La doctora

por
género
hetero

-Señor, en breve llegará la doctora, mientras tanto puede desnudarse y estirarse en la camilla.

Hacía tiempo que una mujer tan sensual no me decía esas palabras, por lo que me sonaron a música celestial e inconscientemente esbocé una pícara sonrisa, mientras recorría con la mirada el esbelto cuerpo de la joven enfermera, cuyos pequeños pechos se insinuaban a través de la fina tela de la bata, posiblemente por la ausencia de un sujetador, que dicho sea de paso, no necesitaba debido a la firmeza de los mismos. El hecho de que no se clareasen sus braguitas blancas, me llevó a la conclusión que aquella preciosidad, que llevaba recogida su cabellera rubia con una juvenil goma, vestía un minúsculo tanguita.

¡Qué mejor forma de afrontar la vuelta al trabajo! Se habían acabado las vacaciones y debía superar la revisión médica antes de incorporarme a mi puesto de trabajo, así que me quité la ropa de manera parsimoniosa, hasta quedarme únicamente con mi ceñido slip que no podía ocultar la media erección que me habían producido aquellos lujuriosos pensamientos.

Instantes después se abrió la puerta y rápidamente pude contemplar la impresionante estampa de la doctora, que lucía una media melena de color negro que contrastaba con unos sensuales labios pintados de un rojo intenso y la palidez de su piel. Sus elegantes gafas no ocultaban un ápice de su intensa mirada, mientras que su ropa ajustada colaboraba a resaltar sus pronunciadas curvas. Los zapatos de tacón negro eran el colofón a una mujer de bandera, la cual sin saludar y con cierto aire de indiferencia me dijo:

-¿No le ha dicho la enfermera que se desnude?
-Si, así es.
-¿Y porque no lo hace?
-Disculpe, creía que no era necesario que me quitase la ropa interior.

Consciente de que mi erección sería una realidad en cuanto me despojase del slip, intenté disimular dándome la vuelta y perdiendo algo de tiempo colocando de nuevo la ropa. No obstante, mi maniobra de distracción no funcionó y sin tiempo a reaccionar me encontré delante de ella, sonrojado y mostrando una considerable erección magnificada por mi pubis completamente depilado.

-Discúlpeme…
¿Por qué debo disculparle?
-Bueno, mmm… ya sabe…
-No, no lo sé.
-Por mi repentina erección…
-¿Y a que cree que se ha debido?
-Mmm, no sé, ha sido de pronto
-¿Le excito sexualmente?
-Mmm, no es eso…
-¿Y entonces que es?
-No sé que decir…

Comenzaba a sentirme intimidado y sin saber como actuar ante aquella situación, aunque tremendamente excitado. Me fascinaba la manera en que se dirigía a mí, con una extraordinaria frialdad. Tras enfundarse unos guantes de goma y sin mediar palabra, comenzó a acariciar mi pene y testículos con suavidad. Lo hacía sin dirigirme la mirada y sin expresar ningún tipo de excitación, mientras yo gemía cada vez con mayor rapidez ante la maestría con que me masturbaba… En aquel mismo instante se detuvo, dejándome en estado de shock…

Tuve la osadía de mirarla a los ojos, en un desesperado intento de pedirle explicaciones por lo que había sucedido. No obstante, en ese mismo instante me percaté de mi posición de inferioridad: la doctora se había convertido en dueña de mi sexo y mi placer, me había llevado al éxtasis y justo antes de eyacular lo había impedido.

-Date la vuelta y apóyate junto a la camilla, ligeramente inclinado hacia atrás. Limítate a obedecerme y disfrutarás.

Lo hice sin rechistar, mientras ella sacaba de su bolso unos suaves pañuelos de seda, con los que me ató las manos a las esquinas de la camilla. Mi miembro completamente erecto y húmedo era una prueba inequívoca de mi nivel de excitación. En cambio ella mantenía la compostura y se recreaba observándome, con una serenidad que me desconcertaba

El inequívoco ruido de una cremallera en marcha descendente me sugería que la doctora se estaba desnudando. Sentí un escalofrío cuando oí como se deslizaba su prenda más íntima por sus largas piernas, hubiese dado cualquier cosa por contemplar aquella escena… La doctora se acercó a mí y me sopló ligeramente al oído, mientras me ponía sus preciosas braguitas brasileñas de color negro, decoradas con delicados encajes y sutiles transparencias… era una experiencia maravillosa sentir el tacto de aquella prenda que había estado rozando su sexo y que estaba notablemente húmeda. Posteriormente me colocó su sujetador, el cual hacía juego con la braguita. La doctora se vistió y abandonó silenciosamente la sala, dejándome indefenso ante la posibilidad que cualquier persona entrase. Sin embargo, ya no tenía miedo, sólo deseos de complacerla…

Al cabo de unos minutos se volvió a abrir la puerta. Aunque no podía verla sabía que era ella, el sonido de sus zapatos de tacón se había convertido en inconfundible. Apartó ligeramente la que ahora era mi braguita e introdujo un dedo en mi ano cubierto por lubricante, lo que agradecí con un gemido. Gracias a que se dilató con inusitada rapidez, comenzó a penetrarme con un arnés que llevaba ajustado a la cintura. Al mismo tiempo que no podía creer que estuviese vestido con lencería y siendo sodomizado en la consulta de la doctora, disfrutaba del momento y luchaba por intentar retrasar el momento del orgasmo, algo que no conseguí por mucho tiempo… Instantes después manchaba las braguitas con mi semen, que salía a borbotones de manera abundante, mientras una sensación de bienestar recorría mi cuerpo.

Por primera vez, me miró con cierto aire de complicidad e incluso satisfacción y tras desatarme exclamó:

-Hoy no está en condiciones para que le haga la revisión médica. Vuelva mañana a la misma hora…
escrito el
2015-12-20
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