Quiero ponerle los cuernos a mi marido
por
armandojaleo
género
traiciones
Casi cada noche lo mismo. Gemidos, y más gemidos. Algunos flojos, otros auténticos gritos de fieras en celo. Algunos de dolor y un para, para que no puedo. Los había escuchado por cientos de noches durante el ultimo año, desde que el nuevo vecino se instaló en el piso de en frente.
Fue una noche, durante la primera semana en la que estuvo el nuevo vecino, cuando escucho a media noche, unos gemidos de sexo, por primera vez. Llevaba 15 años allí, y nunca había escuchado aquel excitante recital de orgasmos. Ni pequeño ni grande. Ni un solo gemido que rompiera la noche. Ni siquiera los suyos.
Fue incapaz de dormir. Su marido, a su lado, roncando plácidamente, era testigo mudo de lo que sufría. Era envidia y celos. Y también unas ganas incontrolables por tener sexo. Fueron 4 horas de sexo casi sin interrupción, donde la chica no dejaba de gritar. El dolor por no ser capaz de sentir lo mismo, se le clavaba en el corazón y la desesperación reapareció después de años. Aquella noche, separó sus piernas, metió un dedo entre sus labios y se masturbo de forma pausada mientras miraba a su marido. El orgasmo, contenido para no despertarlo, con los gemidos de fondo, fue el mejor orgasmo que había tenido desde que se había casado con él. El único orgasmo de verdad que había tenido junto a él. Curiosamente, sin él. No, ella no era culpable. Tenia que pasar de los 30 para darse cuenta de eso. Que tonta había sido.
Desde entonces, las visitas a su entrepierna fueron continuas. A veces se despertaba en medio de la noche y escuchaba los gemidos, otras los esperaba despierta. No siempre eran a la misma hora. Algunos eran durante el día, y si al llegar de trabajar prestaba atención, podía escucharlos claramente. Aquellos eran sus mejores tocamientos, con la presión de que su marido llegara y la descubriera metiéndose los dedos, o la polla de plástico que se había comprado. Se descubrió a si misma como una autentica adicta, que necesitaba sexo continuamente. Se encontraba mejor, más alegre y activa. Lo que daría por tener la vida sexual de aquella pareja.
Pero no pasó mucho tiempo en descubrir que no era una pareja. Por la casa de aquel chico, pasaban innumerables mujeres. Cada una con su gemido particular. Cada una con su propio estilo y edad. Algunas muy jóvenes y menudas. Otras de su edad o mayores entradas en carne. ¿Era un Puto?
El Chico, un atractivo hombre que no llegaba a los 30, con pelo perfectamente peinado, con manos fuertes y nudosas, y cuerpo normal sin excesivos músculos. Era realmente guapo. Masculino, simpático, agradable al habla, educado. Sí, podía ser un hombre al servicio de las mujeres.
Y esa es la idea que comenzó a circular por la escalera, y que también compartía su marido, que comenzaba a tenerle un odio creciente. Parecía que por fin había descubierto que al lado tenia una maquina sexual, que podía quitarle su jollita. Aunque claro, el lo veía de otra manera.
- Ese lo que es, es un pervertido. La mitad o más son putas. No te has fijado en esa que viene por aquí siempre por las tardes? no me dirás que no es puta.
- Si, si lo es, seguro.
No quiso llevarle la contraria, pero cuando vio por primera vez como entraba la mujer a la que se refería su marido, supo que no era así. La mujer en cuestión, era cajera de un supermercado, una atractiva cuarentona que llevaba muy mal hacerse vieja, y se le había ido la mano, con los arreglos y el sol. Estaba casada, y parecía que el joven vecino le daba el resto de caña que le faltaba. Era una que podías escuchar claramente por las tardes, incluso con el intenso ruido del trafico.
- Esa puta grita como una autentica actriz porno. Como se nota que actúa.
