Reminiscencias VII.

por
género
incesto

El invierno finalmente se hizo presente durante la noche. Estruendosos truenos y enceguecedores relámpagos se abatieron sobre la ciudad, sonoras gotas golpeaban los techos de las casas y el viento ululaba con aspaventosa furia, era la primera tormenta invernal.


Tenía el café preparado y listo cuando apareció Carla en la cocina, las chicas aún dormían.


Carla lucía fresca y limpia, sus cabellos aún húmedos con la ducha matinal se veían un poco más oscuros de lo habitual. Me sonrió, sus hermosos ojos brillaron y aceptó la taza de café que le estaba ofreciendo.


Mirando hacia el exterior comentó:
—Me encanta la lluvia … pareciera como si el agua arrastrara todas las suciedades y miserias de este mundo … después, todo luce más pulcro y bello … además, hace sentir la casa más acogedora y protectora … ¿Crees que sería necesario encender la calefacción? …
Intenté hilvanar dos palabras mientras sorbía mi café, pero no me dio tiempo y prosiguió su soliloquio:
—… Antonella quiere cambiar con Theresa esta noche … han estado discutiendo y Theresa le ha dicho que se siente mucho más rico al hacerlo contigo … que eres mejor que yo …
Luego dándome una intensa mirada con sus ojos zafirinos, saboreó su café humedeciendo sus labios con su lengua y agregó:
—… pensándolo bien y basándome en mi experiencia, le encuentro toda la razón …
Después, se acercó a mí, se empinó en punta de pies y rozó mi mejilla seductoramente con sus labios diciendo:
—… y en caso no te hayas dado cuenta … anoche no pude correrme … necesito que me atiendas … me quedé dormida caliente y me desperté más caliente aún …
Quise decirle algo, pero las chicas entraron en tropel vestidas con sus pijamas de franela y alborotaron alegremente todo el ambiente, Theresa luchando con sus rebeldes cabellos dijo:
—¡Oh, papi! … está lloviendo muy fuerte …
Antonella dando saltitos de bebita y con sus ojos almendrados, se aferró a la falda de Carla gritando:
—¡Mami! … ¡Mami! … ¿Podemos salir a jugar? …
Theresa con una sonrisa amplia y feliz dijo:
—¡Me voy a vestir! …
Y se volteó para irse, la pequeña Antonella inmediatamente se dispuso a seguirla diciendo:
—¡Yo también! …
Pero Carla tenía sus propios planes y con un tono más alto del normal, las detuvo en seco a ambas:
—¡Chicas! … lo primero es lo primero … así que desayunaran y luego irán a ordenar sus habitaciones … ¿entendido? …
Theresa hizo una mueca de protesta diciendo:
—Pero maaami …
La enérgica mirada de Carla eliminó toda protesta y las muchachas fueron a hacer lo que decía su madre. Sonriendo para mis adentros, me dirigí al ventanal a observar la caída de la lluvia torrencial, me olvidé del estado de calentura en que se encontraba mi hermana.


