados todos a la mesa iniciamos a comer disfrutando la compañía del otro. Estaba nervioso, muy nervioso. Me preguntaba porque estaban siendo tan amables y presentí que se traían algo entre manos. Tuve que refrenar mi impulso de levantarme y gritar antes ellas, ¡Me las he follado a las dos!


Comimos casi toda la comida y Matilda se levantó a retirar los platos, luego trajo un bolo con un postre de tres leches, otra vez mi vista se fue a los lechosos senos de Matilda mientras me servía un pocillo de postre. Me sentí un poco somnoliento y satisfecho después de la comida, también el vino contribuyo a eso. De repente Marianella apuntó a los senos de su hija y dijo.
—¡Oh, querida! … ¡Estás goteando y mojando ese hermoso vestido! …
Matilda miró hacia sus pechos, había una mancha oscura y creciente en su pezón izquierdo, mientras en el derecho comenzaba a aparecer otra. Miró sonriendo a su madre y luego a mí, se encogió de hombros; metió su mano en su vestido y tiró fuera sus enormes tetas completamente hinchadas y llenas de leche, las secó con una servilleta y dijo.
—Sí, mamá … Están goteando otra vez … Le daré de mamar a mi hija …
Tomó a la pequeña Monserrat y desapareció en su dormitorio. Miré a Marianella y ella me sonrió.
—Ha sido una velada estupenda … —Comenté con más calma de la que realmente sentía.
Ella caminó hacia mí y se sentó en mi regazo. Apegó su diminuto cuerpo al mío y paso uno de su brazos alrededor de mi cuello, besó mi mejilla y luego me susurró al oído.
—¿Sabes? … He vuelto a tener problemas para dormir … ¿Qué tal si me das un poco de tu medicina? …
—Necesitamos hablar, Marianella …
—¿Sobre qué, tesoro? …
—Bueno … Primero que nada, creo que me he enamorado de ti y es necesario aclarar algunas cosas …
¡Ugh! ¡No podía creer que estuviera diciendo esto! ¡No podía creer que estaba a punto de revelarle a Marianella que me había follado a su hija, mi sobrina! Lo estaba arriesgando todo por honestidad e integridad, mientras mi polla decía a gritos de quedarme callado.
—¿Te refieres a que te follaste a Matilda? …
¡Santo cielo! ¡Ella lo sabe! ¡Qué carajo! Marianella se arregló un mechón de sus rojos cabellos, miró mi cara en estupefacción y me sonrió.
—Por supuesto que lo sabía cariño … ¿Acaso crees que no hablamos entre nosotras? … Para tu información, normalmente las mujeres nos contamos todo … Comentamos mucho sobre esa gran polla tuya … No seas tonto … Nos dijimos todo lo que hiciste con nosotras …
Realmente no sabía que decir y me invadió un sentimiento de inseguridad abrumador, no pude expresar ni una sola palabra, así que ella prosiguió.
—Está bien para mí y para Matilda que hayas tenido sexo con nosotras dos … No estamos enojadas ni te vamos a culpar de nada … Pero hay una cosa que es importante … ¿Vas a continuar a engañarme una vez que te mudes acá? … ¿Vas a seguir follándote a Matilda? …
De seguro que quería volver a follarme a Matilda. Pero espera un minuto. ¿Mudarme? ¿Qué significa eso? Balbuceando y tartamudeando pregunté.
—¿Me estás invitando a venir a vivir aquí en casa tuya? …
—Sí … ¿Por qué no? … ¿Qué opinas al respecto? …
—Me encantaría, pero creo que debemos resolver algunas cosas antes que nada …
—¿Me amas? …
—Sí … —Dije sorprendentemente rápido.
—Yo también te amo …
Respondió acariciándome el cabello y mirándome atentamente a los ojos, luego me preguntó.
—¿Amas a Matilda? …
—Por supuesto que sí … Pero quiero hacerlo como sobrina … Creo que ella necesita un chico de su edad …
Marianella me sonrió en forma sagaz y dijo.
—Cómo sea … Aun así, creo que quieres esas grandes y duras tetas de ella, ¿no? … Eso no me lo puedes negar, ¿eh? …
—¡Ehm! … Bueno … Yo … No puedo negarlo … Pero si quieres, felizmente las olvidaré por ti …
Marianella se inclinó y me beso de lleno en los labios. Su lengua se infiltró en mi boca y disfrutamos el uno del otro intercambiándonos jugosos besos. En algún modo ella alcanzó mi polla y la tiró fuera de mis pantalones mientras mordisqueaba mi cuello. Acercó su boca a mi oído y me susurró.
—¡Vamos! … Llévame a nuestro dormitorio …
Con facilidad la levanté en mis brazos y me encaminé hacia el dormitorio principal. La estaba deseando con todo mi cuerpo y el testigo de ello, era mi entiesada polla. Quería volver a tenerla entre mis brazos sintiendo su piel desnuda, sus duros pezones presionando contra mi pecho. Necesita meter mi polla profundamente dentro de su coño apretado.