Su marido no se había despertado por las noches y había escuchado como niñas veinteañeras, pedían que lo dejara ya que no podían más. Ella era capaz de escuchar conversaciones completas cuando iba al comedor en medio de la noche. Sabia que las más jóvenes muchas veces se arrepentían. Chicas universitarias, muy guapas y menudas que se dejaban seducir por el atractivo del vecino. Pero el vecino era una bestia que solo domaban las mujeres más experimentadas.
Y así fue como sin darse cuenta, habiendo perdido por unos segundos la consciencia en un fuerte orgasmo, se encontró con la cabeza entre sus rodillas, levantando su trasero para ofrecerle su sexo al vecino, que se lo comía, erguido, metiendo un dedo en su ano y otro en su coño. El orgasmo, había sido el mejor de su vida, tanto que al dejarse llevar sintió como fluidos caían por su vientre, y todo su cuerpo desconectaba como si de una marioneta se tratase tras cortarle las cuerdas.
Tras el orgasmo, mientras volvía a excitarse con el trabajo oral del chico, recordaba como en un sueño, medio irreal, como llegó hasta la cama de su vecino.
- Hola vecino. Quiero ponerle los cuernos a mi marido y quiero que lo escuche.
Esa fue más o menos la frase que recordaba haber dicho. Recordaba que le había confesado que llevaba toda su vida sin echar un polvo placentero, que en ese punto era como si fuera virgen. Él solo le advirtió que para que aquello fuera placentero, no, estaba prohibido en el sexo.
Entendió rápidamente, cuando él la cogió como si la conociera de toda la vida. Sin respetar el pudor, pero también sin cuestionar nada. Parecía realmente decidido a darle el máximo placer posible. Aunque llevaba su propio control sobre que quería hacer y como follar, accedía a peticiones precisas.
- No puedo soportarlo, necesito que me la metas.
Le dijo tras aquel fuerte orgasmo oral, en aquella posición incomoda. Él, colocando sus piernas entre su cuerpo, preparó su enorme miembro, y se puso un preservativo. En ningún momento, hizo el menor gesto por intentar que ella tocara su polla, o la comiera. Aunque ella si que la acarició al ver su enorme tamaño, emocionada con lo que recibiría.
La primera penetración, fue como un orgasmo en si mismo, pero también fue algo dolorosa. Era en efecto virgen, pues su marido la había follado, con un pene pequeño, flácido y carente de excitación. Aquella polla, en cambio, entraba poco a poco, abriéndose camino, dejando que se adaptara a su forma. Cuando consiguió entra completamente, se quedó allí, dentro, haciendo gestos que eran una locura, haciendo su clítoris vibrar.
Pero cuando realmente perdió el control, fue cuando escuchó la puerta de al lado abrirse. Se escucho claramente como su marido abría con las llaves y cerraba tras de si. Había llegado el momento de disfrutar. Le pidió que lo hiciera lo más rápido, que la follara salvajemente. Y así lo hizo, con embestidas rápidas y fuertes, unidas a otras muy cortas con la polla completamente dentro. Le mordía los pezones y le besaba con pasión. Ella gritaba descontrolada, más de lo necesario, quería que su marido la escuchara.
- A este ritmo me correré.
- No, nooo, nopasaaa, arrgggg. Dios.... correteeeee, has, has cumplidooooooo!!!- y volvió a correrse.
El, liberando la presión sobre la mujer, retiró su polla de su interior. Ella sintió como un vació, como si se vaciara por dentro y le entrara el aire. Realmente sentía como si su sexo se hubiera quedado abierto.
- Querías ponerle los cuernos, no? Vamos hacerlo doblemente cornudo. Dejame hacer.....Recuerda que no vale un no.
Se quitó el condón y subiendo sobre su cara, se masturbo rápidamente. A ella no le dio tiempo ni a reaccionar, al momento una gran explosión de semen surcaba su cara. Un torrente de semen le cubrió por completo. Ella, al percatarse, cogió y comió la polla con sus ultimas gotas. Si, aquello si que era ponerle los cuernos.
- Si me lo llegas a avisar, te la como, que con la salida que estoy, estaba dispuesta a tragar semen.