Una hora más tarde mientras revisaba mi celular sentado en el sofá, Carla vino a mi lado a indagar:
—¿No me digas que vas a ir a la ciudad con esta lluvia? …
Pasé mi brazo por su hombro y la atraje un poco más a mí:
—No … no iré … al parecer la tormenta está arreciando … creo que tengo que revisar unos papeles …
Se acurrucó bien a mí y puso mi mano sobre mis vellos pectorales:
—¡Uhmm! … ¿Te mencioné que estoy caliente? … las chicas están ocupadas ahora … ¿Qué dices? …
Tomé su mano en la mía, la estreché a mí sintiendo y gozando de la tibieza de su cuerpo esbelto:
—¿Tienes alguna sugerencia? …
—Bueno … anoche me dejaste en blanco … casi me voy a recuperar mi consolador al cuarto de Theresa …
Las preguntas se agolparon en mi cabeza: ¿Por qué Theresa tenía el consolador de su madre? ¿Qué estuvieron haciendo ellas que yo no me percaté? Pero Carla continuó:
—… ¿te gustó el pequeño coño de Theresa? … ¿Te recordó cuando éramos niños y lo hacíamos? … ahora entiendo porque te gustaba tanto mi coño de niña … siempre me preguntaba que sentías cuando me comías ahí abajo … los descubrí con las chicas … no me extraña que te gustara hacerlo tan a menudo … son tan suaves los coños jóvenes y vírgenes … saben de pureza y limpieza …
Sus sensuales susurros tuvieron el efecto natural. Mi pija se endureció como fierro y luchaba con lo restrictivo y apretado de mis jeans. Carla se acomodó entre mis brazos y su mano se deslizó hacia mi entrepierna y me frotó. No pude contenerme y empujé mi contundente erección contra su mano, ella siempre lograba calentarme:
—¿Quieres culearme, Mauro? … ¿Necesito que me follen? … ¿Te va un rapidín? … ¿Quieres meter tu pija dura en mi coño ardiente y mojado? …
Escucharla hablar sucio me hizo enloquecer, quería desnudarla ahí mismo sobre el sillón y poseerla, metí mi mano bajo su falda y palpé su trasero por sobre sus bragas y la estreché más a mí:
—¡Mami! … ¿Dónde estás? …
Era la voz de Theresa buscando a su madre. Carla se separó ligeramente de mí y respondió:
—Aquí, tesoro … en la sala …
Theresa entró en la sala y nos vio abrazados sobre el sofá, pero estaba un poco distraída:
—Ya terminé mi cuarto, mami … ¿Puedo ir …? …
No alcanzó a decir nada más, nos encuadró abrazados y con mi mano bajo la falda de su madre:
—¿Qué estaban haciendo? …
Preguntó con una sonrisa juguetona y una picardía en sus ojos:
—Nada … solo le explicaba a tu madre sobre el tiempo … la lluvia, ¿sabes? …
—¿Y para eso necesitas tener tu mano sobre el trasero de ella? …
No pude nada más que sonreír un poco estúpidamente, se había dado cuenta de todo, pero no necesitaba respuesta, así que preguntó a Carla:
—Mami … ¿podemos salir ahora? …
—Bueno … pero abríguense bien …
Dijo mi hermana y yo agregué:
—Colóquense botas y calcetas de lana …
Theresa se detuvo y con sus ojitos brillantes de emoción me dijo:
—¿Por qué no vienes tú y nos cuidas? … somos tus hijas, ¿no? …
Carla terminó de apartarse de mí y maternalmente dijo:
—Sí … papi irá con ustedes y cuidará que nada les suceda … ¿no es así, Mauro? …
Le lancé una mirada asesina, pero con la mejor de mis sonrisas asentí, a lo que Carla sonriendo agregó:
—… ve papi y cuida de tus hijas … encontraremos tiempo más tarde …
Me levanté y seguí a Theresa por el pasillo, necesitaba cambiarme yo también y, ella sin voltearse me preguntó:
—¿Para que necesitan encontrar más tiempo? …
Por suerte nunca espero una respuesta a su pregunta.


Saltar y correr bajo la lluvia con Theresa y Antonella fue una experiencia única y fantástica. Estaban tan lindas con sus vestidos de abrigo, gorros y guantes, sus relucientes botas de agua. Sus ojos brillaban de alegría y felicidad. Saltamos en todos los charcos que encontramos y nos salpicamos de agua por todos lados. Realmente amaba a estas dos pequeñas. Pero después de dos horas de correr y saltar sobre pozas de agua, las chicas tenían sus mejillas sonrojadas, la pequeña Antonella que se había caído a un charca estaba toda mojada y casi tiritaba. Nos fuimos a la casa corriendo y gritando. Carla no podía creer como chorreábamos agua por todos lados.


Mando a las chicas bajo la ducha caliente y a cambiarse. La calefacción estaba encendida. Yo también me fui a duchar y a cambiarme. Luego frente a la Tv, Carla nos sirvió chocolate caliente a los tres. Primero fue Antonella que se derrumbó sobre el sillón y se quedo dormida. Theresa en el otro sillón bostezaba y finalmente se rindió y se durmió.