La recosté suavemente sobre la cama y entre besos y caricias la desnudé completamente, siguió mi ropa que voló sobre una silla, luego me puse frente a ella, tomé sus tobillos y los pude en mis hombros, luego me fui inclinando mientras besaba sus torneados muslos. Ella gimió a medida que observaba que me estaba avecinando cada vez más a los gorditos labios de su pequeño coño. Empujé sus muslos hacia su pecho y abrí sus piernas. Su tierna flor floreció ante mis ojos de un color rosado pálido, húmedo y luciente, fragante e invitante. Abrí los calientes labios de su coño mojado, primero lamí uno y luego el otro, luego sumergí mi lengua en el charco de su hendedura.


Gimió fuerte cuando atrapé su clítoris entres mis labios y lo azoté con mi lengua. La penetré con dos de mis dedos buscando más de su almíbar de coño, escarbé dentro de su caldero candente, encorvando mis dedos para estimular su punto G. Gruñó con vehemencia y su mano se posó sobre mi cabeza guiándome en la exploración de su deliciosa panocha. Sus caderas se levantaron para encontrarse con mi boca y sentir en lo más profundo de ella mis dedos que la follaban rítmica y rápidamente.


Encorvó su espalda y empujó sus tetas al cielo, luego convulsiono con violentos y espasmódicos temblores, su espalda seguía plegada y sus manos aplastaban sus tetas masajeándolas y tirando de su duros pezones, gritó y corcoveó cuando ataqué su clítoris una vez más y luego trató de escapar de mi boca y esconder su coño trepidante a mis insistentes chupadas y lamidas. Sus piernas se estremecían en forma involuntaria y sus muslos apretaban mis mejillas. Sus estremecimientos no cesaron, al parecer era un tren de orgasmos que la convulsionaban de pies a cabeza, Marianella movía su cabeza de lado a lado y chillaba y sollozaba y gritaba. Repentinamente la puerta del dormitorio se abrió.
—¿Madre? …
Era Matilda que se asomaba por la puerta inquieta y preocupada. Ambos miramos hacia la puerta, yo con mi cara mojada por los jugos de Marianella y ella sudada y enrojecida, ambos jadeábamos pesadamente. Me levanté.
—¡Oh!, lo siento … No sabía que el tío Daniel estaba … —Miró mi polla. —… Aquí …
—Cariño, entra … —Dijo Marianella.
—No … Ustedes tienen algo que hacer … —Continuó mirando mi polla. —…Es obvio, ¿no? …
Me sonrojé y sin saber que decir, pregunté.
—¿Y Monserrat? …
—Duerme en su corral, tío Daniel … Bueno … Ustedes vuelvan a lo que estaban …
—Matilda … Entra y siéntate … —Ordenó perentoriamente Marianella.
Matilda se sentó vacilante en el borde la cama y su madre la conminó.
—Bueno … Tu sabes lo que quieres, ¿no? …
—Sí, mamá … Lo sé …
—¿Entonces? …
Matilda estiró tímidamente su mano y agarró mi polla para llevársela a la boca. Casi exploto ahí mismo. Marianella me acariciaba la espalda y luego me enterró sus duros pezones mientras mordisqueaba mis lóbulos.
—¿Te gusta que te chupe? …
—¡Uhmmm! … Sí …
—Quiero ver que te la follas con tu gran polla … Quiero que la hagas gritar como tú me hiciste a mí … ¿Puedes hace eso? …
—Creo que sí …
—Hazlo … Pero no te corras en su coño … Quiero que le destroces su culo … Córrete en su culo … Quiero que ella mañana no se pueda ni sentar …
Me dijo sonriendo mientras Matilda no dejaba de chupar mi polla. Marianella acomodó a su hija de rodillas y con las palmas apoyadas en las sábanas. Las gordas y pesadas tetas de mi sobrina colgaban como las ubres de una vaca y sus pezones casi raspaban las sábanas. De ellos goteaba leche que dejaba manchas y estrías blanquecinas mientras apuntaba mi polla hacia su coño. Los muslos de Matilda ya estaban bañados por los fluidos de su jugosa conchita, su coño lucía regordete e invitador.
—Quieres su polla gorda, ¿verdad, Matilda? … Quieres que mi novio te penetre con su polla grande y gruesa muy profundamente en tu coño, ¿no? … Tu coño mofletudo quiere eso, ¿sí? …
Matilda solo asintió con su cabeza mientras empujaba su panocha contra mi polla. Marianella agarró mi verga y la frotó entre los labios empapados de su hija y luego la introdujo en su encharcado coño, empujándola firmemente hacia adentro. Matilda no estaba tan apretadita como su madre y se quejó cuando empujé fuerte hacia adentro, pero no entró totalmente a la primera embestida, tuve que empujar un par de veces más para vencer su ojete vaginal e introducirme en su cavernosa panocha caliente y mojada, entonces comencé a follarla firme y duro, tal como me había solicitado Marianella. Matilda se acomodó sobre sus codos y su culo bien paradito contra mi polla. El trasero de mi sobrina era precioso y yo me divertí a jugar con eso mientras le daba feroces embestidas. Con cada golpe mi polla alcanzaba nuevas vetas mojadas dentro de su coño y ella gemía, chillaba y lloraba de pura lujuria, al tiempo que sus nalgas tiritaban cada vez que ella alcanzaba un orgasmo.