El la besó en la boca, aún con semen.
- Tranquila, luego si quieres. Esto era solo el calentamiento.
Le volvió abrir las piernas, y se colocó otro preservativo.
- Piensa.... Tu marido al lado escuchándote, y tu siendo follada salvajemente, con la cara llena de semen de otro hombre. Son o no son los cuernos que querías?
- Joder que si los sooooonnn!!!- Sintió como entraba de nuevo.
Aquel polvo, fue nuevo. Mucho más agresivo. La polla se quedaba mucho más a fuera, como si jugara con la entrada. Los orgasmos se sucedieron unos a otros. Ella jugaba con el semen de su cara que se iba secando progresivamente, o se lo llevaba a los labios mientras se corría.
Ahora, se daba cuenta, que los orgasmos anteriores, no tenían nada que ver con lo que estaba teniendo aquel día. Era activa sexualmente, muy activa, y multiorgasmica la máximo.
- No hay buenos cuernos, sin sumisión.
La puso a cuatro patas, y tras provocarle un pequeño orgasmo vaginal, vio como se cambiaba de nuevo el condón y untaba su ano con un gel.
- Por el culo?
- Si, tranquila, si no te resulta placentero, a mi no me interesa.
Y que si resulto placentero? No tenia ni idea que aquello fuera posible. Si la cama fuera un colchón de espuma, la hubiera destrozado a mordiscos. Tras un inicio algo doloroso, pero muy lento, el chico le folló el ano de forma salvaje, siendo incapaz ella de controlar sus orgasmos.
- Vale, vale.... ya esta. No puedo más.....
La cama estaba completamente destrozada, las sabanas estaban hechas un ovillo en un borde. Había sudor y fluidos por todas partes.
El se sentó a un lado, retirando el preservativo. La polla estaba algo placida, y muy roja. Ella comprendió que si quería que aquellos cuernos fueran realmente épicos, tenia que hacer una ultima cosa. Se metió la polla en su boca.
- No tengo ni idea de como se come. - Le confesó ella.- Cada vez que se la comía a mi marido, le entraba gatillazo.
- Tranquila, aun puedes aprender.
- Pero quiero que te corras en mi boca.
- Ya lo has conseguido.
Nunca pensó que se corrieran en su boca fuera tan placentero. Quizás fue por el placer de conseguirlo tan rápidamente. O él sentirse apreciada y deseada. Quizás el pago justo al brutal sexo que le había dado. No fue consciente realmente de que su boca se había llenado de semen, hasta que el sabor salado le llegó, con su olor intenso. Esperaba una explosión fuerte que le atragantara, como había sido la anterior. En cambio, llego una en forma de semen que salia sin parar, muy poco a poco, pero de forma abundante. Lo tragó como si lo hubiera hecho toda la vida. Y le supo excelentemente bien.... Quizás era la victoria de un sueño cumplido.
- Esperaba algo más potente.... Menos mal, no se si hubiera estado preparada.
- Lo siento, me he corrido tres veces. Ya me quedaba poco.
- Tres veces????
- Si.
Se quedaron un rato los dos descansando. Cuando por fin se fue, con la misma sonrisa satisfactoria en la cara que tantas veces había visto en las mujeres que salían de aquel piso, el recuento de preservativos superaba la media docena. Había pasado la noche allí.
En la puerta y con una clara intención de que se le escuchara, le dijo a su amante de aquella noche.
- Quiero tu primera corrida en mi boca. Quiero sentir esa explosión sin control dentro de mi boca.- Y tras besarlo en la boca.- De hecho quiero sentir esa explosión dentro de mí, dentro de todos mis agujeros. A pelo.
Evidentemente el escandolo fue enorme. Y el matrimonio se separó. Y lo peor que pudo hacer aquel hombre, fue tratar a su exmujer de puta corneadora. Pues una vez liberada, la mala fama se convirtió en pretendientes, que si bien no eran como su vecino, eran experiencias nuevas que su cuerpo agradecía.
