El mecánico regresa por más

Written by , on 2016-09-13, genre hetero

Ana se había recuperado de tremenda cogida que le había dado Ricardo en su taller y habíamos retomado nuestras relaciones sexuales habituales, aunque ella no me permitía darle por el culo a pesar de mi insistencia.

“Lo estoy reservando para cuando me lo quiera romper Ricardo”. Me decía.

El sábado al mediodía ambos estábamos en casa, cuando reapareció el mecánico.

A mí apenas me saludó, pero a Ana la tomó por la cintura, mordiéndole los labios en un interminable beso, mientras le apretaba el culo con la otra mano sin disimular.

“Quería saber si ya se te pasó el dolor en la colita, porque tengo ganas de volver a rompértela… a vos que te parece, Flaco…” Le preguntó a Ana, mirándome a mí.

Mi esposa no decía nada, estaba petrificada mientras este bruto la manoseaba, apretándola contra su cuerpo. Antes de que yo pudiera responder, Ricardo la sostuvo por el cuello y la hizo inclinar hasta ponerse de rodillas. Entonces la soltó y se bajó los pantalones, mientras le ordenaba a Ana que le chupara esa enorme verga ya tan conocida por nosotros.

Ella dudó un instante, pero Ricardo entonces le volvió a apretar el cuello y se la metió en la garganta de una sola embestida. Pude ver que Anita se ahogaba con semejante pedazo de mordaza metido en la boca, pero enseguida se adaptó y comenzó lentamente a lamer y chupar todo el largo de ese tronco.
Era la primera vez que el tipo se la hacía chupar; hasta ahora, solamente se había cogido a mi mujercita sin ninguna contemplación, la había penetrado brutalmente.

Ricardo se abandonó a su placer, mientras me decía que vendría a pasar toda la noche con un amigo, así entre los dos se turnarían para cogerse a mi esposa como ella lo merecía. Yo podía quedarme si quería, pero solamente para presenciar la enfiestada que le darían entre ambos a mi delicada Anita.

Finalmente Ricardo se tensó y comenzó a descargar su semen en la boca de mi esposa. Ella quiso levantarse y evitar tener que tragarse todo ese líquido viscoso que estaba recibiendo, pero ese hijo de puta desconsiderado la tomó por los pelos y le obligó a abrir la boca, se la metió bien adentro y entonces mi delicada mujercita no tuvo otro remedio que dejarse hacer y tragar todo para no ahogarse.

Cuando sintió que su placer había terminado, sacó del bolsillo un consolador de tamaño mediano y se lo entregó a Anita, diciéndole que se lo insertara bien lubricado en el ano un par de horas antes de su llegada, así le quedaría bien dilatado y relajado, para que no le doliera tanto cuando llegara el momento de sodomizarla.
Después simplemente abrió la puerta para irse y desde el pasillo nos advirtió que regresaría para las diez de la noche con uno de sus amigos.
Le ordenó a Ana que estuviera lista.

Anita corrió a encerrarse al baño, para limpiarse los restos de semen que tenía en la boca. Un rato después fui a ver si necesitaba algo, pero la encontré de rodillas en el piso, metiéndose un de sus consoladores en su humedecida vagina y gimiendo de placer. Cuando me vio se largó a llorar, mientras me pedía perdón por lo que estaba haciendo, decía que no podía detenerse, no lo podía evitar…
Al final alcanzó un excitante orgasmo y se fue a nuestro dormitorio.

Por la tarde se levantó de la siesta y vino a compartir unos mates conmigo a la cocina. La veía un poco cansada, pero me confesó que la idea de que la enfiestaran la excitaba muchísimo, estaba realmente ansiosa. Volvió a pedirme que la perdonara, pero la manera en que el bruto de Ricardo la sometía y humillaba realmente la volvía loca de deseo y le provocaba un intenso placer.
Me dijo que me amaba, pero esta situación de ser dominada, cogida y tratada como un objeto sexual la superaba y excitaba más allá de todos los límites.

Después de cenar me pidió que la ayudara a cumplir la orden de Ricardo para instalar ese dilatador anal. Así que se desnudó, acostándose en la cama boca abajo, levantando la cola y apoyando el estómago sobre las almohadas. La vista de ese culo redondo y deseable me provocó una dolorosa erección y le pedí que me dejara metérsela hasta el fondo. Pero una vez más volvió a negarse, diciendo que su culo ahora le pertenecía solamente a Ricardo.

Le lubriqué suavemente la entrada del ano con aceite de bebé y luego muy cuidadosamente fui insertando la punta del consolador, para metérselo completo hasta la base.
Anita ni siquiera gimió, me dijo simplemente que sentía un enorme placer con ese objeto metido hasta el fondo en su ano, pero que no se comparaba con la dura y gigantesca verga del mecánico.

Así permaneció un buen rato, para luego empezar un suave mete y saca con el juguetito, sintiendo cómo se le iba dilatando el ano, mientras jadeaba de placer. Yo la observaba con mi pija a punto de explotar, pero sentía que ya nada podía hacer.
Anita se estaba acariciando el clítoris con su mano libre, así que en apenas minutos alcanzó un prolongado orgasmo, que terminó de volverme loco. Se quitó el consolador del culo y me pidió que le limpiara la vagina con mi lengua. Me dediqué a lamer esa delicia de concha hasta que sentí que ella arqueaba la espalda y terminaba en otro increíble orgasmo.

Luego se levantó de la cama y se encerró en el baño, diciéndome que iba a vestirse para recibir a Ricardo. Un rato más tarde reapareció ya vestida y maquillada; envuelta en un corto vestido negro que dejaba ver su hermosa espalda desnuda y el nacimiento de la cola.
Llevaba unos zapatos de taco aguja que realzaban todavía más sus largas piernas torneadas, las cuales estaban envueltas en unas medias de nylon color negro que las hacían ver todavía más sedosas y excitantes.
Se inclinó delante de mí para mostrarme que no se había puesto tanga, porque me dijo que Ricardo no se la llevaría otra vez como un trofeo.

La visión era increíble y excitante. Sentí que mi verga se despertaba mientras Anita caminaba contoneándose por la habitación, así que me senté en el borde de la cama y le pedí que me dejara disfrutarla antes de que llegara su amante. Sonrió divertida y sin decir palabra se acercó, pasando una pierna a cada lado de mi regazo. Tomó mi endurecida pija con una mano y la fue guiando hasta que sentí la humedad de su cálida vagina. Me miró a los ojos mientras se iba empalando, sonriendo al mismo tiempo que comenzaba a moverse, llevando sus caderas hacia atrás y adelante, iniciando un ritmo cadencioso que me hizo acabar en pocos minutos.
Ella parecía tener una mirada de decepción al sentir mi semen en su interior, pero me besó largamente, diciendo que me amaba en cuerpo y alma.
Todavía estaba dentro de ella cuando sonó el timbre de la puerta.
La noche recién comenzaba...

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