Marianella agarró las grandes tetas de su hija y comenzó a ordeñarlas, pellizcar y apretar sus pezones, los estiró hacia los lados. Matilda sollozaba y gritaba mientras las sabanas se iban empapando con su leche y sus lágrimas.
—¡Oh! … ¡Santo Dios, mamá! … ¡Esto se siente fabuloso! …
Chilló Matilda y la seguí follando. Podía sentir que mis bolas comenzaban a hervir y mi semen se aglutinaba esperando de ser lanzado y liberado. Quería llenar profundamente su coño de esperma caliente, pero recordé que Marianella me había dicho de dárselo en el culo. Miré a Marianella para que se diera cuenta de que estaba a punto de eyacular, ella me sonrió y besó la mejilla de Matilda.
—¿Estás bien, bebé? …
—Sí, mamá … Solo un poco adolorida …
Marianella tomó el envase de lubricante y comenzó a esparcirlo sobre el ojete diminuto y engurruñado del trasero de Matilda, la preparaba para la penetración. Yo estaba preocupado. Mi polla no había estado en muchos culos. La mayoría de las chicas no eran capaces de soportar mi enorme polla en sus apretados traseros. Mi polla las estiraba hasta hacerlas sangrar y eso podía ser doloroso; Marianella parece que captó mi preocupación e introdujo cuatro de sus dedos en el culo de su hija y le preguntó.
—Mati … De seguro lo quieres aquí, ¿no? …
—Sí, mami … Quiero que me lo de fuerte y duro …
Saqué mi polla de su panocha con un seco sonido. Mi polla estaba durísima como nunca antes. Marianella folló el culo de Matilda con abundante lubricante, Matilda gruño complacida; enseguida tomó mi polla y la guió al oscuro agujerito de Matilda; presentó mi gruesa cabezota en el estrecho orificio y me instó a empujar contra la pequeña cavidad. Empujé con mis caderas.
—¡Guau, mami! … ¡Es demasiado grande! … ¡Ayaayaay! …
Marianella me miró y solo pude encogerme de hombros, entonces ella masajeó las nalgas de Matilda.
—¡Vamos, tesoro! … ¡Tu puedes! … Sí te duele mucho, pararemos … ¡Fuerza! … ¡Estamos recién empezando! …
Tomé las caderas de Matilda y empujé, mi gruesa cabezota estaba dentro.
—¡¡¡Oh, mierda!!! … ¡Ayaayaay! … ¡Me duele, mami! …
Empujé un poco más hacia adentro y otro par de centímetros desaparecieron en su apretado culo; finalmente pude tomar un ritmo e ir metiéndosela poco a poco y ella pareció ir habituándose al grosor de mi polla. Poco a poco le introduje toda la longitud de mi dura polla en su ajustado ano. Matilda se acomodó y puso su culo bien paradito. Marianella metió un almohadón bajo su vientre y ella quedó recostada boqui abajo, casi plana sobre la cama, con sus redondas nalgas empujando contra mi polla y sus piernas extendidas hacia los lados.


Estaba enterrado profundamente en ella y comencé a perder el control. No podía parar, seguí empujando mi polla enérgicamente y a cada embestida, Matilda gritaba.
—¡Uhhhhhh! … ¡Ahhhhhh! … ¡Más fuerte tío! … ¡Qué rico! … ¡Hmmmmmm! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ahhh! ... ¡Ahhh! … ¡Umpf! … ¡Ay! … ¡No te detengas, tío! … ¡Uhmmmm! … ¡Ssiii! … ¡Ssiii! … ¡Fóllame el culo así rico! …
Finalmente, agotado y sudoroso, exploté en la profundo del trasero de Matilda. Suavemente me retiré y me desplomé desfallecido al costado de ella, mi polla me dolía.