Lo único de lo que se arrepentía, era de no haber puesto los cuernos antes.
Fue una noche, durante la primera semana en la que estuvo el nuevo vecino, cuando escucho a media noche, unos gemidos de sexo, por primera vez. Llevaba 15 años allí, y nunca había escuchado aquel excitante recital de orgasmos. Ni pequeño ni grande. Ni un solo gemido que rompiera la noche. Ni siquiera los suyos.
Fue incapaz de dormir. Su marido, a su lado, roncando plácidamente, era testigo mudo de lo que sufría. Era envidia y celos. Y también unas ganas incontrolables por tener sexo. Fueron 4 horas de sexo casi sin interrupción, donde la chica no dejaba de gritar. El dolor por no ser capaz de sentir lo mismo, se le clavaba en el corazón y la desesperación reapareció después de años. Aquella noche, separó sus piernas, metió un dedo entre sus labios y se masturbo de forma pausada mientras miraba a su marido. El orgasmo, contenido para no despertarlo, con los gemidos de fondo, fue el mejor orgasmo que había tenido desde que se había casado con él. El único orgasmo de verdad que había tenido junto a él. Curiosamente, sin él. No, ella no era culpable. Tenia que pasar de los 30 para darse cuenta de eso. Que tonta había sido.
Desde entonces, las visitas a su entrepierna fueron continuas. A veces se despertaba en medio de la noche y escuchaba los gemidos, otras los esperaba despierta. No siempre eran a la misma hora. Algunos eran durante el día, y si al llegar de trabajar prestaba atención, podía escucharlos claramente. Aquellos eran sus mejores tocamientos, con la presión de que su marido llegara y la descubriera metiéndose los dedos, o la polla de plástico que se había comprado. Se descubrió a si misma como una autentica adicta, que necesitaba sexo continuamente. Se encontraba mejor, más alegre y activa. Lo que daría por tener la vida sexual de aquella pareja.
Pero no pasó mucho tiempo en descubrir que no era una pareja. Por la casa de aquel chico, pasaban innumerables mujeres. Cada una con su gemido particular. Cada una con su propio estilo y edad. Algunas muy jóvenes y menudas. Otras de su edad o mayores entradas en carne. ¿Era un Puto?
El Chico, un atractivo hombre que no llegaba a los 30, con pelo perfectamente peinado, con manos fuertes y nudosas, y cuerpo normal sin excesivos músculos. Era realmente guapo. Masculino, simpático, agradable al habla, educado. Sí, podía ser un hombre al servicio de las mujeres.
Y esa es la idea que comenzó a circular por la escalera, y que también compartía su marido, que comenzaba a tenerle un odio creciente. Parecía que por fin había descubierto que al lado tenia una maquina sexual, que podía quitarle su jollita. Aunque claro, el lo veía de otra manera.
- Ese lo que es, es un pervertido. La mitad o más son putas. No te has fijado en esa que viene por aquí siempre por las tardes? no me dirás que no es puta.
- Si, si lo es, seguro.
No quiso llevarle la contraria, pero cuando vio por primera vez como entraba la mujer a la que se refería su marido, supo que no era así. La mujer en cuestión, era cajera de un supermercado, una atractiva cuarentona que llevaba muy mal hacerse vieja, y se le había ido la mano, con los arreglos y el sol. Estaba casada, y parecía que el joven vecino le daba el resto de caña que le faltaba. Era una que podías escuchar claramente por las tardes, incluso con el intenso ruido del trafico.
- Esa puta grita como una autentica actriz porno. Como se nota que actúa.
Su marido no se había despertado por las noches y había escuchado como niñas veinteañeras, pedían que lo dejara ya que no podían más. Ella era capaz de escuchar conversaciones completas cuando iba al comedor en medio de la noche. Sabia que las más jóvenes muchas veces se arrepentían. Chicas universitarias, muy guapas y menudas que se dejaban seducir por el atractivo del vecino. Pero el vecino era una bestia que solo domaban las mujeres más experimentadas.
