Niños pequeños
          
            
              por
Gloria1951
            
            
              género
rómanticos
            
          
        
        
          Desde el momento en que llegó a la playa, no pudo apartar la vista de mi cuerpo, recostado plácidamente en la tumbona, listo para ser acariciado por la cálida brisa.
Era fácil percibir, en sus miradas aparentemente distraídas, el verdadero deseo que lo impulsaba, llevándolo, de haber podido, a despojarme de todo aquello que aún ocultaba, aunque fuera fugazmente, mis partes más íntimas.
Quizás fue precisamente por su corta edad que logró generar en mí una vergüenza inusual, suficiente para convencerme de no volver a tomar el sol completamente en topless y de usar trajes de baño menos reveladores que los que usaba hasta entonces, despertando también el interés evidente de otras personas, mucho mayores que yo, y la ira reprimida de sus respectivas parejas.
Solo cuando se acercó a mí, declarando, con una desfachatez latente, cuánto había preferido admirarme como me exhibía antes, mucho más descaradamente que ahora, me convencí de que le había impresionado gratamente mi naturaleza exhibicionista.
Aquel episodio, aparentemente insignificante, no me dejó del todo indiferente, sino que despertó en mí sensaciones emocionales inusuales que sabía que también podían dar lugar a fantasías capaces de estimular muchas otras pasiones más profundas y ocultas.
Imaginar un encuentro adolescente con un joven me generaba una intensa turbulencia interna, a la vez que se convertía en una fuente de excitación innegable.
Sabía cuánto interés solía despertar en los hombres, pero aún me resultaba muy difícil analizar con claridad hasta qué punto una diferencia de edad tan marcada podía generar tales emociones.
Cada día, su mirada me hacía sentir aún más desnuda, hasta el punto de hacerme pensar que sería mejor quedarme en la terraza de la residencia y broncearme como quería.
Esto me permitió, además de disfrutar de un bronceado completo, como tanto me gustaba hacer cuando estaba lejos de miradas indiscretas, recuperar la serenidad perdida que tan increíblemente se había desvanecido por culpa de mi diligente joven admirador.
Él, evidentemente decepcionado por no poder verme más en la playa, dejó clara su decepción enviándome una carta donde confesaba abiertamente su insatisfacción, diciéndome que estaría dispuesto a hacer cualquier sacrificio para volver a verme como él deseaba.
Incluso aquella descarada locura logró vencer mi razón, distrayéndome de la realidad y convenciéndome peligrosamente de buscar sus impulsos inmaduros, hasta el punto de que viniera a mí con la excusa de que realizara tareas insignificantes.
El chico parecía estar soñando, expresando su gratitud y deseoso de cumplir cualquier petición que le hiciera.
Demostrando su ingenio, logró comunicar sus pensamientos sin demasiados escrúpulos, enfatizando cómo en ese lugar apartado, justo en la terraza del apartamento, podría broncearme sin ser vista, añadiendo que, si quisiera, podría hacerlo sin problema.
Su descaro no me molestó demasiado, permitiéndome empatizar mejor con sus pensamientos lascivos, dándole la razón y dejándome convencer hasta el punto de declarar que, al menos una vez, seguiría su consejo sin dudarlo.
Fue entonces cuando, reuniendo todo el valor que aún le quedaba, incapaz de ocultar del todo un nerviosismo instintivo, logró balbucear cuánto deseaba poder presenciar tal evento, rogándome que le permitiera vivir, aunque solo fuera una vez, una experiencia que quedaría grabada a fuego en su memoria.
Aunque, si bien hacía poco que era adulto, le confesé que apreciaba su consideración, pero que me sentiría bastante avergonzado si me mostraba ante él como pedía.
Sin embargo, sorprendido por su arrebato, añadí que si prometía permanecer completamente oculto, de modo que no pudiera detectar su presencia de ninguna manera, le permitiría mirarme como deseara.
Desapareció ante mí en un instante, sin siquiera darme tiempo a arrepentirme de aquella promesa absurda, y me sentí, a mi pesar, obligado a cumplir de inmediato un compromiso que había asumido con tanta precipitación.
Me despojé del pareo transparente sin dudarlo, y luego rápidamente del bañador, que desenrollé alrededor de mis caderas antes de quitármelo por completo, dejándolo deslizar por mis piernas hasta los tobillos. Me senté completamente desnuda en la tumbona, permitiendo que mi joven admirador me contemplara a su antojo.
Sintiendo la mirada que me recorría la piel, imperceptible a través de mi cuerpo, intenté imaginarlo entonces, más allá de la impalpable ligereza de las cortinas movidas por la corriente de aire, tal vez ya masturbándose frenéticamente ante la visión de mi piel bronceada, conteniendo a duras penas el impulso de hacer lo mismo, no fuera que aquel encuentro degenerara en algo aún más inaudito y demencial.
Solo al atardecer, ya a solas, di rienda suelta a mi pasión reprimida, fantaseando aún con aquel cuerpo joven dentro de mí, ansioso por segregar toda su lujuria adolescente, hasta que me sentí completamente colmada por aquella copiosa inseminación que no podía rechazar, un sello definitivo para el abrazo irresponsable que mi mente compartiría más tarde con la llegada de mi compañero, satisfaciendo cómplicemente sus pasiones más morbosas ante la mera idea de aquella locura insospechada.
        