Segundos después abrí los ojos y vi a Marianella limpiando mi polla con una toallita húmeda y tibia, lo hacía amablemente y con mucho cuidado. Sus tetas de balanceaban en su pecho y sus pezones lucían grandes y duros. Me limpió hasta las bolas mientras acariciaba mi pene con dulzura, haciendo que me pusiera duro otra vez. Sus rojos cabellos ocultaban parcialmente su rostro y su mirada estaba fija en mi verga. Cuando terminó de limpiar mi polla, rápidamente la engulló y comenzó a mamarme hasta que se puso dura del todo. Me miró sonriente y señaló a Matilda que había quedado boca abajo turulata, respirando suavemente mientras dormía profundamente. Se llevó un dedo a su boca y me dijo.
—¡Sssshhhh! … ¡Vamos a follar sin despertarla! …


Sin decir nada más, la dulce Marianella se montó sobre mí, frotó su coño húmedo sobre mi polla. Movió hábilmente sus caderas y su ojete vaginal atrapó mi cabezota. Ella presionó e hizo una mueca cuando mi polla se deslizó dentro de ella, con una sonrisa ella abrió un poco más sus rodillas y se empaló en mi duro pene al tiempo que me abrazaba.
—¡Hmmmmmm! … ¡Tan grande! … ¡Tan rico! … ¡Todo para mí y solo para mí! …
La atraje hacia mí y nuestras bocas se unieron en efusivos besos con lengua, ella inició una especie de vaivén sobre mi polla y yo cogí sus caderas para tomar su ritmo. Me turné a chuparle, lamerle y mordisquear su tetas, mientras ella las empujaba contra mi boca. Mi polla se sumergió profundamente en ella y al parecer lo estaba disfrutando, pues no dejaba de gemir y apretarse contra mí. Sus movimientos eran suaves, pero animosos. Sus ojos estaban cerrados. Esto era algo diferente a otras veces. No nos estábamos follando, estábamos haciendo el amor. Yo la amaba y ella amaba hacerlo conmigo.


Me emocioné, nunca había sentido tanta pasión por una mujer. Me hacía sentir su amor y su cariño con cada uno de sus movimientos. Subía y bajaba su coño envolviendo ardorosamente mi polla. Ella sabía que yo la amaba. Era un sentimiento nuevo para mí. No era solo un acto físico, estábamos ella y yo enlazados en algo emocional y afectuoso. Nuestra pasión era pura. Podía sentir esa calidez suave y resbaladiza acogiendo mi polla en lo profundo de ella. Miré sus bonitos ojos cuando ella los abrió y vi la pasión y el amor que ella me entregaba con cada presión de su coño sobre mi polla. Entonces sin darme cuenta me vertí dentro de ella. Parecía que mi polla chorreaba en forma infinita. Su cuerpo se estremeció contra el mío, apretó sus brazos contra mí y unas lágrimas brotaron de sus ojos.
—Te amo, Daniel …
—Yo también te amo, Marianella …


El fin de semana me mudé y entregué mi departamento a una agencia corredora para que lo arrendara. Mí vida se hizo muy bella. Amaba a Marianella y me encantaba follar con ella. Un par de veces al mes Matilda dejaba de lado a su novio para follar conmigo durante algún turno nocturno de su madre. Siempre le pedía permiso a Marianella y esta nunca decía que no. Muchas veces Marianella trajo a su hija a nuestra cama. Eran noches increíbles, ambas eran fantásticas y nos divertíamos mucho. Sin embargo, mi mayor placer lo obtenía con las apacibles, ardorosas y apasionadas folladas entre Marianella y yo. El mundo entero era nuestro y de tanto en tanto invitábamos a Matilda a compartir algo de eso. Todos felices.

Fin


***** ***** ***** ***** ***** ***** ***** *****

El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

luisa_luisa4634@yahoo.com


escrito el
2025-12-01
2 7 7
visitas
1 0
votos
evaluación
8.1
tu voto
Denuncia abuso en esto relato erótico

Continuar leyendo cuentos del mismo autor

historia previa

Solo una chupadita.

Comentarios de los lectores sobre la historia erótica

cookies policy Para su mejor experiencia del sitio utiliza cookies. Al utilizar este website Usted consiente el uso de cookies de acuerdo con los términos de esta política.