Y así fue como sin darse cuenta, habiendo perdido por unos segundos la consciencia en un fuerte orgasmo, se encontró con la cabeza entre sus rodillas, levantando su trasero para ofrecerle su sexo al vecino, que se lo comía, erguido, metiendo un dedo en su ano y otro en su coño. El orgasmo, había sido el mejor de su vida, tanto que al dejarse llevar sintió como fluidos caían por su vientre, y todo su cuerpo desconectaba como si de una marioneta se tratase tras cortarle las cuerdas.
Tras el orgasmo, mientras volvía a excitarse con el trabajo oral del chico, recordaba como en un sueño, medio irreal, como llegó hasta la cama de su vecino.
- Hola vecino. Quiero ponerle los cuernos a mi marido y quiero que lo escuche.
Esa fue más o menos la frase que recordaba haber dicho. Recordaba que le había confesado que llevaba toda su vida sin echar un polvo placentero, que en ese punto era como si fuera virgen. Él solo le advirtió que para que aquello fuera placentero, no, estaba prohibido en el sexo.
Entendió rápidamente, cuando él la cogió como si la conociera de toda la vida. Sin respetar el pudor, pero también sin cuestionar nada. Parecía realmente decidido a darle el máximo placer posible. Aunque llevaba su propio control sobre que quería hacer y como follar, accedía a peticiones precisas.
- No puedo soportarlo, necesito que me la metas.
Le dijo tras aquel fuerte orgasmo oral, en aquella posición incomoda. Él, colocando sus piernas entre su cuerpo, preparó su enorme miembro, y se puso un preservativo. En ningún momento, hizo el menor gesto por intentar que ella tocara su polla, o la comiera. Aunque ella si que la acarició al ver su enorme tamaño, emocionada con lo que recibiría.
La primera penetración, fue como un orgasmo en si mismo, pero también fue algo dolorosa. Era en efecto virgen, pues su marido la había follado, con un pene pequeño, flácido y carente de excitación. Aquella polla, en cambio, entraba poco a poco, abriéndose camino, dejando que se adaptara a su forma. Cuando consiguió entra completamente, se quedó allí, dentro, haciendo gestos que eran una locura, haciendo su clítoris vibrar.
Pero cuando realmente perdió el control, fue cuando escuchó la puerta de al lado abrirse. Se escucho claramente como su marido abría con las llaves y cerraba tras de si. Había llegado el momento de disfrutar. Le pidió que lo hiciera lo más rápido, que la follara salvajemente. Y así lo hizo, con embestidas rápidas y fuertes, unidas a otras muy cortas con la polla completamente dentro. Le mordía los pezones y le besaba con pasión. Ella gritaba descontrolada, más de lo necesario, quería que su marido la escuchara.
- A este ritmo me correré.
- No, nooo, nopasaaa, arrgggg. Dios.... correteeeee, has, has cumplidooooooo!!!- y volvió a correrse.
El, liberando la presión sobre la mujer, retiró su polla de su interior. Ella sintió como un vació, como si se vaciara por dentro y le entrara el aire. Realmente sentía como si su sexo se hubiera quedado abierto.
- Querías ponerle los cuernos, no? Vamos hacerlo doblemente cornudo. Dejame hacer.....Recuerda que no vale un no.
Se quitó el condón y subiendo sobre su cara, se masturbo rápidamente. A ella no le dio tiempo ni a reaccionar, al momento una gran explosión de semen surcaba su cara. Un torrente de semen le cubrió por completo. Ella, al percatarse, cogió y comió la polla con sus ultimas gotas. Si, aquello si que era ponerle los cuernos.
- Si me lo llegas a avisar, te la como, que con la salida que estoy, estaba dispuesta a tragar semen.
El la besó en la boca, aún con semen.
- Tranquila, luego si quieres. Esto era solo el calentamiento.
Le volvió abrir las piernas, y se colocó otro preservativo.
- Piensa.... Tu marido al lado escuchándote, y tu siendo follada salvajemente, con la cara llena de semen de otro hombre. Son o no son los cuernos que querías?