Encontré a Carla en la cocina, estaba entretenida a preparar un pasta al horno para la cena. Yo tenía otra ideas. Me acerqué por detrás admirando la protuberancia de su espléndido trasero. Vestía además un suéter y sus senos sin sostén se movían sensualmente con cada movimiento que hacía ella. Ella había dicho que estaba cachonda, ¿no? Me moví detrás de ella, envolví su estrecha cintura con mis brazos y acaricié su cuello con mis labios, inhalando su exquisito aroma de frescura y flores.
—¿Qué estás haciendo? … —Me preguntó ella.
—Nada … por el momento nada … pero me pareció escuchar que alguien estaba caliente …
Dije presionando mi incipiente erección contra su trasero. Carla se rio y frotó su trasero contra mi hombría; mi sangre reaccionó y mi erección tomo consistencia.
—Vete … ahora estoy cocinando … —Dijo sin dejar de menear su glúteos contra mi arnés.
—Vamos … eso puede esperar …
Dije mientras con la palma de mi mano apreté uno de sus senos y lo sobajeé hasta sentir su pezón endurecerse, luego cuando estuvo duro trate de pellizcarlo por sobre la lana del suéter. Ella movió su cuerpo para esquivar mis caricias:
—No, Mauro … ahora no … no puedo dejar lo que estoy haciendo …
—¿Por qué? …
Pregunté moviendo mi mano a su entrepierna. Carla se volvió repentinamente, su piel en ascuas y su ojos azules iluminando el universo entero:
—Pronto lo descubrirás … ve a revisar tu correo o tus papeles … vete …
—Está bien … me iré … pero no podrás evitar que mi cabeza se llene con cosas depravadas y obscenas que quiero hacerte después …
Se empinó a darme un beso en la nariz y me dijo:
—¡Hmmmm! … en ese caso incluye también a las nenas …
Tuve que acomodar mi erección mientras regresaba a la sala de estar. No entendía todavía el por qué la relación erótica de mi hermana con sus hijas me excitaba tanto. ¡Pero demonios! Así era.


Traté de concentrarme en mi computador, luego mi celular, después me fui a la sala y encendí la televisión, pero nada me distraía de los pensamientos cachondos que inundaban mi mente. Llegó la hora de cenar, ambas chicas estaban todavía cansadas de haber jugado bajo la lluvia y hacían planes para el día domingo de mañana. Continuaba a llover abundantemente y mañana tendríamos verdaderas lagunas de agua donde chapotear un poco.


Las niñas exhaustas no objetaron nada cuando Carla las mando a acostarse. Antonella miró para todos lados, se acercó a su madre, se puso una mano cerca de la boca y susurró algo a Carla la cuál asintió prestamente con una sonrisa. Luego la pequeña vino donde mí y me dio un casto beso en la mejilla acompañado de un buen:
—Buenas noches, papi …
Con Theresa fue totalmente diferente. Vino con sus ojos azules brillantes y me besó en los labios, su beso prolongado, luego se separó de mí, levantó su manito y movió sus dedos en son de despedida, después se dirigió a su dormitorio sin decir palabra.


Carla se vino a mi lado. Cuando apagué la televisión, nos llegó el silbido del viento y el ruido de las gotas estrellándose contra los ventanales y el techo. La sala ampliamente calefaccionada mantenía una agradable temperatura. Puse mi brazo alrededor de mi hermana y me relajé. Solo alcance a respirar un par de veces, cuando ella habló:
—Mi coño casi chorrea … todavía estoy caliente … ¿y tú? …
Quizás no lo estaba tanto, pero al escucharla hablar así relajada, mi pene se endureció al instante. Me abalancé sobre ella, pero Carla me contuvo:
—Espera … necesito prepararme … quédate aquí hasta que te llame cuando esté lista …
Luego se puso de pie y se dispuso a irse:
—¿Lista para qué? … Solo desvístete …
Me sonrió con una exquisita picardía en su expresión y me dijo:
—Esta noche probaremos algo diferente … necesito prepararme … ten paciencia …
Al verla alejarse contoneando su bellísimo culo, se me cruzó por la cabeza como un flashazo, ¿sexo anal? Esta noche su ano será finalmente mío. Mencioné alguna vez que me gustaría probarlo con ella. ¿Qué más podría ser que no habíamos probado todavía? No me vino nada a la cabeza, así que concluí que sería sexo anal. Mi erección se hacía a ratos cada vez más insoportable; imagine su precioso culo a forma de corazón; ¿le gustaría que la pusiera boca abajo con una almohada bajo su vientre? O tal vez ella a cuatro patas para hacerlo a lo perrito …