        Era fácil percibir, en sus miradas aparentemente distraídas, el verdadero deseo que lo impulsaba, llevándolo, de haber podido, a despojarme de todo aquello que aún ocultaba, aunque fuera fugazmente, mis partes más íntimas.
Quizás fue precisamente por su corta edad que logró generar en mí una vergüenza inusual, suficiente para convencerme de no volver a tomar el sol completamente en topless y de usar trajes de baño menos reveladores que los que usaba hasta entonces, despertando también el interés evidente de otras personas, mucho mayores que yo, y la ira reprimida de sus respectivas parejas.
Solo cuando se acercó a mí, declarando, con una desfachatez latente, cuánto había preferido admirarme como me exhibía antes, mucho más descaradamente que ahora, me convencí de que le había impresionado gratamente mi naturaleza exhibicionista.
Aquel episodio, aparentemente insignificante, no me dejó del todo indiferente, sino que despertó en mí sensaciones emocionales inusuales que sabía que también podían dar lugar a fantasías capaces de estimular muchas otras pasiones más profundas y ocultas.
Imaginar un encuentro adolescente con un joven me generaba una intensa turbulencia interna, a la vez que se convertía en una fuente de excitación innegable.
Sabía cuánto interés solía despertar en los hombres, pero aún me resultaba muy difícil analizar con claridad hasta qué punto una diferencia de edad tan marcada podía generar tales emociones.
Cada día, su mirada me hacía sentir aún más desnuda, hasta el punto de hacerme pensar que sería mejor quedarme en la terraza de la residencia y broncearme como quería.
Esto me permitió, además de disfrutar de un bronceado completo, como tanto me gustaba hacer cuando estaba lejos de miradas indiscretas, recuperar la serenidad perdida que tan increíblemente se había desvanecido por culpa de mi diligente joven admirador.
Él, evidentemente decepcionado por no poder verme más en la playa, dejó clara su decepción enviándome una carta donde confesaba abiertamente su insatisfacción, diciéndome que estaría dispuesto a hacer cualquier sacrificio para volver a verme como él deseaba.
Incluso aquella descarada locura logró vencer mi razón, distrayéndome de la realidad y convenciéndome peligrosamente de buscar sus impulsos inmaduros, hasta el punto de que viniera a mí con la excusa de que realizara tareas insignificantes.
El chico parecía estar soñando, expresando su gratitud y deseoso de cumplir cualquier petición que le hiciera.
Demostrando su ingenio, logró comunicar sus pensamientos sin demasiados escrúpulos, enfatizando cómo en ese lugar apartado, justo en la terraza del apartamento, podría broncearme sin ser vista, añadiendo que, si quisiera, podría hacerlo sin problema.
Su descaro no me molestó demasiado, permitiéndome empatizar mejor con sus pensamientos lascivos, dándole la razón y dejándome convencer hasta el punto de declarar que, al menos una vez, seguiría su consejo sin dudarlo.
Fue entonces cuando, reuniendo todo el valor que aún le quedaba, incapaz de ocultar del todo un nerviosismo instintivo, logró balbucear cuánto deseaba poder presenciar tal evento, rogándome que le permitiera vivir, aunque solo fuera una vez, una experiencia que quedaría grabada a fuego en su memoria.
Aunque, si bien hacía poco que era adulto, le confesé que apreciaba su consideración, pero que me sentiría bastante avergonzado si me mostraba ante él como pedía.
Sin embargo, sorprendido por su arrebato, añadí que si prometía permanecer completamente oculto, de modo que no pudiera detectar su presencia de ninguna manera, le permitiría mirarme como deseara.
Desapareció ante mí en un instante, sin siquiera darme tiempo a arrepentirme de aquella promesa absurda, y me sentí, a mi pesar, obligado a cumplir de inmediato un compromiso que había asumido con tanta precipitación.
Me despojé del pareo transparente sin dudarlo, y luego rápidamente del bañador, que desenrollé alrededor de mis caderas antes de quitármelo por completo, dejándolo deslizar por mis piernas hasta los tobillos. Me senté completamente desnuda en la tumbona, permitiendo que mi joven admirador me contemplara a su antojo.
Sintiendo la mirada que me recorría la piel, imperceptible a través de mi cuerpo, intenté imaginarlo entonces, más allá de la impalpable ligereza de las cortinas movidas por la corriente de aire, tal vez ya masturbándose frenéticamente ante la visión de mi piel bronceada, conteniendo a duras penas el impulso de hacer lo mismo, no fuera que aquel encuentro degenerara en algo aún más inaudito y demencial.
Solo al atardecer, ya a solas, di rienda suelta a mi pasión reprimida, fantaseando aún con aquel cuerpo joven dentro de mí, ansioso por segregar toda su lujuria adolescente, hasta que me sentí completamente colmada por aquella copiosa inseminación que no podía rechazar, un sello definitivo para el abrazo irresponsable que mi mente compartiría más tarde con la llegada de mi compañero, satisfaciendo cómplicemente sus pasiones más morbosas ante la mera idea de aquella locura insospechada.
            
            
                                    0
                                  
votos
          votos
            
            evaluación
0
                      
        0
Continuar leyendo cuentos del mismo autor
historia previa
Fantasía negra
Comentarios de los lectores sobre la historia erótica