- Joder que si los sooooonnn!!!- Sintió como entraba de nuevo.
Aquel polvo, fue nuevo. Mucho más agresivo. La polla se quedaba mucho más a fuera, como si jugara con la entrada. Los orgasmos se sucedieron unos a otros. Ella jugaba con el semen de su cara que se iba secando progresivamente, o se lo llevaba a los labios mientras se corría.
Ahora, se daba cuenta, que los orgasmos anteriores, no tenían nada que ver con lo que estaba teniendo aquel día. Era activa sexualmente, muy activa, y multiorgasmica la máximo.
- No hay buenos cuernos, sin sumisión.
La puso a cuatro patas, y tras provocarle un pequeño orgasmo vaginal, vio como se cambiaba de nuevo el condón y untaba su ano con un gel.
- Por el culo?
- Si, tranquila, si no te resulta placentero, a mi no me interesa.
Y que si resulto placentero? No tenia ni idea que aquello fuera posible. Si la cama fuera un colchón de espuma, la hubiera destrozado a mordiscos. Tras un inicio algo doloroso, pero muy lento, el chico le folló el ano de forma salvaje, siendo incapaz ella de controlar sus orgasmos.
- Vale, vale.... ya esta. No puedo más.....
La cama estaba completamente destrozada, las sabanas estaban hechas un ovillo en un borde. Había sudor y fluidos por todas partes.
El se sentó a un lado, retirando el preservativo. La polla estaba algo placida, y muy roja. Ella comprendió que si quería que aquellos cuernos fueran realmente épicos, tenia que hacer una ultima cosa. Se metió la polla en su boca.
- No tengo ni idea de como se come. - Le confesó ella.- Cada vez que se la comía a mi marido, le entraba gatillazo.
- Tranquila, aun puedes aprender.
- Pero quiero que te corras en mi boca.
- Ya lo has conseguido.
Nunca pensó que se corrieran en su boca fuera tan placentero. Quizás fue por el placer de conseguirlo tan rápidamente. O él sentirse apreciada y deseada. Quizás el pago justo al brutal sexo que le había dado. No fue consciente realmente de que su boca se había llenado de semen, hasta que el sabor salado le llegó, con su olor intenso. Esperaba una explosión fuerte que le atragantara, como había sido la anterior. En cambio, llego una en forma de semen que salia sin parar, muy poco a poco, pero de forma abundante. Lo tragó como si lo hubiera hecho toda la vida. Y le supo excelentemente bien.... Quizás era la victoria de un sueño cumplido.
- Esperaba algo más potente.... Menos mal, no se si hubiera estado preparada.
- Lo siento, me he corrido tres veces. Ya me quedaba poco.
- Tres veces????
- Si.
Se quedaron un rato los dos descansando. Cuando por fin se fue, con la misma sonrisa satisfactoria en la cara que tantas veces había visto en las mujeres que salían de aquel piso, el recuento de preservativos superaba la media docena. Había pasado la noche allí.
En la puerta y con una clara intención de que se le escuchara, le dijo a su amante de aquella noche.
- Quiero tu primera corrida en mi boca. Quiero sentir esa explosión sin control dentro de mi boca.- Y tras besarlo en la boca.- De hecho quiero sentir esa explosión dentro de mí, dentro de todos mis agujeros. A pelo.
Evidentemente el escandolo fue enorme. Y el matrimonio se separó. Y lo peor que pudo hacer aquel hombre, fue tratar a su exmujer de puta corneadora. Pues una vez liberada, la mala fama se convirtió en pretendientes, que si bien no eran como su vecino, eran experiencias nuevas que su cuerpo agradecía.
Lo único de lo que se arrepentía, era de no haber puesto los cuernos antes.
1
votos
votos
evaluación
10
10
Continuar leyendo cuentos del mismo autor
historia previa
El elixir del sexosiguiente historia
La peligrosa vecina timida
Comentarios de los lectores sobre la historia erótica