El tiempo casi no transcurría, se había detenido. Todo parecía más lento. ¿Cómo esperar tanto? Mi curiosidad pudo más. Me levanté y me dirigí al dormitorio. Llegué a la puerta y me detuve de golpe ¡¡¡Santo de todas mis candelas!!!


Carla estaba desnuda sobre la cama, su hija Theresa también estaba desnuda, sus cuerpos estaban entrelazados y restregaban sus coños suavemente. Theresa me miró sonriendo:
—¡Uy, papi! … ¿por qué te demoraste tanto? …
Ella y su madre se besaron; un beso profundo y apasionado, sus lenguas tocándose, boca abiertas, gemidos y suspiros. Carla acarició el pequeño y sexy trasero de Theresa, deslizando sus dedos entre sus nalgas y acariciando su diminuto ano con las yemas de sus dedos.


Me quedé de una pieza. Carla terminó el beso y dijo:
—¿Por qué demoraste tanto? … tuvimos que empezar sin ti … ¿Quieres unirte a nosotras? …
—¡No me llamaste! …
Dije a modo de queja y excusa. ¿No sé por qué me excitaba tanto la visión de una mujer teniendo intimidad con una jovencita? Pero mi erección lo agradeció en modo, ¡Enorme! Carla me sonrió:
—Desnúdate y acuéstate a nuestro lado … allí …
Señaló el espacio detrás de Theresa y luego me dijo:
—… puedes mirar, pero no tocar … te queremos bien caliente … ¿no es así, Theresa? …
—¡Oh, sí! … prepárate, papi …
Para cuando termine de desnudarme, Carla y Theresa estaban de vuelta en su abrazo íntimo, los turgentes senos de mi hermana presionando los pequeños pechos de Theresa, se besaban apasionadamente. Theresa empujaba su coño contra el coño de su madre. Carla aferró sus glúteos y comenzó a restregarla enérgicamente contra su chocho; Theresa se volvió loquita, chillaba y gritaba desesperada. Carla tiró del lindo trasero de Theresa sobre su chocho, luego bajó sus dedos para provocar el pubis sin vellos de la nena y la penetró con un dedo desde atrás, forzando su estrecha hendidura. Mi erección se tensó, más gruesa y dura.


Me recosté a los pies de la cama, tenía una excelente vista del pequeño culo de Theresa y observé como mi hermana tocaba a su hija, deslizando la punta de su dedo en la apretada hendidura de Theresa, sus labios estaban hinchados, abultados seductoramente mientras envolvían el dedo invasor. Mi hermana movía su dedo de arriba abajo, alcanzando hasta tocar su pequeño clítoris. Pero lo más excitante era ver los pequeños labios que se abrieron hasta exponer la oscura y diminuta entrada de su vagina mojada y enrojecida.


Allí no había más espacio que para el delgado dedo de mi hermana, los pliegues estrechos de Theresa se adherían al dedo de su madre que la penetraba rítmicamente. Mi pulso se aceleró y mi erección se movió blandiendo el aire. Vi como el dedo de mi hermana desaparecía casi por completo dentro del coño de su hija. Theresa jadeaba y yo me encontré a jadear con ella. Y luego …


Increíblemente, Carla empujó un segundo dedo dentro de ese diminuto agujerito, sus labios regordetes y sin vellos se estiraron. Nunca en mi vida había visto nada más sexy. Inconscientemente, mi mano se movió a aferrar mi pija dura como palo. Sentí un pulso de placer y excitación, gotas de líquido preseminal afloraron en mí glande.


Theresa gimió audiblemente y dijo en un suspiro:
—¡Uhmmmm, mami! … eso se siente tan bien …
Carla me miró y sonrió al verme acariciando mi polla, entonces dijo:
—¡Hum, sí! … parece que a tu papa también le gusta y … creo que está listo …
Me sobresalte y pregunté:
—¿Listo para qué? …
También Theresa mi miró sonriendo y con los ojos vidriosos:
—¡A-há! … ¡Papá está muuuy listo! …
Entonces Carla me invitó:
—Ven … acuéstate más arriba … al lado nuestro …
Theresa se separó del abrazo de su madre, levantó una pierna y montó mis piernas sentándose sobre mis muslos, la cabezota de mi pene apareció aplastada por su ingle, sonriendo complacida se inclinó a besarme, su lengua penetró mi boca y se unió a mi lengua caliente. Luego se enderezó y mi hermana aferró mi erección, se agacho y me chupó la polla limpiando todos los restos de semen, luego me acarició complacida, tomó una pequeña botella plástica y versó un liquido muy resbaladizo por toda la longitud de mi polla, miré interrogativamente a ella que había hecho brillar mi polla con lubricante:
—Te dije que íbamos a probar algo diferente … Theresa quiere ver lo que se siente cuando te corres dentro de su chochito …
¡¡¡Jesús, María y José!!! Esto era la gloria, ¡Solo pensar en mi semen llenando esa panochita tierna y joven casi me hace correrme ahí mismo!


Carla aferró mi verga resbaladiza y guió la punta hacia la diminuta hendidura de Theresa. El contacto de esa delgada y delicada piel de chocho joven me hizo tiritar, una ola de excitación recorrió todo mi cuerpo. La vista de mi erección de adulto presionando esos labiecitos liliputienses y sin vellitos de Theresa era increíble, sus labios se abultaron empujados por mi erección que pareció hincharse más y más.
—Avísanos cuando estés a punto de correrte para poder apuntarte justo a su entrada …
Me instruyó mi hermana, jadeando le respondí:
—No creo que vaya a durar mucho …
Carla comenzó a frotar repetidamente la punta de mi verga arriba y abajo del surco empapado de Theresa, separando sus pequeños labios suavemente, acariciando la corona de mi cabezota que se estrellaba contra su enrojecido clítoris. ¡Estaba tan malditamente excitado! ¡Jamás había estado así de caliente!


Los gemidos de Theresa llamaron mi atención, sonreí y a pesar de mi excitación la besé suavemente, con dulzura y le pregunté:
—¿Cómo se siente? …
—¡Mmmmm, papi! … ¡Muuuy bien! … ¡Riiico! …
Murmuró comenzando a moverse en vaivén sobre mi pija, frotando su deliciosa y delicada rajita sobre mi amoratada cabezota que rezumaba líquido preseminal a toda fuerza. Guiada por Carla, mi cabezota hinchada se atascaba en el agujerito diminuto de ella, luego resbalaba hasta aparecer entre sus labiecitos y frotarse contra su clítoris, para luego volver a desaparecer hacia abajo. La caricia era sensual, excitante e íntima, y mi erección pareció crecer, como si estuviera a punto de estallar.
—Estoy cerca …
Le susurré a Carla, ella aferró firme mi polla y la guió al agujero de entrada del coño de su hija. Entonces sucedieron coincidentemente dos cosas; Carla me masturbaba y Theresa empujaba con fuerza su coño sobre mi polla.


Miles de sensaciones me bombardearon. Me desorienté. Mi cerebro se obnubiló en una nube indescriptible de efectos eróticos. Sentí vivamente cuando sus labiecitos se estiraron alrededor de mi cabezota, su agujero se dilataba y su anillo vaginal estrecho, estranguló mi polla. Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, mi pija se encajó en su apretado coño y se adentró. Theresa se estremeció en un chillido mezcla de dolor y placer. Su pequeña vagina aferró mi pene que rápidamente se afianzó dentro de ella y empezó a ahondarse en ella profundamente. Me bastó solo mirar su rostro en una mueca de agónico placer y no resistí más. Ella empujó y mi pija la penetró profundamente, ver mi erección aprisionada en su estrecha e hinchada vulva fue más de lo que podía soportar.


Exploté con un grito liberatorio, perdí todo control de mi mismo. Mi cabezota amoratada estaba prisionera en un apriete tremendo, el primer chorro de esperma salió casi quemando mi conducto seminal. Carla me masturbaba y acariciaba:
—¡Oh, Jesús! … ¡Jesús! …
Exclamé jadeando, el semen entró en erupción en el cuerpo de Theresa. Respiraba con mucha dificultad y mis pulsaciones estaban desbocadas. Creí que podía morir de placer. El semen seguía explotando en dolorosos chorros, estaba en un estado de paroxismo, un éxtasis increíble me golpeaba de pies a cabeza. Mi pija estaba alojada en lo profundo de sus estrecho coñito sin vellos. Mi cuerpo se retorció en una dicha de glorioso placer. La mitad de mi dura y larga pija estaba en el coño de Theresa, la otra mitad estaba en la mano de mi hermana que continuaba a masturbarme. La follé hasta que no me quedó nada, Carla se encargó de ordeñar mi polla hasta hacer salir la última gota de semen, exprimiéndome dentro del coño de su hija, hasta que de repente mi orgasmo pasó, me sentí liberado.


Estaba realmente exhausto por mi intenso clímax. Sin embargo, mientras me relajaba y mi pene se ablandaba deslizándose fuera del coño de Theresa; vi como mi hermana se deslizaba hacia abajo, llevando el cuerpo de Theresa a mi lado, luego se colocó entre sus piernas. Me dio una intensa mirada cuando abrió los muslos de su hija y comenzó a lamer todo el semen que salía de su agujero caliente. La escuché chupar y tragar, los ojos de Theresa estaban cerrados y rotaba lentamente sus caderas recibiendo una buena lamida de la lengua de su madre. No me pude resistir, me acurruqué a su lado abrazándola y besé la mejilla de Theresa.


Una pequeña sonrisa de complacencia se dibujo en su hermoso rostro, luego se desvaneció y arrugó su ceño. Carla la estaba comiendo con todo, las pequeñas manos de Theresa se cerraron en puños, sus caderas se movieron velozmente. Chilló, gimió y grito antes de convulsionar y estremecerse en un potente orgasmo bajo la lengua de su madre.


Carla también gimió en voz alta. Me di cuenta como movía su trasero como si estuviera follando, seguía lamiendo el coño de Theresa con los ojos cerrados. Esa expresión de agónico abandono me pareció familiar. ¡Mi hermana se estaba corriendo!


Estábamos drenados de nuestra lujuria. Nos acurrucamos todos juntos con Theresa en medio a nos dos donde rápidamente se quedó dormida, entonces le dije a mi hermana:
—¡No puedo creer lo que acaba de suceder! … ¿Cómo es que no la lastimé? …
Carla puso su mano sobre la mía y dijo:
—Estuvo practicando con mi consolador … quería sorprenderte y que estuvieras orgulloso de ella …
—¡Guau! … ¡Sí que lo hizo! …
Dije interrumpiéndola. Theresa se movió entre nosotros y continuó con sus dulces sueños. Carla acarició sus desordenados rizos y continuó:
—Theresa quería experimentar lo que yo sentí cuando tenía diez años … cuando follamos por primera vez … y al igual que ella … esa vez yo no me corrí … hasta cuando tu no me comiste el coño, ¿recuerdas? …
Cerré los ojos y las reminiscencias regresaron vividas a mi mente …

(Continuará …)

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luisa_luisa4634@yahoo.com

escrito el
2023-08-19
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